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Un «Peter Pan» en defensa del indio americano

José Barreiro fue uno de los 14 000 niños y adolescentes que en el marco de la Operación «Peter Pan», salieron de la Isla entre 1960 y 1962

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Foto: Roberto Morejón Cuando José Barreiro regresó de la escuela, ya en su casa estaban hechas las maletas y ratificada la decisión de sus padres de enviarlo a los Estados Unidos. La radio estadounidense Swan en sus transmisiones ilegales mentía y afirmaba que el gobierno quería «arrebatarles» a los padres la patria potestad de sus hijos y el derecho de su educación y cuidado, para mandarlos a la URSS, donde les «lavarían el cerebro» y los convertirían en «fieles corderos comunistas».

Así, una tarde, con solo 12 años, Barreiro abandonó su natal Camagüey para ir a la capital a tomar el avión que lo llevaría a «la Tierra del Nunca Jamás», sin sus padres y acompañado solo por uno de sus hermanos.

La iglesia católica lo puso bajo la custodia de una familia norteamericana en el estado de Minnesota. Sus primeros amigos fueron indios chicanos, quienes lo introdujeron en la espiritualidad del mundo indígena americano, hasta ese momento desconocida para él, aunque confiesa que su pasión por la cultura indígena venía de mucho antes pues en su familia «hay sangre india».

Esta revelación y las lecturas martianas lo convirtieron en un defensor de los derechos de estos pueblos a través de su activismo en movimientos en contra del robo de tumbas indígenas, o de su labor periodística que comenzó en sus años de la universidad.

Hoy, José Barreiro es director asistente de investigaciones de la Institución Smithsonian en el Museo Nacional del Indio Americano, en Washington.

Durante su participación en la II Conferencia Internacional sobre el Equilibrio del Mundo, que tuvo lugar en La Habana del 28 al 30 de enero pasado, este prestigioso investigador conversó con JR.

El reencuentro con Cuba

Dieciocho años tuvieron que transcurrir, a pesar de sus intentos y deseos por regresar, para que Barreiros tuviera la suerte de reencontrarse con su patria.

«Recuerdo que en una ocasión viajé hasta México para obtener una visa en el consulado cubano, pero no pude pues en la década del 70, la política internacional no lo permitía.

«Poco después, cuando era maestro en la escuela indígena de supervivencia “Nos recordaremos”, llegó una invitación de Cuba para enviar algunos de los estudiantes al Festival de la Juventud de 1978. Me nombraron jefe del grupo porque sabía hablar español, y encantado de la vida puse mi nombre en la visa general.

«A los dos días de estar en Cuba las autoridades se percataron que un cubano había entrado con la delegación estadounidense. Yo no podía viajar a la Isla según la política existente en ese momento. Pero me aceptaron y me dieron la bienvenida. Por eso yo siempre cuento con mucho orgullo que me colé aquí la primera vez que regresé. Luego, cuando comienza la época del presidente Jimmy Carter, pude hacer un viaje más personal y visitar Camagüey, donde todavía tengo familia».

José Martí: visiones proféticas

Indígenas americanos continuán denunciando la violación de sus derechos en manifestaciones en EE.UU. En la foto, Russel Means, histórico activista indígena A pesar de estar tantos años lejos de su tierra, Barreiro nunca olvidó sus raíces ni su afición martiana. Aun recuerda las noches en que su madre le recitaba los Versos Sencillos o las tardes cuando su tía, antes de comprarle helado en el parque Agramonte, le obligaba a recitar versos del Apóstol.

«Siempre cultivé esa afinidad por Martí en la escuela. En EE.UU. busqué sus libros, y en los últimos años he estudiado la parte de su obra relacionada con el mundo indígena americano, la cual es sorprendentemente extensa y profunda.

«Deslumbra el conocimiento con el que Martí se expresa sobre estas culturas. Muchos de sus trabajos periodísticos reflejan la época del fin de las guerras indias en Norteamérica.

«En estos textos no solo resalta el conocimiento del autor sobre los atropellos y las injusticias sufridas por ese pueblo, sino que también trasluce su percepción sobre la cultura y la inteligencia indígenas, lo cual tiene una contemporaneidad que no es fácil encontrar en ningún escritor de esa época ni de la actualidad.

«Hoy casi todo se conoce, pero Martí tuvo una visión profética sobre muchos aspectos. Él vaticinó hechos que un siglo después son evidentes. En algunos de sus apuntes menciona una obra teatral que quiere escribir. Chacmol —así se llamaría la obra— trataría, según indica el Maestro en sus notas, sobre una pregunta ancestral de los pueblos indígenas: ¿qué derecho tienen un científico o un arqueólogo a quitarle a estas culturas sus piezas sagradas?

