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Mayra, la doctora «cubana» de Isla Ratón

Dos jóvenes médicos, una venezolana y el otro cubano, se dan la mano en  la atención de salud en esa isla en medio del río Orinoco, en Venezuela

Autor:

Juana Carrasco Martín

ISLA RATÓN, AMAZONAS.— La doctora Mayra ausculta a Bartolomé Jimón, un indígena de la etnia piaroa, quien ha llegado hasta su consultorio en esta isla de aproximadamente tres mil habitantes, en medio del río Orinoco, esplendoroso y de leyenda, aunque por aquellos días hubiera bajado considerablemente el nivel de sus aguas debido a la intensa sequía que se cernía desde hacía más de un año sobre el territorio venezolano.

Bartolomé vino desde Caño Grillo, en el Orinoco Medio, y llegó bien en la mañanita por la inmensa lengua de agua, junto con el enfermero de su localidad. Padece de úlcera gástrica, y ya estuvo en el ambulatorio del hospital de Puerto Ayacucho en una oportunidad. Ahora se hace un chequeo, controla su tratamiento, recibe las medicinas, y asegura que el padecimiento no avance.

«Con motor 40 —dice— hacemos seis horas de navegación desde la comunidad en la parroquia Guayacir, y esto es posible ahorita porque es mayor el sentimiento de amistad y nos hemos mancomunado. Nos ha beneficiado familiarizarnos a venezolanos y cubanos», asegura al hablar de la doctora Mayra y del doctor Adrián.

Cuando anda por las calles de Isla Ratón o visita los poblados indígenas del área, a Mayra Díaz López siempre los vecinos la saludan con cariño y exclaman: «Ahí va la cubana». Pero ella es oriunda del estado de Portuguesa, situado a unas 12 o 14 horas del de Amazonas, donde brinda sus servicios desde que se graduara como médico general integral, el 28 de julio de 2009.

«Así es, me dicen la doctora cubana, pero soy tan venezolana como ellos, solo que estudié en Villa Clara. Pertenezco al Batallón 51, y llegué aquí porque mi intención era participar en esta misión con los indígenas y con los cubanos, algo que considero admirable.

«Todos los días hay una experiencia nueva: partos, enfermedades endémicas como el paludismo y epidemias, para lo que siempre hay que estar bien atenta. Y es difícil, porque la población viene a nosotros cuando ya están graves. Antes los atiende el shamán. Son sus costumbres y creencias.

La carretera es la única en este territorio de selva. Para adentrarse en el Amazonas venezolano solo hay una vía: el Orinoco y sus afluentes, ese laberinto de caños surcados por las pequeñas lanchas de pasajeros o por las curiaras hechas de un solo tronco de palma de mariche.

Los beneficios en el área de la salud no son los únicos que conocen Bartolomé Jimón y su pueblo. Comunicativo, el hombre narra cuánto ha hecho el Gobierno Bolivariano por las etnias indígenas, totalmente marginadas 11 años atrás.

«La comunidad y los consejos comunales nos ayudan. Hay escuela, y ya los maestros son piaroas. Tenemos la Misión Ribas (la que garantiza el estudio del bachillerato), Simoncito (centros de cuidado y enseñanza para los niños más pequeños), y la Sucre (estudios universitarios)».

Y todavía le queda por contar a Jimón, quien encabeza su comunidad de 610 habitantes, donde 270 son alumnos: «Está la Casa de Alimentación», dice, aunque también habla de las carencias: «En los veranos sufrimos por la sequía, y la de este ha sido dura. Estamos en diligencia para conseguir la motobomba».

Los piaroa viven en el Orinoco, por el río Parguaza, el Ventuari, el Manapiare, por Guavito y por el canal Tamatama.

Pero no son la única etnia en Amazonas, donde los curripaco, piapoco, panape, baniwa, bare, yanomami, puinave, warekena, guajibo, hoti, sanema, yarabana, ye’wana y maco pueblan el extenso estado, de bello y agreste paisaje. Allí el río y la selva ofrecen todo, y donde habitaba el olvido ahora ha habido una transformación medular.

Un médico bayamés y el paciente criollo

En la consulta del doctor Adrián Reyes Alba, este atiende a José Garinonico, de 12 años, quien viene con anemia, según diagnostica de inmediato el bayamés de 29 años, observando que el muchachito ha llegado con mareo y dolor de cabeza.

