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Voto liberador, contra viento y marea

Las elecciones presidenciales de este domingo en Venezuela se celebran bajo un asedio pocas veces visto, y pondrán otra vez a prueba la clarividencia y el valor de quienes se oponen a la intervención extranjera

Autor:

Marina Menéndez Quintero

NO en balde Nicolás Maduro, candidato de las fuerzas bolivarianas que aspira a la reelección, ha dicho que el principal derrotero de otro mandato estará en la economía.

Las elecciones de este domingo en Venezuela tienen lugar bajo un asedio foráneo pocas veces visto, causante en buena medida de la estrecha coyuntura económica y financiera, mientras se manipulan el desabastecimiento, los precios en alza y la emigración, para culpar al ejecutivo bolivariano por una crisis que no ha creado, sino esa otra guerra.

A las sanciones de Estados Unidos, que impiden desde agosto las transacciones con la principal empresa venezolana —Pdvsa—, se suman las presiones de una Unión Europea que cuestiona las presidenciales junto a más de una decena de naciones latinoamericanas, seguidoras de una estrategia política fraguada también en Washington: desconocer e ilegitimar los comicios, el único flanco desde el cual, pacíficamente, los bolivarianos pueden derrotarla conjura contra su sistema político, económico y social.

Y la añeja apuesta de Estados Unidos buscando justificación para una agresión armada, ha sido derrotada hasta ahora. Así, los halcones también tienen la vista puesta en los comicios. 

En el plano internacional, sus apetencias hallaron valladar en los países del Caribe y los miembros del ALBA que, en el marco de la OEA, han impedido la consumación de la estratagema intervencionista asida al supuesto de «falta de democracia» en Venezuela.

Ese discurso fue aderezado luego con el cuestionamiento de la convocatoria a estas presidenciales, bajo el argumento —igualmente inválido e injerencista— de que era precipitada. Después de usar el asunto para, de paso, atentar contra la unidad latinoamericana y caribeña con la conformación del antivenezolano Grupo de Lima, todavía hace tres semanas la OEA pedía una reunión extraordinaria de su consejo ejecutivo para implementar nuevas medidas de castigo contra Caracas.

Claro, que tal postura usó como caldo de cultivo a la oposición derechista más retorcida dentro de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), cuyo titular, Julio Borges, sirvió en bandeja el aperitivo a los comensales con la frustración del diálogo que sostenía con el Gobierno en República Dominicana en un momento, según trascendió, en que ya estaban listos los acuerdos.

No podía sorprender la ausencia de esos partidos acólitos de EE. UU., después de las listas de candidatos para la presidencia. Era la única forma que tenían para tildar de ilegítimo un torneo electoral que acusan ahora de fraudulento, desde que tres aspirantes opositores (Henry Falcón, de Avanzada Progresista-AP, Movimiento al Socialismo-MAS y el Partido Socialcristiano-Copei; Reinaldo Quijada, de Unidad Política Popular 89-UPP89; y Javier Bertucci, independiente) les infligieron la derrota cuando se anotaron en la liza electoral frente a Maduro.

Pero su renuencia a postular candidatos también podía tener otra causa: la división de posturas frente a unos comicios que algunos de los partidos de la MUD rechazaban y otros querían abrazar, razón por la cual tampoco podían ser capaces de presentarse con un candidato único.  

Mientras, el deseo imperial de intervención encontró escollos determinantes, de las fronteras de Venezuela hacia adentro, en la lucidez y el valor de los más de ocho millones de ciudadanos que en julio de 2017 acudieron a pronunciarse por la Asamblea Constituyente y en quienes, después, dieron amplia mayoría a los candidatos del «chavismo» durante las elecciones para gobernadores, y en la de alcaldes.

Ellos frenaron el discurso maniqueo del imperialismo y quienes se le suman, acerca de la presunta soledad política de Nicolás Maduro dentro del país. ¿Qué «dictadura» era aquella?

