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Apuntes clásicos (II y final)

El equipo Cuba quedó cerca del podio y eso bastó para desatar pasiones, polémicas y también —ojalá para siempre— sacar viejos guantes remendados y hacer pelotas con lo que haya a mano para jugar en parajes invadidos por el fútbol o los yerbazales

Autor:

Norland Rosendo

Eufóricos aún por el cuarto lugar, los seguidores del Team Asere ya andan proyectando el potencial cubano para el venidero Clásico Mundial en 2026. Los saldos de la recién concluida edición dejan buenas expectativas.

Fue un resultado que superó los vaticinios en cuanto a ubicación definitiva. Casi todos los pronósticos concordaban en que clasificarse a los cuartos de final sería un éxito. Llegar a Miami, sede de la semifinal y final, se iba por encima de los cálculos más equilibrados.

Pero esto es béisbol, un deporte impredecible y excitante. Se volvió a donde nunca antes desde el histórico 2006. El equipo quedó cerca del podio y eso bastó para desatar pasiones, polémicas y también —ojalá para siempre— sacar viejos guantes remendados y hacer pelotas con lo que haya a mano para jugar en parajes invadidos por el fútbol o los yerbazales.

Se celebró como rara vez festejan los cubanos. Porque para nosotros durante mucho tiempo el asunto era de «oro o nada». Y esto último es lo que más nos ha tocado.

El cuarto lugar debe servir para inspirar, no para acomodarse a vivir de él. El Clásico, en su versión de mayor calidad de las cinco efectuadas, mostró que el béisbol, el mejor béisbol, no es cuestión de romanticismo y corazonadas, ni de impulsos y caprichos. Es talento, ciencia y pensamiento, todo eso jugado en las oficinas y entre las dos rayas de cal.

Resultó una experiencia exitosa juntar atletas de series nacionales con Grandes Ligas y jugadores de otros circuitos profesionales. Por encima de todo hubo identidad, orgullo patrio y respeto por la afición, la que sintió suyo este Cuba desde cualquier lugar del mundo y no la que ofende y odia como la fracción que en Miami empañó el espectáculo de la semifinal.

También resultó una oportunidad para aprendizajes comunes, confirmar el potencial de las sinergias propias de los nacidos en esta Isla. Se hizo un equipo y así salió en cada juego.

Quedaron, sin embargo, deudas con la nómina: faltaron bateadores de fuerza y sobraron hombres en la banca sin herramientas para situaciones ofensivas determinantes. En algunos casos se ponderaron nombres y no estados de forma. Un torneo tan corto se gana poniéndole prioridad a lo segundo.

En el campo de juego se expresaron mentalidades poco afortunadas de nuestros campeonatos domésticos. Por ejemplo: toques de bola como arma ofensiva disfuncional y manejos de la banca y el bullpen inexactos o inoportunos.

En la era de las tecnologías avanzadas, no hay dato oculto. Ya no existen jugadores sacados de debajo de la manga. De todos se sabe todo. Toca conocer con precisión de cirujano las debilidades y fortalezas de cada uno, individual y como equipo, para planificar los juegos.

Japón ganó el oro mucho antes del partido de campeonato. Su entrenamiento fue, por mucho, el mejor y la lectura del choque contra Estados Unidos es una clase magistral para nuestros atletas, técnicos y directivos.

Y no es que las jugadas salgan bien porque hay talento del que no disponemos, la clave radica en saber escoger de entre varias opciones la que más probabilidades tiene de producir beneficios.

El Team Asere, apodo polémico, pero movilizador en redes sociales digitales, vivió una experiencia de la que deben ponderarse en su justa medida los éxitos. El futuro es retador. Se gana asumiendo los desafíos con mirada crítica y objetiva, más que con exceso de loas que terminen alejándonos de la realidad.

El 2026 está ahí, al doblar de la esquina. Como quien está en segunda con la carrera del gane en sus piernas y se produjo un jit. Toca correr bien para llegar quieto a home.

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