Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fidel

Nada es casual. En Rusia, el Comandante en Jefe es un ídolo que habita en la mística de las mayorías

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Los choferes de ómnibus en Sochi tienden a ser personas con carácter fuerte, ásperas para comunicarse. Sonríen poco. Se concentran solo en manejar y saludan con un contundente dobroye utro (buenos días), y nada más. Muchos de ellos son personas mayores que no dominan el idioma inglés.

Al ser gente recia, cumplen estrictos lo establecido y casi nunca violan las paradas del trayecto que les asignan en este Festival Mundial de la Juventud. Con Cuba, sin embargo, uno de ellos infringió su estado natural o, tal vez, su propio código de rigidez tras el timón. Dimitri, ese es el nombre del fornido señor, según alcancé a verle en la credencial.

En el parque olímpico de Sochi, varios de los delegados cubanos esperábamos para ir a la Universidad de Sirius, sede principal de esta cita internacional. El regio chofer se negaba a llevarnos porque su viaje había concluido allí. Por un instante, incluso, casi se va, hasta que, de momento, vio la pequeña bandera cubana que colgaba en mi abrigo.

Dimitri pronunció dos palabras encajando recta la mirada en la insignia nacional, complacido y sonriente: ¿Cuba?, ¿Fidel? Y claro, a nosotros también nos nace una sonrisa orgullosa de responder siempre que sí.  Aunque nunca supe qué dijo Dimitri después, sí señaló a una pequeña foto del Che que lleva en su billetera, extendió su mano y nos convidó a montar la guagua. El recio chofer terminó siendo quien nos llevara amigable y feliz hasta la Universidad de Sirius.

Nada es casual. En Rusia, el Comandante en Jefe es un ídolo que habita en la mística de las mayorías, incluidos los jóvenes como Svetlana que, con 18 años y viviendo en una zona apartada del oriente ruso, su primera palabra al saber que somos cubanos fue la misma: «Fidel».

Hay atributos imperecederos, hombres que alumbran en todos los tiempos y que rompen las barreras idiomáticas cuando el lenguaje que predomina es, precisamente, el de las ideas, los símbolos, el de Fidel; ese hombre, como dijo su amigo, el expresidente argelino Abdelaziz Bouteflika, tenía «la rara virtud de viajar al futuro, para luego regresar a contarlo».

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