Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Grullas de papel para Japón

El terremoto y tsumani de principios de marzo y el accidente nuclear en Fukushima pueden haber cambiado el rostro de toda la nación

Autor:

Nyliam Vázquez García

El 11 de marzo de 2011 marcó para siempre la memoria del archipiélago nipón. Cuando la tierra se estremeció y moldeó olas gigantes para arrasar el noreste de la nación asiática, nadie podía imaginar que, más de un mes después, todavía se busquen cadáveres entre montañas de escombros, la contaminación radiactiva sea el enemigo invisible de los sobrevivientes y el suelo no deje de moverse bajo los pies.

El panorama posterior al evento y el modo en que se ha complejizado la situación corrobora una verdad reiterada: la catástrofe ha sumido al país en la peor crisis de su historia después de la Segunda Guerra Mundial. Y aunque todavía están por emerger las huellas más profundas e invisibles del dolor, por suerte para quienes allí habitan, habrán de sostenerlos aquellos valores tradicionales que los identifican y que han hecho de duras experiencias anteriores, ejemplos impresionantes de resurgimiento. Volver a ellos parece decisivo, mientras desde afuera podrían tejerse decenas de miles de las famosas grullas de papel con la técnica japonesa, para que los buenos deseos se cumplan.

Dicen los expertos geológicos que el terremoto de nueve grados en la escala de Richter desplazó el archipiélago de tres a cuatro metros al este y que el eje de la tierra lo hizo 15 centímetros. Sin embargo, nadie puede predecir a estas alturas cuánto habrá de moverse Japón en lo político, económico y social a partir de la tragedia.

Por lo pronto, las urgencias definen. El accidente nuclear de Fukushima, de alcance aún impredecible, la situación de los sobrevivientes y desplazados, las labores de recuperación, la ansiedad general, quizá el miedo a morir de a poco, atraviesan las largas jornadas.

Los titulares de los grandes medios de comunicación van y vienen; unas veces magnifican la situación, otras distorsionan sin pudor la realidad. Tristemente, el imperio del sol naciente es el centro del mundo, por razones bien distintas a las de antaño.

Primero el luto, después las cuentas

El trauma nacional, que no termina de acomodarse en el tejido social porque no ha habido tregua entre las malas noticias y las constantes réplicas, deja una enorme brecha a lo imprevisto. A estas alturas, y luego de las críticas que enfrenta el Gobierno por el manejo de la crisis, no pocos se aventuran a asegurar que lo ocurrido y lo que está por ocurrir podría variar, incluso, el panorama político del país, luego de la victoria histórica del Partido Democrático de Japón (PDJ) en 2009.

Los vaivenes en la cúpula de poder antes del terremoto ya eran intensos. Ahora, sin asumir una posición demasiado hipercrítica, que no conviene en tiempos de arrimar el brazo para hacer frente a la situación, pero sin comprometerse en alianzas (por si el barco finalmente hace agua), el conservador Partido Liberal-Democrático (PLD), espera que el terremoto le ayude a recuperar el trono. De hecho, el PLD ha rechazado, hasta el momento, una propuesta del primer ministro Naoto Kan de formar una gran coalición de Gobierno para encarar la recuperación.

Por lo pronto, ya tuvo lugar el primer pase de cuentas de la población contra el ejecutivo. En las recientes elecciones locales, el Gobierno encabezado por Kan sufrió pérdidas considerables. Los japoneses tratan de ser tolerantes, en medio del desconcierto. Intentan comprender la compleja situación y los grandes esfuerzos de las autoridades, sin dejar de demostrar su descontento con algunas cuestiones.

EL PDJ, que antes del terremoto tenía niveles de popularidad muy bajos —incluso se especulaba sobre un nuevo cambio de primer ministro—, paradójicamente ha encontrado en el caos cierto respiro. Aunque saben que no por mucho tiempo, porque si bien una encuesta, divulgada por Kyodo pocos días después del incidente, dio cuenta de un ascenso en la aceptación de la gestión hasta un 50 por ciento, en la actualidad ya ha descendido a 30. Esta semana tres periódicos nacionales publicaron los resultados de otras encuestas que muestran el crecimiento de la insatisfacción popular con la gestión del Gobierno.

Habrá que esperar, sobre todo cuando lo más urgente sigue siendo poner fin a la crisis nuclear en Fukushima y atender las necesidades de más de 165 000 personas que siguen viviendo en refugios, estabilizar el servicio eléctrico y el agua potable. Prima el espíritu de contención de todas las partes, una actitud impuesta por el sentimiento de luto. Tomará tiempo.

La reconstrucción

No se trata solo de levantar viviendas temporales, recoger toneladas de escombros, enviar suministros y atención médica a los refugiados, ni siquiera de la reconstrucción de la zona devastada, lo cual se estima que tardará un lustro. Lo más importante es reencauzar tantas vidas deshechas emocionalmente y evitar que en esa área intangible ocurra un segundo desastre.

No es fácil, porque los sobrevivientes, además de perder a sus familias, ven destruido su pequeño mundo. Los japoneses se enfrentan al peligro de la contaminación radiactiva, sobre la que creen no recibir toda la información de parte de la Tokyo Electric Power (Tepco), empresa administradora de la planta nuclear averiada.

