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Más cerca del hambre… más lejos de la seguridad alimentaria

Las secuelas del conflicto en Europa del Este complican el panorama para el mundo pobre: extensas zonas del planeta que ya estaban aquejadas por las injustas diferencias entre el norte y el sur 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

No podía coincidir con un momento más trascendente la celebración de la Conferencia de la FAO para América Latina y el Caribe en su edición 37: a la inseguridad alimentaria que padecía ya la región, se añade ahora la agravante que significarán los que algunos llaman «saldos colaterales» del conflicto en Europa del Este.

Cierto que la región no está, de modo directo, entre las áreas más afectadas por la imposibilidad de que Rusia y Ucrania, envueltas en un enfrentamiento desatado al influjo de la geopolítica de Estados Unidos y la OTAN y agudizado en sus efectos por las sanciones contra Moscú, cumplan para este año y el que viene con las exportaciones pactadas de granos, cereales y semillas oleaginosas, rubros de los que ambas son principales proveedoras.

Asia y Pacífico, África Subsahariana, África del Norte y el Cercano Oriente serán las regiones que peor la pasarán, advierte la FAO. Pero Latinoamérica y el Caribe resultarán tocados.

Precisamente, impedir que se extienda una amenaza como el hambre, ya existente en el sur, está entre las motivaciones de la reunión de la FAO —una cita ordinaria que no responde al trance actual— y explica que entre los propósitos del encuentro se halle la promoción de sistemas agroalimentarios sostenibles, adaptados a las condiciones de cada país y que tomen en cuenta el cambio climático, transformen el campo y sean resilientes de modo que, con la necesaria soberanía alimentaria, se garantice a todos los ciudadanos el derecho humano a la alimentación.

Cuando ello se logre, momentos como este no serán tan crudos para el Sur.

El panorama siempre ha sido difícil para las naciones pobres y estaba peor como resultado de la Covid-19. Mientras la Cepal alertaba a fines de 2020 acerca de la caída del PIB regional (-8 por ciento, el doble del retroceso mundial, que fue de 4,7 por ciento) y hablaba de «recesión económica de proporciones históricas», la FAO reportaba desde el mes de febrero que el precio de los alimentos en el mundo se había incrementado por cuarto mes consecutivo y llegaba a un pico histórico de 140,7 puntos.

La cifra reflejaba un aumento de 24,1 por ciento en relación con los precios de un año atrás, cuando esa instancia de la ONU advertía que solo en 2019, el hambre había afectado en América Latina y el Caribe a 47,7 millones de personas. Era el quinto año consecutivo de aumento del hambre en la región. La situación ya era retadora, incluso, antes del impacto de la pandemia.

Y el contexto mundial comenzaba a semejar una suerte de pinza atenazando a las naciones pobres y a los individuos: menos crecimiento económico y menos capacidad de compra por un lado y, por el otro, alimentos más caros que beneficiarían a los exportadores, pero perjudicaría a los países que dependen de la importación.

En el sustrato están las injustas desigualdades dadas por la expoliación del Sur y un injusto sistema económico y financiero que sigue beneficiando al norte. 

Tormenta perfecta

Ahora se complica evitar el hambre, un concepto que no llega al añorado objetivo de lograr la seguridad alimentaria, lo que implicaría, según la FAO, que todas las personas tengan, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias, para llevar una vida activa y sana.

La nueva alarma de la propia FAO en días recientes, ha dado la vuelta al mundo. La prevista caída de 25 millones de toneladas en las exportaciones combinadas de trigo y maíz provenientes de Ucrania y Rusia, y la ausencia de tres millones de toneladas de semillas oleaginosas afectarán a sus importadores sin exclusión y provocará nuevas pérdidas en 2023, pues tampoco podrá asegurarse esa siembra.

También preocupa la ausencia de las exportaciones de fertilizantes, renglón en el que tanto Kiev como Moscú son, igualmente, punteras.

Ello se añade al encarecimiento del combustible debido a las medidas punitivas contra Moscú —el costo que primero preocupa, y que sigue en el entorno de los cien dólares el barril de crudo—, lo que continúa haciendo subir los precios de los alimentos por el coste de producción y transporte y, consecuentemente, empuja hacia arriba la inflación, en una conjugación de condiciones que analistas han llamado «la tormenta perfecta». 

Según la FAO, el costo de los alimentos podría incrementarse, a nivel mundial, entre un 20 y un 22 por ciento. Peor será, seguramente, en las naciones subdesarrolladas, donde las medidas paliativas adoptadas en algunos casos para evitar remezones sociales, podrían resultar insuficientes. Analistas no descartan nuevas escenas de inestabilidad.

No obstante las tensiones, no faltan expertos que dejen ver que el momento podría ser aprovechado por América Latina, dada su condición de exportadora neta de materias primas y, en algunos casos, de alimentos.

La guerra pone en peligro la seguridad alimentaria. Foto: Los Angeles Times.

Hace algunos días, expertos del Banco Mundial y de firmas financieras de EE. UU. conminaban a invertir en la región, sabedoras del alza que minerales como el litio, a la cabeza de las nuevas tecnologías y abundante en algunos países latinoamericanos, tendrán en el mercado.

Pero el balance no compensará a naciones del área más dependientes de la importación y escasas de recursos como El Salvador, Guatemala y Honduras, aseguraban los entendidos.

Manuel Otero, director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, afirmaba en entrevista concedida a la agencia alemana DW que solo el Caribe Oriental gasta cada año unos 8 000 millones de dólares en la compra de alimentos.    

Con las negociaciones entre Rusia y Ucrania aún sin resultados concretos; la OTAN, sin escuchar la exigencia rusa de alejar las armas de sus fronteras; y el anuncio, esta semana, de posibles nuevas medidas de castigo por parte de Estados Unidos y la Unión Europea contra Moscú, la vuelta a la estabilidad no se ve cercana, sin contar que  devolver las cosas al sitio que tenían —y no era el mejor— tomará rato.

Hay mal tiempo y este no ha llegado, precisamente, después de la calma. Lo peor es que, según Sócrates, detrás de la tormenta habrá lluvia.

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