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Estados Unidos y la OTAN: ¡la bolsa o la vida!

Paradójicamente, la armonía interna de la Alianza bélica y las políticas de defensa de Europa son sacudidas ahora por el estandarte de Occidente que ha presidido sus campañas: el capital. Donald Trump revisó las cuentas y puso todo patas arriba

Autor:

Enrique Milanés León

Como un gran meteorito, la aparatosa «caída» de Donald Trump en la Casa Blanca provocó, desde su mismo anuncio del 9 de noviembre, ondas expansivas de todo tipo que rebasaron las costas de su inmenso país y llegaron a todos los rincones de un planeta demasiado pequeño para evadir semejantes sacudidas.

La puesta en marcha de su promesa «America First» —América primero—, que tan buena cosecha le produjo en una campaña centrada en recuperar viejas grandezas, pasa, por supuesto, por el cambio en el enfoque de las alianzas. Desde sus días de precandidato, cuando quizá en el fondo ni él mismo apostaba por la victoria de Donald Trump, el señor de la enorme chequera se había atrevido a cuestionar los cimientos de uno de los principales tótems de Occidente: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

En un mitin de esa etapa, en el estado de Wisconsin, Trump no solo se atrevió a decir que el bloque es «obsoleto», sino que envió este mensaje a los miembros de la Alianza que «no pagan su parte justa» en los gastos: «O bien paguen, incluso para las deficiencias del pasado, o tienen que salir. Y si así se rompe la OTAN, que se rompa».

Incendiando titulares, que parece ser su principal especialidad, el magnate afirmó a The New York Times que la OTAN «fue diseñada para la Unión Soviética, que ya no existe» y «no para el terrorismo».

Es el tipo de declaración que hace pensar a Anne Applebaum, columnista del periódico The Washington Post, que a Trump no solo le importan poco los aliados de Estados Unidos en la OTAN y en la Unión Europea (UE), sino que «no está por la labor de mantener los compromisos ante ellos».

De película, ¿verdad?, pero nunca una comedia, como pretenden algunos; en todo caso, se trata de un bélico filme.

Esto no significa, para nada, que el inminente presidente tenga una vocación pacifista. Se trata, como siempre, de ver cómo cada socio corre la carrera armamentista y, sobre todo, de quiénes pagan las cuentas.

Trump exige que cada cual cumpla las normas de la OTAN, según las cuales los 28 miembros deben —aunque no es un principio vinculante— invertir el dos por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) en defensa, requisito que solo satisfacen ahora Reino Unido, Grecia, Estonia y Polonia, mientras el resto de los europeos del bloque promedian un 1,45 por ciento de su PIB dedicado a las armas y Estados Unidos, el gran policía universal, emplea el 3,6 por ciento de su PIB a tal fin.

En resumen, se trata de dinero. A tal punto es sagrado el dinero para el presidente electo que ha sugerido que si un miembro de la OTAN es atacado, pero tiene adeudos en su boleta, Estados Unidos pudiera no colaborar en su defensa y limitarse a ver los ataques por la televisión.

La frase de la tele es nuestra, pero no hay dudas de que en medio de la polémica y hasta de la desfachatez electoral, Estados Unidos se ha regalado un mandatario que resume, y rezuma, la rabia nacional y el muy «americano» espíritu de culto al dinero contenido en la frase identitaria de «¡la bolsa o la vida!».

Resulta plenamente concordante con ello que Derek Collet, exfuncionario del Pentágono y asesor del German Marshall Fund —un centro de estudios sobre la cooperación entre Estados Unidos y Europa— dijera a la agencia de prensa AP que Trump «parece ver el mundo solamente a través del prisma de las transacciones financieras, hablando sobre aliados como si fueran contratistas».

La vieja europa corriendo más por las armas

Por supuesto, a los aliados no les ha hecho ni un poquito de gracia la postura de Trump sobre la OTAN. El pasado día 14, los ministros de Exteriores y de Defensa de la UE debatieron en Bruselas la nueva estrategia de seguridad del club comunitario ahora que a su «acorazado» parece entrarle agua por su banda más sólida: la estadounidense.

