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Biden cree que África es un ring y pelea a la riposta

Un convite de la Casa Blanca a los líderes gubernamentales de África es visto como tardía mirada a los muchos problemas de un continente rico que busca su propio desarrollo y no necesita de explotadores, solo respeto y socios para obtener beneficios mutuos

Autor:

Juana Carrasco Martín

El presidente Joseph Biden abrió las puertas de Washington para recibir en el Centro de Convenciones Walter E. Washington, durante tres días de la semana que acaba de concluir, a casi medio centenar de jefes de Estado o de Gobierno, miembros de la llamada sociedad civil y del sector privado, invitados a la primera Cumbre Estados Unidos-África que se celebra desde 2014, durante la presidencia de Barack Obama.

Ocho años sin atención prioritaria por parte de las administraciones estadounidenses —como no sea la participación del AfriCom (Comando África) en la creación de lazos militares para cementar su presencia en esa región y en los múltiples conflictos bélicos que desangran a algunas de las naciones africanas, con el pretexto de la guerra al terrorismo—, ponen en entredicho los propósitos verdaderos de la premura de ahora.

Medios informativos y centros de estudios geopolíticos occidentales apuntan a que EE. UU. ha advertido que se le pueden escapar influencias políticas y económicas sobre el rico continente a favor de otros protagonistas, visión que solidifica el carácter explotador, en busca de grandes ganancias y de dominio mundial que caracteriza al todavía poderoso imperio.

En realidad, Washington ve con preocupación que otras dos grandes potencias, a las que califica de enemigas o cuando menos de adversarias, aumentan su influencia en aquel continente, sobre todo Beijing que ha incrementado sus relaciones comerciales y también está presente en numerosas obras de infraestructura que resultan crecimiento y desarrollo para esa región matriz de la humanidad que necesita que no se le tire al olvido o se le menosprecie, que no vive solo de palabras y promesas.

Para camelar a los huéspedes, Biden lanzó esta frase: «Cuando África tiene éxito, Estados Unidos tiene éxito. Francamente, el mundo entero también tiene éxito», y previamente prometió 55 000 millones de dólares para África durante los próximos tres año. Con esa cifra estará presente en la infraestructura, la digitalización y el acceso a Internet. También en  la salud y en el enfrentamiento al cambio climático que se ensaña en el continente. Además, garantizarle a la Unión Africana una butaca en el G-20.

Casi lo mismo que dijo Barack Obama en 2014, sin prácticamente ningún resultado efectivo para el mejoramiento y el bienestar de los pueblos africano, como no fuera la presencia militar estadounidense, entrenamiento, armas y un incremento de los conflictos. Y ahora el regreso de los golpes de estado, pues solo en este 2022 ya van seis.

Mientras, su sucesor Donald Trump ni se enteró de que ese continente existe, como no fuera para llamar a algunos países africanos «agujeros de mierda», un epíteto en el cual incluyó también a Haití y a El Salvador, al que le agregó su preferencia, recibir a inmigrantes noruegos en Estados Unidos, por lo que sin ser paranoica cualquier persona podría tildarlo, cuando menos, de racista.

Pero eso no viene ahora al caso. Hay una nueva administración en Washington, la de Joe Biden y también se tomó tiempo suficiente para pensar sobre África y solo a la mitad de su mandato dirigió la asustadiza y oportunista mirada hacia el sureste allende el Atlántico.

Es importante hacer notar que el mandatario tuvo un aparte con algunos de los líderes africanos y la «deferencia» de recibirlos en la Casa Blanca, concretamente a quienes gobiernan aquellos países que en 2023 realizaran elecciones.

Jake Sullivan, su asistente de seguridad nacional reveló a la prensa que ese encuentro era «para una discusión sobre las próximas elecciones presidenciales en 2023 en África y el apoyo de Estados Unidos a elecciones libres, justas y creíbles en todo el continente». Una vez más la mano que mece la cuna… y gobierna al mundo, en su nueva acepción política de una garra injerencista en los asuntos internos de otros países, porque hace mucho que esa frase dejó de ser vista como el poema de Ross Wallace escrito en 1865 para calificar el inmenso valor de la mujer en el desarrollo humano.

«La Cumbre reafirmó nuestra determinación de trabajar en colaboración con los gobiernos, las empresas y los públicos africanos para fortalecer los lazos entre pueblos, garantizar instituciones mundiales más inclusivas y receptivas, construir una economía mundial fuerte y sostenible, fomentar nuevas tecnologías e innovación, fortalecer los sistemas de salud y prepararse para la próxima pandemia, abordar la seguridad alimentaria y las crisis climáticas, apoyar la democracia y los derechos humanos y promover la paz y la seguridad».

Uno o dos apartes en esa declaración que podría descifrarse paso a paso: «prepararse para la próxima pandemia, abordar la seguridad alimentaria». No fue mucha la ayuda que recibió el continente con la COVID-19, pero tampoco se destaca Estados Unidos, ni buena parte del mundo, en la mano solidaria tendida al 17 por ciento de la población mundial, donde desde hace años provocan estragos enfermedades como la malaria, el VIH, la tuberculosis y el cólera. 

¿Qué decir de la seguridad alimentaria? Allí 239 millones de personas sufren de desnutrición y 69 millones experimentan inseguridad alimentaria aguda, según datos de 2020, el año de inicio del coronavirus que exacerbó una situación crónica, pero no la causó, ya estaba allí. Piénsenlo.

La maravilla del siglo en la declaración mencionada que, desde la Casa Blanca, daba a conocer que establecían «un nuevo Representante Presidencial Especial para la Implementación de la Cumbre de Líderes Estados Unidos-África para coordinar los esfuerzos de implementación», y para ese cargo, decía, el Departamento de Estado nombrará al Embajador Johnnie Carson, de cuya extensa carrera diplomática, esencialmente en África, informaban y aseguraban sus credenciales para coordinar «con representantes de los gobiernos de Estados Unidos y África, la sociedad civil, el sector privado y la diáspora para garantizar que los importantes diálogos que comenzaron durante la Cumbre conduzcan a una acción duradera».

Esa curiosidad de periodista nos llevó a profundizar un poco en el pedigrí del embajador Carson, quien también fue el oficial de inteligencia nacional para África en el Consejo Nacional de Inteligencia, después de servir como vicepresidente senior de la Universidad de Defensa Nacional en Washington, DC (2003-2006); y mucho antes también se desempeñó como oficial de escritorio en la sección de África en la oficina estatal de inteligencia e investigación (1971-1974). Basta con esos datos para deducir de qué se trata.

Estados Unidos debiera aprender de qué se trata cuando se habla de relaciones. No es acordarse del otro de vez en tanto o cuando conviene a tus intereses o los veas en peligro. No es dictarle qué hacer o cómo hacer y ser.  Es cuestión de respeto.

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