Esa misma luz larga es la que debe asistir hoy a esa parte del electorado que quiere paz y estabilidad, pero también una vida mejor para Venezuela.

Entenderlo en medio de tanto acoso mediático y estrecheces cotidianas, será una prueba de conciencia tan contundente, como lo fue la votación para la Constituyente.

Si entonces atenazaba una violencia que los bolivarianos tuvieron la entereza de soportar estoicamente, para no dar pie al caos y ofrecer peldaño a la intervención, el escenario hoy, en medio de la escasez económica y la crisis financiera, resulta igualmente agobiante.

Programas sociales comunitarios como los Consejos Locales para el Abastecimiento y la Producción (Clap) han sido la alternativa gubernamental para paliar la ausencia o el encarecimiento de productos alimenticios de primera necesidad, a merced del empresariado derechista.

Mientras, en el área externa, Caracas buscaba respiro con una nueva moneda: el Petro, cuyo carácter digital le permite ejercer las transacciones necesarias y burlar los bancos vigilados por la poderosa OFAC (Oficina de EE. UU. para el Control de Activos Extranjeros). 

Sin embargo, ello no ha resultado suficiente para detener una agresión que solo se contentará con el derrocamiento de la Revolución Bolivariana. Hasta hace 15 días, el vicepresidente de EE. UU., Mike Pence, llamaba a los países de la región a «sancionar» a Nicolás Maduro.

De ahí el necesario protagonismo de las masas, y la importancia de estas elecciones. Ningún «dictado» de los poderes extranjeros puede tener más fuerza y más peso que el voto del pueblo. ¿Acaso quienes atacan no dicen defender la democracia?

No obstante, las élites políticas de la derecha hemisférica y el Departamento de Estado tratarán de desconocer cualquier resultado que dibuje el triunfo bolivariano.

Habría que ver cómo reaccionan las naciones captadas por la Casa Blanca en su campaña, si la votación a favor de Maduro y la Revolución resultara tan profusa como adelantaron las encuestas.

También la asistencia a las urnas será crucial para certificar el arraigo popular de estos comicios. El último llamado de los más reaccionarios dentro de la dividida y casi inexistente MUD ha sido a la abstención, en tanto las fuerzas bolivarianas dijeron aspirar, en principio, a diez millones de votos; una cifra, en verdad, alta, tomando en cuenta que la cota histórica de las fuerzas bolivarianas en elecciones es de poco más de ocho millones de votos.

Claro que el padrón electoral se ha incrementado desde que el líder bolivariano Hugo Chávez obtuviera 8,1 millones de sufragios en el año 2012 frente al derechista Henrique Capriles Radonski. En aquellas históricas elecciones estaban habilitados para sufragar poco más de 18 millones de venezolanos. Hoy están inscritos más de 20 millones. Únicamente ellos pueden dar fe de su democracia.

Contra viento y marea, las presidenciales se celebran este domingo haciendo valer la soberanía nacional y, como otras tantas veces en ese país, no solo se decidirá su futuro.

En última instancia, lograr la derrota de la Revolución Bolivariana es el «punto de inflexión» que buscan las fuerzas derechistas hemisféricas para asegurar, como en los «tiempos de oro» de Francis Fukuyama, que llegó el fin de la historia y que en América Latina se concretó la «marcha atrás»… Aunque otra vez la suya sea una predicción equivocada.

 

Estos comicios

 

  • Más de 200 personalidades de instituciones y distintos países del mundo forman parte de la Misión de Acompañamiento que dará fe de las elecciones de este domingo.

 

  • Hoy se elige también a los miembros de los consejos legislativos de los distintos estados y municipios, para los que han presentado sus candidaturas diversas organizaciones políticas a nivel nacional y territorial.

 

  • Esta es la elección número 24 en Venezuela en los últimos 18 años.

 

El multitudinario cierre de campaña de Maduro demostró la fuerza unitaria que está con la Revolución. Foto: News front 

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