La seguridad común, que ha sido uno de los quebraderos de cabeza de una UE que no vive sus mejores días, vuelve al candelero con advertencias de Trump que, de materializarse, obligarían a Europa a incrementar en alrededor de 80 000 millones de euros su contribución a la OTAN para no provocar la ira del emperador que viene ni merecer sus «castigos».

La cuestión es que, justo en tiempos en que a Europa le llueven problemas y hasta conflictos lejanos —¿provocados por quién?— «descargan sus aguas» en suelo de la UE, Estados Unidos plantea que puede cerrar o hasta llevarse el paraguas blindado que, con mucho cálculo y ventajas geopolíticas, ha mantenido allá desde el cese de la Segunda Guerra Mundial.

Entonces, Europa está obligada y dispuesta a pagar más. Primera en todo en la zona, Alemania será la nación que habrá de desembolsar más a las arcas del bloque, pues tiene un déficit de casi 25 000 millones de euros con el aporte estipulado.

Al frente de un grupo de potencias disciplinadas —Francia, Italia y España— Alemania ha abogado por «comunitarizar» parte del gasto militar para que el presupuesto de la UE contribuya a financiarlo. La Comisión Europea (CE) ya propuso, como un anticipo que después podría crecer, una partida de 30 millones de euros anuales entre 2017 y 2019 para un fondo de investigación más desarrollo en función de la defensa, derribando así las actuales barreras que el presupuesto comunitario tiene para financiar proyectos bélicos.

Pero en una Unión bastante desunida, este plan de fondo común no ha conseguido consenso. Irlanda, Suecia y Austria, que no son miembros de la Alianza Noratlántica, ven con recelo la militarización de la UE o que esta duplique funciones del bloque militar; mientras que las naciones del oriente europeo —que cada día esgrimen más el acecho de una supuesta «fiera» rusa— prefieren la presunta protección de los yanquis en la OTAN que el auxilio de sus vecinos del oeste, obligados desde el otro lado del océano a requisar de nuevo sus billeteras.

Todos corren en Bruselas. Federica Mogherini, la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha llamado a demostrar que Europa «es un socio fiable que se ocupa de su propia seguridad», pero persisten las diferencias en el modo de hacerlo.

Claro que Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, no podía estar al margen en el dilema. Antes de sostener el viernes su primera conversación telefónica con Trump después de que este resultara electo, Stoltenberg había publicado en un artículo que «nos enfrentamos a los mayores retos para la seguridad en una generación» y que «no es el momento de cuestionar el valor de la asociación entre Europa y Estados Unidos».

 

Jens Stoltenberg ha asegurado a Trump que los aliados harán mayor gasto
militar.

 

Jens Stoltenberg ha asegurado a Trump que los aliados harán mayor gasto militar. Foto: EFE

Fue más lejos. Le recordó, como de soslayo, que solo la Casa Blanca invocó en la Alianza esa cláusula de autodefensa —un miembro atacado debe ser apoyado por todos— que ahora es sacudida de un trumpazo: «La única vez fue en apoyo de Estados Unidos después de los ataques terroristas del 11S. Fue más que un símbolo. La OTAN pasó a hacerse cargo de la operación en Afganistán. Cientos de miles de soldados europeos han servido en Afganistán desde entonces. Y más de mil han pagado el precio más alto en una operación que fue respuesta directa a un ataque contra los Estados Unidos», apostilló el secretario general.

Stoltenberg admite que Estados Unidos aporta casi el 70 por ciento del dinero de la OTAN y que hay que distribuir mejor la carga. La nunca detenida carrera de las armas se acentuó: solo este año —según dijo— 22 aliados aumentarán sus gastos de defensa.

Los ejércitos y las campañas no son sufragados por Estados Unidos ni por la UE: antes y después de cada guerra, la factura les toca a los pueblos. Pero así está la política: Jens Stoltenberg le dijo a Trump que «ir en solitario no es una opción» y es fácil imaginar la cara y la respuesta del otro: «Muy bien, ¿y cuánto me vas a pagar?».

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