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El nuevo inquilino de Downing Street No.10

Gordon Brown, ex titular de Finanzas del gobierno de Blair, asume como primer ministro de Gran Bretaña  

Autor:

Luis Luque Álvarez

Gordon Brown ya saluda desde el No. 10 de Downing Street. Foto: AP

Hay nuevo primer ministro en el Reino Unido. Gordon Brown, quien hasta el miércoles fue ministro de Finanzas del gobierno laborista de Tony Blair, recibió de la reina Isabel II el encargo de formar gobierno. Nuevos tiempos, dicen unos. Continuidad, expresan otros.

Una amiga británica, Jan Fairley, me explica por correo electrónico que Brown, a quien conoció personalmente 20 años atrás, «ve las cosas desde la óptica del pueblo, y no busca fama o gloria. Él adoptará políticas para reforzar la educación y los servicios de salud como prioridad».

Según Jan, Brown desea sacar a los soldados británicos de Iraq, pero en 2003 «no pudo» oponerse a la guerra contra Iraq, por cuestión de disciplina partidista. Solo aquí hago una respetuosa corrección: 139 de 418 diputados laboristas —más de un tercio— se negaron a apoyar a Blair para que Londres participara en la agresión. ¡Igual lo pudo haber hecho Gordon!

Bien. Sigo con otros puntos de vista. Hannah Caller, del Revolutionary Communist Group, opina que Brown «¡es lo mismo que Tony Blair! El capitalismo es el problema; el cambio de líderes no es la respuesta. Te puedo asegurar que no habrá cambios para mejor bajo su liderazgo».

En un foro de la BBC, entretanto, una participante, Jaimin, del condado inglés de Kent, dice que el nuevo premier, cuando era ministro de Finanzas, «saqueó las pensiones e hizo lo peor que pudo en todo aquello a lo que le prestó atención. Si no desempeñó su papel eficientemente, ¿cómo podrá guiar a nuestro país y servirnos bien?».

Y por último, una coincidencia entre Hannah y el semanario The Economist, en una edición de principios de febrero: «Es improbable

—señalaba la publicación— que Mr. Brown haga algo ostensiblemente diferente de lo que hizo el hombre (Blair) con el que creó el Nuevo Laborismo».

Este manojo de conjeturas, y las de millones de personas más, serán evaluadas al final del mandato de Brown, quien estuvo por años a la paciente espera de que Blair le cediera el puesto, como ambos habían convenido —según rumores— durante una cena en un restaurante en 1994. En caso de acceder al poder, Tony se apartaría a la mitad de la segunda legislatura. Pero no cumplió, y ello forjó una aversión mutua que hizo historia en la prensa británica.

El nuevo premier, de 56 años, escocés, y de quien se alaba su gran capacidad intelectual y de trabajo, ha expuesto entre sus objetivos el mejoramiento de la educación y la salud (asignaturas a las que Blair se jactó de haber dedicado cuantiosos recursos, pero que ayudaron a abultar bolsillos privados), así como el enfrentamiento al cambio climático y la viabilidad de un Iraq que cada día —pese a lo que han querido ver Washington y Londres— está más lejos de su «pacificación».

En todo ello, desde luego, tratará de desmarcarse de Blair. Al menos, Brown ha reconocido que se cometieron «errores» en Iraq, y admitió implícitamente que los informes de inteligencia sobre la «amenaza» de Saddam Hussein fueron manipulados. Quizá —si bien es conocido su pro-norteamericanismo— pudiera distanciarse del desastre creado por Bush y su propio predecesor. De todos modos, a George le queda escaso tiempo en la Casa Blanca, así que Gordon podría hacer ver que no siempre está de acuerdo con él.

De momento, la popularidad del nuevo premier experimenta cierto ascenso, a contrapelo de quienes le reprochaban su frialdad y su dificultad para conectar con la gente común, algo que sí perciben en Blair y en el joven líder de la oposición conservadora, David Cameron.

La buena noticia para el inquilino de Downing Street número 10 (sede del primer ministro), es que los sondeos le están dando al Laborismo tres puntos más que al Partido Conservador (39 contra 36 por ciento, según The Observer), y que el 40 por ciento de los consultados considera a Brown más capaz que Cameron (22 por ciento).

Todo un baño de buenas cifras, ¿no? Pero eso no basta. Le queda actuar, y ganarse al público si desea un triunfo en los comicios de 2009. Hasta entonces, la sociedad británica lo observará. Y el resto del mundo, que necesita más solidaridad y menos aventuras militares, también.

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