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Un «colado» detrás de home

José Raúl Delgado Diez llegó por azar a la receptoría y sin mucho ruido se coló con los años en el equipo Cuba

 

Autor:

Juventud Rebelde

El partido final de la Copa Intercontinental de béisbol de 1991, en Barcelona, fue uno de los más emotivos que he visto en mi vida. Cuba perdía 4-3 frente a Japón, con dos outs y bases limpias en el final del décimo capítulo, cuando de pronto cambió la película.

Aquel equipo criollo no era el «grande», pero tenía tres peloteros de la primera plantilla, que se preparaba para los Juegos Panamericanos de La Habana (Casanova, Padilla, Ajete). Sin embargo, ninguno de ellos participó en el final de infarto.

Fue el matancero Julio Germán Fernández quien prendió la chispa con hit al jardín izquierdo a la hora de recoger los bates. Antes habían fallado Casanova y Lázaro Junco.

Después, Gabriel Pierre soltó otro cañonazo y Lázaro Madera negoció una sufrida base por bolas, con siete fouls incluidos. Así, José Raúl Delgado vino a batear con las bases llenas.

«Vamos a ver si este la da», pensaba casi todo el mundo en Cuba, porque al espirituano muchos no le teníamos tanta confianza. Para colmo, ya había pegado hit en la rebelión del noveno inning, cuando perdíamos por dos carreras y empatamos gracias a que falló la defensiva de Japón.

Pero el hombre salió sin nervios, pescó un envío bajo y sacó una línea por el left field que le picó delante al jardinero japonés.

Todavía me emociono al revivir aquel juego, mientras tomamos un café en la casa de José Raúl, en Vitoria, Yaguajay. Llegamos casi a las tres de la tarde y lo encontramos de buen humor, como está la mayor parte del tiempo, según dice la gente.

«Ese día todos teníamos tremenda confianza. Iba a lanzar Ajete por nosotros. Pero tú sabes que al inicio del juego el manager manda un emisario para saber si el pitcher es zurdo o derecho. Pues parece que ellos habían estudiado a Ajete hasta en la forma que se acostaba, y le cayeron a palos. Menos mal que Osvaldo Duvergel y Wilson López aguantaron después.

«En el décimo inning ya yo tenía los spike quitados y todo, porque había anotado la carrera del empate en el noveno y fui de los últimos bateadores. Casi tenía que dar la vuelta completa para volver a batear.

«Pero es verdad que nosotros tenemos tremendo aché. Al final, desde que el “chinito” soltó la bola yo saqué los brazos y salió el hit», recuerda José Raúl.

«Fue un momento especial. Antes yo había ido a la Copa de 1989 en Puerto Rico y luego estuve en la de 1993 en Italia. Pero ese torneo de Barcelona me abrió las puertas de los Panamericanos en La Habana.

«Un año después participé en los Juegos Olímpicos, también en Barcelona, y en 1993 fui a los Centroamericanos de Ponce, Puerto Rico», dice.

—¿Es cierto que José Raúl llegó por casualidad a la receptoría?

—Sí. Empecé jugando en los jardines y primera base. Así estuve como cinco años hasta un día que nos quedamos sin receptores. Al principio no acepté cambiar de posición, porque nunca me había agachado detrás de home.

«Pero en un juego contra Villa Clara estaba Servio Borges como chequeador y las cosas me salieron de maravillas. Al final, él le preguntó a Catalino, uno de nuestros entrenadores, que quién estaba recibiendo. Y se llevó tremenda sorpresa cuando le dijeron que era yo. Nunca más jugué en los jardines.

«Empecé a prepararme en serio como receptor y tuve varios entrenadores. Entre ellos recuerdo a Lázaro Pérez, ya fallecido, quien me enseñó mucho. El resto lo fui cogiendo por el camino, fijándome bien en Alberto Martínez.

«Me fue muy útil estar con Alberto, porque desde el banco aprendí mucho. El interés que ponga uno es fundamental. Al final de mi carrera creo que logré emparejar la ofensiva con la defensiva.

«Hay que observar mucho. En la pelota de nosotros ya no se hace eso. Los jugadores casi no están en el partido».

—Tengo entendido que usted tuvo problemas en el brazo…

—(Sonríe) De eso mismo hablé hace poco con Ifreidi Coss, el lanzador de nosotros que tiene su problema en el brazo. Le dije: yo estuve muchas series con el mismo «rollo» que tú.