Lo llevó al ambulatorio el criollo Alidio Ramírez —así llaman aquí a quienes no son de las etnias indígenas—, nacido en Maracay, estado de Aragua. Hace 14 años vive en Isla Ratón, adonde llegó como militar en servicio en la frontera con Colombia, y terminó casado con una muchacha curripaca con la que tiene dos hijos.

Alidio, quien ahora es promotor deportivo en la gobernación del estado, es buen conversador y también paciente del joven médico bayamés, así como lo fue de otros cubanos en Isla Ratón y en Puerto Ayacucho...

«Yo estaba en la Guardia Nacional y cuando tenía 24 años me declararon hipertenso; ya tengo 33. Hace unos años me dio una taquicardia fuerte, el corazón se me quería salir del pecho, me atendieron a tiempo los médicos Rafael y Raúl.

«Entré como en un trance, me iba; dejé de respirar... pero ellos me medicamentaron rápidamente, y salí...», relata con una cara de angustia por el recuerdo, que se le transforma de inmediato en sonrisa. «Gracias a los médicos cubanos, que me salvaron la vida y hasta ahora me controlan y me mantengo en 120-80.

«El doctor Jesús, el que hace los “ecos” (ecocardiogramas) en Puerto Ayacucho, me ha hecho todos los exámenes y me dijo que lo mío es ansiedad. Gracias a las medicinas lo he controlado.

«Hace 14 años, en Isla Ratón no había casi energía eléctrica, ni agua —apenas pozos profundos—, ni línea de embarcaciones. Ahora en cinco minutos por el río, llegas a Morgarito; hay tuberías de aguas blancas y aguas negras, tanques, bombas de pozo profundo, y en menos de una hora llegas a Puerto Ayacucho por la carretera.

«Soy graduado de la Ribas, en la misión obtuve mi bachillerato hace ya cinco años», dice Alidio y agradece por tanto.

Parteros en el río

Mucho ha visto Adrián en sus escasos 29 años, sobre todo en el consultorio que comparte con la doctora Mayra. Saca de su catauro de recuerdos una sola anécdota, bien reciente, y la comparte con Carlos Vicarte Fuentes, en cuya lanchita llama la atención la pulcra plancha blanca de metal situada en medio de la barca. Hacia ella señala el médico y busca el asentimiento del barquero.

«Hace diez días, en medio del Orinoco, hicimos un parto. Carlos me asistió y la madre y la niña piaroa salieron muy bien. No nos dio tiempo a llegar a la orilla. Están sanas y salvas, aunque no deja de ser un susto por lo insólito del “salón”, pero estamos preparados para todo».

Carlos, que tiene entrenamiento en la salud y su lancha es en realidad la ambulancia de esta corriente orinoquia, asomaba una sonrisa cómplice, tras la que escondía un amplio conocimiento en la materia... Él ha traído al mundo a sus nueve hijos.

Mucho más que un consultorio

Bajo un sol implacable caminamos por las calles del poblado de casitas nuevas, pasamos frente al Simoncito, una edificación moderna que atiende a los más pequeños de la isla, cruzamos la ineludible Plaza Bolívar, en una de cuyas esquinas la casa de computación e internet ostenta en su fachada, en lengua piaroa, Adiwa kuichätuküa-Infocentro Autana...

A unos cien metros está la sala de fisioterapia y rehabilitación... Los servicios están para todos, con la misma calidad de lo mejor de Caracas, y no falta nunca la atención a los pacientes que no pueden llegar hasta el poblado de Isla Ratón por vía terrestre si es tiempo de seca: un recorrido que se hace en una hora de lancha cuando el río está normal.

Agobia el calor, y los puri-puri (una especie de jejenes prácticamente invisibles y de terrible picada de nombre científico simulium) se ensañan. Hay que apurarse para que el atardecer no nos sorprenda en el regreso a Puerto Ayacucho, construido en 1924 sobre una inmensa roca de granito negro que se extiende por kilómetros hacia el territorio colombiano.

Amazonas está en lo más crudo de la seca, y en los famosos Raudales de Atures prácticamente se puede cruzar por sobre las grandes piedras hacia Colombia, a la derecha del Orinoco. Desde el mirador, el río semeja apacibles hilillos que se escurren entre los pedruscos de granito negro.

Apenas a mediados de mayo, la bendita lluvia llega. El doctor Geovanis Castellanos, un enamorado y estudioso de la región que pasó un año de su servicio entre los yanomami y ahora dirige las misiones cubanas en el estado, nos da la buena noticia en Caracas. Promete foto de los Raudales de Atures, y reitera la invitación a adentrarnos en la selva.

Amazonas y el Orinoco siempre esperan.

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