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Un peregrino con la patria tatuada

El base capitalino sueña con el día en que su familia pueda ir a verlo jugar en la Ciudad Deportiva de La Habana, mientras él viste los colores de la escuadra nacional

 

Autor:

Javier Rodríguez Perera

AL más puro estilo de James Harden, hoy estrella de los Brooklyn Nets en la NBA, con su barba oscura y desafiante, se pasea por los tabloncillos y la vida Reynaldo García. La suya, dice, no tiene nada que ver con Harden ni con nadie. La pereza le ha dejado ver una poblada y larga barba de cinco años, a la que solo le corta las puntas de vez en vez.

Tatuajes tiene varios, casi todos en sus manos, visibles, aunque no aclara la cantidad exacta. Los nombres de sus hijos, de sus padres, la bandera de Cuba —«mi país», recalca—, un balón de básquet y un aro, Cristo y una paloma. Su piel es un homenaje a eso que le importa.

Rey salió de Cuba legalmente en 2009, con 19 años. En ese entonces era jugador de Capitalinos en la Liga Superior de Baloncesto e integrante de la preselección nacional. Antes representó a su país en unos Juegos del ALBA. Esa fue su única oportunidad de lucir una camiseta con las cuatro letras en una competición internacional.

Los deseos de probarse en el básquet profesional superaron sus intenciones de continuar en torneos domésticos. Así lo reconoce. Llegó a Ecuador, donde arrancó su carrera rentada, la cual ha visto diferentes temporadas en Bolivia, México, Argentina y finalmente Japón, desde finales de octubre de 2020.

Estar lejos de la familia, a veces por largos meses, es algo con lo que ha tenido que lidiar el habanero. Esa es la parte más dura de este proceso, confiesa, pero tener la mente positiva lo ha ayudado a recortar un poco los kilómetros de distancia.

Simboliza un nómada que comprende a la perfección que no tiene lugar fijo, su sitio está donde su juego impacte y hasta ahora lo vivido le ha enseñado que eso es muy variable. Las vacaciones son su bálsamo para la melancolía. Aprovecha y viene a la Isla, durante un mes o dos, para estar con su gente. Luego continúa el peregrinaje.

Si algo ha hecho desde que marchó, hace ya 12 años, ha sido declarar sus intenciones de volver al equipo Cuba. Es una obsesión que lo sigue y que persigue. En casi todas las entrevistas que ha dado, le pregunten o no, él ha encontrado la manera de introducir su aspiración.

Con García no hay aquello de falta de deseos, ha insistido y mucho, de una u otra forma. Su motivación crece como la espuma, quizá porque el momento se dibuja cada vez más cerca.

En los últimos días de junio, Dalia Henry, Comisionada Nacional de baloncesto y presidenta de la Federación local, explicó que se gestionó la inclusión del armador en el conjunto antillano que participó, del 2 al 4 de julio en El Salvador, en el grupo A del Pre-clasificatorio de las Américas para la Copa del Mundo FIBA 2023. No obstante, la incorporación no se concretó por «situaciones personales», de acuerdo con lo dicho por la federativa a la publicación deportiva Jit.

La repatriación, proceso que no ha concluido, fue lo que imposibilitó que el capitalino viajara al evento salvadoreño. «No tengo todavía los papeles, además, llegué muy tarde de Japón, ya los muchachos llevaban un buen tiempo entrenando. Llamé a Pepe —José Ramírez, técnico de la selección— y él me dijo que no era justo que dejara a uno de sus chicos por mí, cuando faltaban 15 o 20 días para el campeonato. A mí también se me hizo injusto.

«Ha sido un proceso muy largo, pienso que si no se ha concretado ha sido por la pandemia. De ambas partes existe la disposición, hemos conversado sostenidamente, pero por la COVID-19 hay oficinas sin brindar servicios. En 2020, cuando llegué de Argentina, durante siete meses que estuve acá, no logré resolver los trámites pertinentes. Existe la condición de que para jugar con el conjunto nacional se debe estar repatriado, pero ahora estoy en Japón para la pretemporada, lo que complica bastante el asunto. Si fueran flexibles y no pusieran ese requisito, creo que sí podría estar con el equipo en el Clasificatorio de noviembre», manifiesta.

Para el natural de la barriada de El Vedado, tantas ganas de defender el pabellón cubano se justifican con sentimientos nobles. Uno de ellos es poder ver a su familia sentada en las gradas de la Ciudad Deportiva, mientras él organiza el juego, lidera cualquier contrataque, aporta asistencias o es el alma de una remontada épica o de un éxito aplastante.

Rey no es un anotador compulsivo como Harden, aunque reconoce que cuando era más joven lo único que quería era anotar puntos. Ahora ve el básquet con otras gafas y sin descuidar la ofensiva, de hecho, es un buen artillero, comprende que su deporte depende mucho de la efectividad del juego colectivo y que ser protagonista es mejor dejarlo para ocasiones especiales.

Su método, como base que es, es estar pendiente de lo que haga falta en la cancha, «si hay que coger rebotes, trato de ir a las tablas, si necesita el balón el que está metiendo puntos, trato de asistirlo, y así. Cuando se entienden esas cosas ha llegado el momento de hablar de madurez».

Los conceptos y las implicaciones de ser un jugador profesional están tatuados en su mente. El baloncesto se ha convertido estrictamente en un trabajo que le exige horas y horas cada día y del que depende él, sus padres, sus hijos. Eso sí, advierte, sin perder la esencia que un día lo motivó de niño a «agarrar una pelota y jugar por diversión».

Con 31 años y miles de kilómetros recorridos para estabilizarse en las duelas, Reynaldo García es un hombre comprometido. Las canchas no me dejan mentir.

Por lo pronto, el activo de Saga Ballooners, de la segunda división japonesa, le da un guiño al destino: «quiero jugar aunque sea una ventana con el equipo nacional. Es un sueño que deseo cumplir antes de retirarme».

Se resiste a perder la esperanza. El tatuaje de su patria empieza en la piel y termina en el alma.

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