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Cambio climático: Justos por pecadores

Entre los efectos del calentamiento global, la producción de alimentos en África se reducirá a la mitad para el 2020

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

«Calentamiento Global Bush», ironiza un caricaturista estadounidense. Verdades como estas eran de prever cuando los científicos y ambientalistas comenzaron a anunciar, hace más de veinte años, los efectos que traería el calentamiento global: la producción alimentaria en África se reducirá a la mitad para el año 2020.

Esta alarmante sentencia fue advertida recientemente por el Grupo de Expertos Internacionales de la Evolución del Clima (GEIC) en un informe publicado en Londres. Martin Parry, autor del documento y copresidente del grupo de trabajo, señala que a la gravedad del asunto contribuye la expansiva aridez de zonas como las septentrionales (el Sahel) y las australes, las más pobladas del continente.

Sin embargo, las empresas trasnacionales, encabezadas fundamentalmente por las petroleras, en un inicio acuñaron de «lunáticos» los criterios científicos, y respondieron con poderosas campañas y presiones políticas con el fin de impedir las restricciones de los gobiernos a la producción y el consumo de combustibles fósiles.

Pero a la altura del nuevo siglo, ya las evidencias son inocultables cuando ha habido un huracán Katrina en el sur de Estados Unidos, un tsunami en el Océano Índico, o terremotos en Paquistán y la India. ¿Será que las heridas duelen más en carne propia que en la ajena?

Lo cierto es que, a pesar de estos desastres naturales con pérdidas económicas inéditas y de que los países de mayores índices de polución ya vuelcan su responsabilidad sobre el tapete, el problema no parece ser tomado muy en serio por los gobiernos cabecillas de la economía mundial, cuyas respuestas no acaban de cuajar en un esfuerzo coherente y único.

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, estuvo ausente a la Conferencia sobre cambio climático que tuvo lugar en la ONU, en la apertura de su 62 Asamblea General. ¿Escasea la fuerza moral para asistir a una reunión como esta luego de haber invalidado la adhesión de su predecesor William Clinton, al Protocolo de Kyoto de 1997, arguyendo la banal y escapista razón de que no se tomaban en cuenta los topes de contaminación que podían causar países en desarrollo como la India y China?

Otro hecho que evidencia, no solo el desinterés de esta administración, sino su arrogancia y violación de la autoridad de una organización como la ONU, ha sido la realización de «su propia» conferencia sobre cambio climático, que acaba de concluir este sábado. Las palabras de la secretaria de Estado norteamericano, Condoleezza Rice, en ese encuentro, demuestran que no habrá un acuerdo que fije límite a los grandes emisores de gases nocivos, como los propios Estados Unidos. No lo quieren.

«Cada país tomará sus propias decisiones, con base en sus propias necesidades y sus propios intereses, sus propias fuentes de energía y sus propias condiciones políticas», señaló la funcionaria norteamericana.

¡Y mire que son pequeñas las necesidades de la economía norteamericana! Una fortísima maquinaria que para echar a andar y «mantenerse» como hasta hoy, luego de intervenir en Iraq y Afganistán en búsqueda del petróleo y sus rutas, enrumba sus motores hacia África.

Por ahora, mientras las grandes potencias disputan acerca de las cuotas restrictivas de emisión de dióxido de carbono, o las tierras que les garanticen su desenfreno económico, África seguirá poniendo las mayores inundaciones, como las ocurridas últimamente en Burkina Faso, Djibouti, Etiopía, Mauritania, Uganda, Ghana, Nigeria y Mali; o en el otro extremo, las devastadoras sequías de la parte austral —Zimbabwe, Suazilandia y Lesotho—, responsables de la reducción de la producción de maíz en un 20 por ciento, uno de los cereales más importantes de la parte sur del continente.

Una vez más pagan justos por pecadores.

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