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Ultraderecha antipalestina gobernará Israel

Elecciones en Israel apuntan hacia un gobierno de la extrema derecha sionista, dispuesto a borrar del mapa al pueblo palestino y sus derechos nacionales

Autor:

Leonel Nodal

El resultado de las recientes elecciones en Israel anticipa la formación de un Gobierno de la extrema derecha sionista, dispuesto a borrar del mapa al pueblo palestino y sus derechos nacionales, incluido un Estado propio.

En realidad, pocos o ninguno eran los cambios que se podían esperar de los comicios efectuados el miércoles último, en los que, para colmo, hasta el nombre de los dos principales candidatos en la pelea es el mismo.

La diferencia entre el primer ministro Benjamín Netanyahu, líder del Partido Likud, y su oponente el ex general jefe de Estado Mayor del Ejército, Benjamín Ganz, es que al primero, de 69 años, lo apodan Bibi y a su rival, de 59, le dicen Benny.

No es poco, porque los familiares diminutivos ayudan a suavizar la imagen de los feroces políticos israelíes y su propaganda electorera.

Aunque terminaron empatados, con un leve margen de votos a favor de Netanyahu, pero cada uno con 35 escaños en el Parlamento de 120 miembros, Ganz admitió este jueves su derrota, al sentirse incapaz de reunir por lo menos una mayoría simple de 61 diputados afines.

El expediente de Netanyahu, de tipo duro y sin escrúpulos para ir adelante con su política de despojo de las tierras palestinas —entregadas a los colonos que impulsan la judaización de Cisjordania—, pudo más que las promesas de Ganz de «una política más limpia».

Con ese argumento, Ganz trató de explotar las acusaciones de corrupto que pesan sobre Bibi, pero los partidos defensores de la colonización, como los religiosos ultraortodoxos, confían más «en el malo conocido, que en el bueno por conocer».

A eso se sumó el empujón que le dio el apoyo de Donald Trump a Netanyahu al reconocer el derecho de anexar las alturas del Golán sirio.

Según los historiadores, ningún otro gobernante israelí disfrutó de una identificación semejante con un presidente de Estados Unidos.

Y eso en Israel cuenta, porque Washington inyecta al aparato gubernamental y militar del Estado sionista unos 4 000 millones de dólares anuales en ayuda no reembolsable.

La plataforma de campaña del Partido Azul y Blanco, de Ganz,  preconizó el continuo control sobre el valle del río Jordán y la conservación de los asentamientos judíos en Cisjordania, apoyo a Jerusalén «unida» como capital de Israel, y  la «separación» de los palestinos, pero sin mencionar específicamente la creación de un Estado.

Netanyahu fue tajante: en los últimos días de la campaña aseguró que de ser reelegido anexaría los asentamientos judíos en la ocupada Cisjordania, algo ilegal a luz del Derecho Internacional. Pero después del apoyo de Trump respecto al Golán, quién  no lo cree posible.

A juicio del diario The Washington Post, «la nueva coalición gobernante podría ser el Gobierno más religioso y de extrema derecha en la historia de Israel».

Los socios de Netanyahu esperan que él incorpore partes de Cisjordania a Israel como canje de un acuerdo para cambiar las leyes vigentes, a fin de otorgarle inmunidad de enjuiciamiento por cargos de corrupción y soborno.

La anexión significaría el final de una solución de dos Estados, que se prometió a los palestinos en los Acuerdos de paz de Oslo, que guían la política de Naciones Unidas.

Fin del cuento. El propio Netanyahu dijo días antes de la elección que jamás habrá un Estado Palestino independiente. Y punto.

Ese fue y sigue siendo el objetivo de los padres fundadores del Estado sionista basado en el despojo territorial y la limpieza étnica.

 

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