«Esta inquietud tiene su vigencia en la labor del nuevo Museo del Indio Americano, el cual tiene una filosofía de museología, que a mí me gusta llamarla: principio de respeto verdadero a las culturas que estudia.

«Otro de los chispazos proféticos de Martí se localiza en un texto suyo publicado en el periódico argentino La Nación, en el que advierte que el ejército estadounidense está a punto de agredir a los indios Sioux. Semanas después, en diciembre de 1890, ocurre la famosa masacre de Wounded Knee entre los indios norteamericanos y el gobierno.

«También tradujo la novela Ramona, de Helen Hunt Jackson, posiblemente la escritora que con mayor fortaleza defendió a los indios en ese siglo. Es muy intenso el trabajo de Martí si consideramos su corta vida —42 años—, sus numerosas tareas en la preparación de la guerra contra España, y su obra literaria. Sin embargo, no deja de estar al corriente de los indios».

—¿Cuáles son las demandas del movimiento indígena en EE.UU.?

—Las demandas fundamentales son la tenencia de tierra, y la recuperación y reclamos de territorios de importancia cultural y espiritual para sus tribus. También se preocupan por la fortaleza de sus culturas, por salvar los idiomas, y tomar la enseñanza en sus propias manos.

«El movimiento indio es soberano. Se preocupa por su existencia como pueblo y por mantener su identidad tribal, que es lo que les garantiza sus costumbres, tradiciones y continuidad generacional. Si se rompe esa concepción se pierde todo.

«La individualización del indio siempre ha sido la política de los Estados, que lo aceptan como individuo, pero un indio puede ser lakota, mojak, irokes, seneca... Siempre la política ha tratado de interrumpir esa realidad, pero no ha podido del todo pues la población indígena es muy fuerte en ese sentido, y por eso ha podido resistir tantos atropellos y problemas sociales, aunque hoy se hacen menos visibles porque vivimos en mundo moderno, con mucha más comunicación, lo cual impide el aislamiento al que estaba sometida hace más de cien años».

—¿Cuál ha sido la respuesta del movimiento indígena americano a esta política?

—El pueblo indio en EE.UU. está tomando cada vez más fuerza. Existen movimientos educacionales muy importantes, escuelas de supervivencia, y de rescate del lenguaje. Ya hoy tenemos 40 colegios tribales comunitarios en diferentes partes del país, y quedan más de 500 tribus reconocidas que quieren mantener sus jurisdicciones. El exterminio total no ocurrió y es considerable todavía la tierra que retienen los indígenas en reservaciones.

«Por otro lado, están los grupos de apoyo. Dentro de todos los países del hemisferio —incluyendo los EE.UU.— siempre ha habido un público simpatizante y que ha podido disminuir el atropello con su activismo. Cuando las tribus han sabido aprovechar esa corriente de simpatía han podido superar lo que les viene arriba.

«También, los intereses económico y políticos tratan de destruir el poder de la tribu para apoderarse de las tierras y de sus recursos naturales. Cuando en el siglo XIX sacaron a los indios de sus tierras, a muchos se les otorgó territorios que no tenían valor en ese momento porque eran muy secos y aislados. Pero a partir del siglo XX se comenzó a encontrar petróleo, uranio, minerales y hasta oro, en muchas de esas tierras. Ahora sí tienen valor y las tribus han tenido que luchar mucho para poder mantener sus dominios y utilizar esos recursos en beneficio de su gente.

«En ocasiones, algunos grupos no han podido luchar contra las corporaciones o los gobiernos que tratan de quitarles lo que les pertenece, y lo pierden todo. Por eso es tan importante la fortaleza y la unidad de la tribu y su liderazgo».

—¿Qué importancia tienen hoy las ideas de Martí cuando los movimientos indígenas se están levantando y se aboga por incorporarlos a una sociedad nueva, incluso a la construcción del socialismo del siglo XXI?

—La idea principal es incorporar y unir los diferentes movimientos. En ese sentido, Martí tiene una vigencia muy fuerte y nunca deja de ser un maestro. Las culturas indígenas tienen un socialismo natural porque se basan en el colectivismo; tienen un sentido fuerte de la cultura antimaterialista y espiritual, aunque no religioso necesariamente.

«También, ellos están muy compenetrados con la naturaleza, tienen mucho sentido de la reciprocidad y de la igualdad. Estos valores están muy enraizados. Incluso en las tribus que poseen una fuerte base económica, esos valores tradicionales coexisten, se imponen, no se borran, sino que se perpetúan en la herencia de las nuevas generaciones. Y cuando esto no sucede, se dice que hasta cierto punto se deja de ser indio».

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