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La historia que nació del agua

Juventud Rebelde conversó con la habanera Leslie Amat, la cara femenina más identificable del triatlón en Cuba, y una de las figuras más sobresalientes de esta disciplina en Latinoamérica

Autor:

Luis Autié Cantón

Cada vez son menos las personas a las que se les dibuja en el rostro la expresión de desconocimiento cuando le mencionan el nombre de Leslie Amat. La habanera, que nació en la última recta de 1992 (30 de diciembre) se ha convertido en la principal figura femenina del triatlón no solo en Cuba, sino en nuestra área geográfica. Pero su camino, tal cual lo conocemos, comenzó en el agua de una piscina.

Estoy seguro de que la historia de Leslie es similar a la de muchos niños que llegaron al deporte sin esperarlo. Más bien, el deporte llegó a ellos. «Una mañana, cuando yo aún no había cumplido cinco años, fueron a mi escuela a hacer captaciones para nado sincronizado. Yo me presenté y me aceptaron. Así fue como entré al mundo del deporte», cuenta, y aclara que ninguno de sus padres son deportistas, pero su mamá es dueña de un gimnasio.

Leslie apenas recuerda la primera vez que compitió en nado sincronizado. «Lo único que recuerdo es que fue en la Ciudad Deportiva, en la piscina que tiene el trampolín a 30 metros».

Diez años más tarde, en las aguas cloradas del Parque Acuático Maria Lenk en Río de Janeiro, la habanera formó parte del equipo de nado sincronizado que obtuvo el quinto lugar en los Juegos Panamericanos de 2007. Dentro del grupo de muchachas que ejecutaron las rutinas Libre y Técnica en aquel evento, Leslie era la más joven, con apenas 14 años.

Fue entonces que, tras diez años de inconmensurables sacrificios para adaptar su cuerpo a la exigencia de esta disciplina acuática, Leslie decidió dar un giro de 180 grados en su vida y cambiar de deporte.

«Un día de 2008, un año después de los Panamericanos, me desmayé, en la escuela, debido a que había dejado de comer para poder cumplir con el peso requerido para seguir compitiendo en el sincronizado», cuenta Leslie, y a uno se le abren las carnes al darse cuenta de que, desde los cuatro años, esta muchacha ha regido su vida por sacrificios físicos que la mayoría de nosotros desconocemos.

«Para cumplir con ese peso estaba haciendo muchas cosas indebidas, muchas locuras, se podría decir. Si bien corría una hora todos los fines de semana para perder peso, también llegué a tomarme una tira completa de Bisacodilo o trataba de vomitar cuanto comía. Eso estaba afectando seriamente mi salud».

Cuenta entonces, ya con el sentido del humor que queda libre de ataduras cuando uno supera un momento de crisis, que decidió competir en otra disciplina que le llamaba la atención, el triatlón. «Mi decisión de dejar el nado sincronizado y pasarme para el triatlón fue para poder comer, porque si seguía así me iba a volver loca», confiesa y se ríe.

Creo que, en silencio, todos los amantes del deporte damos gracias por ese trueque deportivo. Leslie estaba luchando por un boleto a los Juegos Olímpicos de Tokio, justo en el momento en el que la pandemia llegó para sacudir el calendario deportivo de un año en el que la cita estival japonesa sería la cereza del pastel.

«No te puedo negar que el confinamiento me ha afectado tanto física como sicológicamente, por no poder hacer todo el entrenamiento y participar en las competencias que estaban planificadas», confiesa.

No obstante, Leslie confía en sus posibilidades, y cuenta que el hecho de que su principal rival, la argentina Romina Biagioli, tenga la oportunidad de clasificarse de manera directa le brinda a ella la posibilidad de ir a Tokio en la categoría de «nueva bandera», que otorga una plaza a la mejor clasificada de cada continente.

«Cuando todo vuelva a la normalidad, lo primero que planeo hacer es una buena base de entrenamiento, prepararme lo mejor y lo más rápido posible, para poder salir a luchar por la clasificación olímpica».

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