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La parada

Juro que mirando a los niños de Bayamo y de Cuba, con su traje tricolor recorriendo la célebre avenida de Williamsport, tuve que pellizcarme porque me parecía un viaje a lo increíble

Autor:

Osviel Castro Medel

Williamsport, Estados Unidos. — De todos los sucesos vividos en esta ciudad, más allá de la competencia, hay uno que los niños de los 20 equipos de béisbol reunidos aquí nunca olvidarán: la parada.

La parada es una fiesta, un desfile de escuelas, instituciones religiosas, empresariales, sociales; de músicos, disfraces, de gente sonriente y, por supuesto, de atletas. La parada es un deseo colectivo, un acontecimiento que congrega a una ciudad entera para ver las futuras estrellas de los diamantes.

Y para los pequeños peloteros verse en una carroza, vitoreados por multitudes a ambos lados de la Calle Cuarta, significa de seguro una hermosa marca en el recuerdo.

Resulta como un beso en el alma, que crecerá a lo largo del tiempo. Como un pinchazo en la vena de la felicidad, tan difícil de canalizar en esta vida sumamente corta. 

Juro que mirando a los niños de Bayamo y de Cuba, con su traje tricolor recorriendo la célebre avenida de Williamsport, tuve que pellizcarme porque me parecía un viaje a lo increíble. Y sonreí orondo cuando anunciaron el nombre de las cuatro letras.

Muchísimos niños, pero también adultos les lanzaban pelotas de gomas para que ellos las firmaran. En cada firma iba, seguramente, un mundo de sencillez, de amor, de alegría.

Me impresionó ver a un cubanito de unos 10 años recibir la pelota devuelta desde la carroza y decir: «Mira, mira, me la firmó el hijo de Despaigne». La echó en su bolso junto a unas cuantas golosinas que le habían regalado durante la parada y comenzó a saltar.

Nuestros peloteritos levantaban las manos, brincaban, reían y señalaban con los dedos cada vez que veían algo llamativo. Unos se deslizaban ambas manos por el pecho para enseñar el nombre de Cuba, un gesto que te sacude, que te toca en lo profundo.

Muchas otras veces esos niños, casi todos salidos de hogares humildes de Bayamo, firmarán pelotas o se pasarán las manos por el pecho para señalarse el nombre de su equipo, pero ninguna vez será como esta.

Sé que recordarán mucho las jugadas de este miércoles en la grama, porque es el debut nuestro en una Serie Mundial de las Pequeñas Ligas. Pero tengo la certeza de que el afecto recibido en las calles de Williamsport viajará con ellos al mañana.

 

 

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