«Cuando tenía alrededor de diez series, estuve un año suspendido. Con la furia, porque uno coge mucho calor cuando las cosas son injustas, me puse a lanzar en una práctica con bolas mojadas y me lastimé un brazo. Al año siguiente tenía tremenda molestia.

«Así jugué varios años y nunca lo notó nadie hasta el año de la Olimpiada, cuando tuve desgaste en la cabeza del hueso. Estuve en el hospital Frank País para operarme, y el doctor Álvarez Cambra me dijo: Muchacho, tú has jugado todo este tiempo así y ahora no te vamos a operar, porque estamos pegados a la Olimpiada».

—¿Al final se operó?

—Nunca.

—¿Pero tenía algún tratamiento?

—Me tomaba una aspirina y hacía mis ejercicios. Sobre todo mucha barra. Todo el mundo habla de las pesas, pero yo te digo que hacer barras es lo mejor que hay para el brazo. Por lo menos a mí me dio bastante resultado.

—¿Las bases se las roban a los lanzadores o a los receptores?

—Es verdad que a veces el lanzador no cuida a los corredores, o se demora mucho en realizar algún movimiento, pero el receptor tiene mucha responsabilidad en eso.

«Mira, si está en turno un bateador derecho casi siempre tú ves al corredor cuando se va al robo. Por eso a veces te acomodas y hasta tiras mal. Pero los zurdos te tapan la vista y tienes que hacer los movimientos rápidos. Así generalmente obtienes buenos resultados».

—Usted ganó un campeonato con Sancti Spíritus. Sin embargo, ahora la provincia tiene mejor equipo y no ha podido conseguir otro título. ¿Qué ha pasado?

—Las etapas son difíciles de comparar. El equipo de nosotros antes no era malo, pero los demás eran buenísimos y todos tenían tremendo pitcheo. Sin embargo, conquistamos aquel campeonato. Ahora Sancti Spíritus es un trabuco y no gana. La pelota es un misterio.

«Tal vez tenga que ver con la manera de jugar. Nosotros somos de otra etapa, donde regularmente los peloteros eran casi analfabetos. En cambio, teníamos tremendo amor por la camiseta. Ahora hay más estudios, más cultura, pero no se ve aquella entrega».

—¿Cómo fue su retiro del béisbol?

—A empujones. Fue aquella época donde los viejos caímos mal. Cuando me fui, todavía podía jugar.

—¿Qué ha pasado desde entonces?

—Es otra vida. Yo me acuerdo de que fui pelotero, pero mucha gente te olvida y ya. De todas formas, me convertí en el manager de esta provincia que más series provinciales ha ganado. Tengo cinco títulos con Yaguajay.

«En torneos nacionales de clubes campeones fui segundo una vez, cuando perdimos la final con Granma. Teníamos el juego en la mano y nos costó la mala decisión de un árbitro. Además, acumulamos dos terceros lugares y un cuarto.

«También dirigí un año a Sancti Spíritus en la Liga de Desarrollo. Esa vez discutimos con La Habana y perdimos. Trabajé además con el equipo grande de la provincia».

—¿Cree que los atletas consagrados deben jugar en la serie provincial?

—Ese es un tema complicado. Si usted no rinde para su municipio, después no sientes tanto al equipo de la provincia. Eso hay que arrastrarlo desde la base.

«En la serie provincial, hay lanzadores que supuestamente tienen problemas en el brazo, pero cuando llega la nacional están enteros. Yo estuve en el equipo Cuba y jugaba las provinciales con mi municipio».

—¿Le complace la estructura actual del campeonato nacional?

—Yo pienso que la pelota cubana no tiene techo. Nosotros jugábamos con bate de aluminio, pero tú le dabas a la bola y parecía que chocabas con un saco de arena. Ahora se juega con bate de madera, pero con una pelota que tú no la puedes ni soplar porque ya está caminando.

«Hay que buscar la manera de hacer una Selectiva. No sé si con cuatro o seis equipos, pero debemos subir el techo de la pelota cubana. Hemos bajado mucho el nivel».

—¿Su hijo ya no juega pelota?

—Sí, pero este año tuvo una fractura en una mano y se quedó fuera.

—¿Usted lo embulló para que fuera receptor?

—Sinceramente, uno de los que menos ha trabajado con él he sido yo. Cuando empezó en la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva) yo todavía jugaba. Después de mi retiro es que le he dado algunos consejos.

—¿Qué consejos?

—Son secretos de familia (se ríe y mira para su esposa, quien se sumó a la entrevista desde un rincón de la salita).

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