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EE. UU., fuente de una nueva Guerra Fría

La aviesa pretensión de Donald Trump de ser el emperador del mundo pone en riesgo mayor a una humanidad preocupada por una de las peores crisis de salud y por los perjuicios colaterales que conlleva

Autor:

Juana Carrasco Martín

China ha hecho la advertencia: un «virus político» en Washington empuja hacia una nueva Guerra Fría. Los acontecimientos le están dando la razón, y la fuente de esa «enfermedad» se aloja en la Casa Blanca, nutrida por el sistema imperial siempre en busca de ser los amos del mundo. Solo que ahora existe una pandemia que nos abarca a todos y Estados Unidos no está saliendo muy bien parado, lo que exacerba su beligerancia y búsqueda de los «culpables» en otros ámbitos del planeta, fundamentalmente apuntando a los que considera sus «enemigos».

El ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, dijo el pasado domingo que Washington está presionando a los políticos estadounidenses para que ataquen a Beijing, mediante críticas que se relacionan principalmente con la pandemia de la Covid-19, pero a decir verdad, esa «guerra» venía desde antes con sanciones comerciales y decisiones financieras que pusieron al mundo al borde de una crisis económica y a punto de recesión. La pandemia vino a dar el empujón.

Pero no camina mucho la «interferencia política» de Estados Unidos, como lo llamó el jefe de la diplomacia china, que en otros casos es franco intervencionismo económico y amenazas militares —por ejemplo, el fallido intento de bloquear la llegada solidaria del combustible iraní a la Venezuela acosada, el más reciente intento de soliviantar al pueblo venezolano para su propósito de derrocar al presidente Nicolás Maduro.

Sin embargo, se fabrican rumores sobre el nuevo coronavirus como supuesta arma biológica salida de un laboratorio en Wuhan para estigmatizar al Gigante asiático —cuyo avance socio económico, tecnológico y científico iba dejando atrás a Estados Unidos y, al mismo tiempo, el secretario de Estado Mike Pompeo asume su papel de guerrero de primera línea al calificar a China de país «hostil a las naciones libres».

La ceguera del trumpismo abarca por igual a Rusia, y en medio de la pandemia aprovecha para romper otros acuerdos internacionales o da la espalda a propuestas que tienden a enfrentar como verdadero enemigo común de la humanidad a la pandemia que ha provocado la actual crisis sanitaria mundial.

El pasado día 21, el secretario de Estado Mike Pompeo anunció que Estados Unidos se retira del Tratado de Cielos Abiertos de 1992, diciendo que se está utilizando para «socavar la paz y la seguridad internacionales», pero que podría regresar si Rusia hace concesiones. 

Este tratado, firmado por 34 países, la mayoría de uno y otro lado de la Europa beligerante durante la Guerra Fría, permite a los Estados miembros la libertad de llevar a cabo sobrevuelos de vigilancia unos de otros, con el objetivo de promover la confianza y asegurarse de que la otra parte no está construyendo una gran ofensiva contra ellos.

Aunque los expertos afirman que los satélites espías proveen de suficientes imágenes el retirarse del Open Skies, también consideran que es una peligrosa escalada en el enfrentamiento diplomático con Rusia que se une a otras agresivas deserciones estadounidenses de Washington a acuerdos y garantías de no llegar a una guerra nuclear o convencional.

Recordemos que la administración Trump, bajo su doctrina de «America First» ha abandonado el multilateralismo y los consensos mundiales y ha roto un número de importantes acuerdos como el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance
Intermedio (INF) con Rusia, que firmaron Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1987, y que prohibía los misiles nucleares de medio y corto alcance.

A solo tres días de llegar a la Casa Blanca, en enero de 2017, se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que reducía las barreras comerciales entre 12 países de rápido crecimiento en la región Asia-Pacífico y no tenía otro propósito que contrarrestar el poderío económico y diplomático de China, la que parece ser la principal piedra en sus zapatos.

Trump, en esa propensión de casa sola, en junio de ese año se aisló de 195 naciones al irse del Acuerdo de París sobre el cambio climático con el argumento de que era una barrera burocrática que impedía la libre expansión industrial, por tanto, debilitaba su economía al limitar recursos energéticos, y ello era ventajoso para China e India.

A la lista agregó en octubre de 2017, su abandono de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), alegando un presunto sesgo antisraelí; en diciembre de ese mismo año se fue del Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados, y ya sabemos cuál ha sido el trato estadounidense a quienes logran llegar a sus fronteras, sobre todo la del sur.

En mayo de 2018 le tocó el turno al acuerdo nuclear con Irán de los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, para imponer sanciones a sus anchas contra la nación persa, uno de sus principales objetivos en la mirilla de «cambio de régimen».

No dio tregua en junio, y anunció su salida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, otra vez para «proteger» su maridaje con Israel; y agosto fue para cortar los fondos que concedía a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA). No fueron estos los únicos pasos execrables contra el pueblo palestino, parte de la genocida política sionista.

Trump en guerra con el mundo y no ve las protestas que le exigen responsabilidad en el enfrentamiento a la pandemia. Esta manifestación frente a la Casa Blanca fue el 20 de mayo, en la que simularon a las víctimas letales de la crisis de salud. Foto: Reuters

Ni siquiera ha tenido compasión con sus dos más cercanos vecinos, México y Canadá, cuando tildo al Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN o NAFTA), vigente desde 1994, como «el peor acuerdo de la historia». La presión le sirvió para un nuevo tratado que benefició sobre todo a las empresas de EE. UU.

Cómo calificar la decisión de Donald Trump de retirarle los fondos a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en medio de la pandemia del SARS-CoV-2 que hasta este 26 de mayo ya ha contagiado con la
Covid-19 a por lo menos 5 648 344 personas, y le ha costado la vida a 350 287, y de esos índices lamentables Estados Unidos suma 1 718 896 contagiados y 100 371 fallecidos.

Sobre los tratados militares ya Washington y Moscú están a las puertas de la expiración del Nuevo START (Strategic Arms Reduction Treaty) o Tratado de Reducción de las Armas Estratégicas (vigente hasta el 5 de febrero de 2021), y aunque tiene la opción de extenderse hasta el año 2026, todo parece indicar que Trump también le dará la espalda, a no ser que los ciudadanos estadounidenses impongan otra política a través de las urnas el próximo noviembre.

La verdad es que desde que asumió las riendas del imperio, Donald Trump ha sido un especialista en la marcha atrás, y en su práctica de torcer brazos a «socios» y «adversarios», los primeros no pocas veces se han dejado imponer la coyunda.

Ahora mismo, la OTAN —donde manda Washington a no dudarlo— ha rechazado la oferta rusa de suspender —por ambas partes— los ejercicios militares en una Europa constreñida económicamente por la pandemia que le ha ocasionado terribles perdidas de su potencial humano.

Pero la sensatez no habita en la Avenida Pensilvania de Washington D.C., donde la residencia ocupada por Donald Trump solo sabe de presiones, sanciones, amenazas y muchas mentiras para imponer la perversa pretensión de «America Primero». 

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