El costo total de la reconstrucción todavía no se ha determinado, aunque estimados sostienen que estaría en el orden de los 310 000 millones de dólares. Ya se sabe que el Gobierno japonés tiene previsto destinar más de 47 000 millones de dólares para impulsar la reconstrucción de las zonas del norte y noreste de Japón en el presupuesto de este año, según indicó Koichiro Gemba, ministro de Estrategia Nacional, durante una sesión del Parlamento. Asimismo, el ejecutivo ofreció subvenciones a las empresas que prescindan de los despidos aunque hayan caído sus ventas y a las que empleen a discapacitados o víctimas. Del consumo interno debe depender el despegue, en la medida en que este logre dinamizar la economía nacional. Aunque también el Gobierno valora aplicar un impuesto sobre las ventas desde un tres por ciento y hasta un ocho para contribuir a la reconstrucción. Esta medida, que podría ser vista como impopular, ha recibido el apoyo de los japoneses.

Hace tres semanas se comenzó la construcción de viviendas temporales en Miyagi, una de las prefecturas más afectadas, mientras la limpieza de las áreas y la búsqueda de cadáveres no han cesado. Todas las labores, en las que participan unos 25 000 soldados japoneses y estadounidenses, se ven constantemente retrasadas por las réplicas, algunas de las cuales superaron los seis grados.

Fukushima

Pero a pesar del drama humano dejado por el terremoto y posterior tsunami, lo que centra el debate nacional, y así lo reflejan los medios, es la situación de Fukushima. Hace una semana el Gobierno admitió que demorará meses detener las fugas radiactivas, al tiempo que aumenta el temor a la contaminación de las aguas, los suelos y el aire.

Al interior de la planta los técnicos insisten en restablecer el sistema de enfriamiento de los reactores, pero la situación está muy lejos de ser controlada.

Además de los aumentos y descensos de la radiactividad —aunque las autoridades insisten en que los niveles registrados no son peligrosos para la salud—, la debacle de Fukushima también ocasiona cortes eléctricos, fundamentalmente en ciertas zonas, porque la central generaba un seis por ciento de la energía nacional.

En medio de esas complicaciones, quedó al desnudo la falta de argumentos para sostener la invulnerabilidad del uso de la atómica como fuente de energía. El tema ha generado un fuerte debate a nivel mundial. Alemania, Italia, EE.UU., Francia, China, entre otras naciones, ya han suspendido planes para construir plantas o alargar la vida de las existentes. Mientras, la Unión Europea anunció hace días una revisión de seguridad del parque nuclear.

Fukushima —donde la semana pasada fue decretado el nivel 7 en la escala INES sobre la magnitud del desastre, más por la posible acumulación de radiación que por la situación actual—, podría ser la gota que colme la copa para medir la irresponsabilidad humana. A fin de cuentas, como debió admitir Tepco, el diseño de la central fue «optimista», por estar ubicada en una de las zonas de más actividad sísmica del planeta. Con sus seis reactores estaba solo preparada para resistir un terremoto de magnitud 7 y un tsunami de 5,7 metros: todo superado por lo ocurrido el pasado 11 de marzo. Los directivos de Tepco se han disculpado en más de una ocasión con la población, pero para quienes viven lo desconocido y aún no tienen a qué atenerse sobre las consecuencias reales, no es suficiente.

De las cenizas

Muchos apuestan por un Japón más próspero superada la actual crisis. Ya lo demostraron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en muy poco tiempo se convirtieron en la segunda economía mundial (solo desplazados por China este año) y también después del terremoto de 1996 en Kobe, una zona reconstruida en menor tiempo de lo estimado y con mucha mayor pujanza que antes. Al parecer, en Japón la cuestión está en el peculiar carácter de los japoneses que, como en otras ocasiones, los puede llevar a un salto espectacular.

Según Dmitri Kósirev, un analista ruso, esa otra dimensión «los puede llevar a una erupción de vitalidad y de trabajo sin descanso, a una renovación total del país, incluyendo su sistema económico, gubernamental e incluso de la misma identidad nacional».

En ese sentido, para muchos jóvenes japoneses este mes de incertidumbres y bombardeo de malos augurios ha sido bueno para recapacitar.

«Creo que lo que ha pasado es una oportunidad para cambiar. Los japoneses consumimos demasiado, debemos revisar nuestra forma de vivir. Tendremos que potenciar otras fuentes de energía», aseguró, Yoichi Matoba, de 27 años y quien trabaja en una compañía petrolera, al enviado especial de El País.

Quienes vieron a sus padres trabajar duro para levantar y hacer próspera la nación después de la guerra, identifican en esta crisis su propia oportunidad para ser fieles a una tradición. Por eso hacen campañas para recaudar fondos, se apuntan como voluntarios y se suman con gran protagonismo a la ola de solidaridad interna y externa.

Si solo dependiera de ellos y de quienes creen en la laboriosidad y disciplina de ese pueblo, aquel suelo se inundaría de grullas de papel.

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