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África, un continente en cambio

Una nueva generación de líderes está haciendo valer el legado de los próceres de la descolonización

Autor:

Marina Menéndez Quintero

EL miserable y fracasado intento de Donald Trump de acusar falsa y públicamente al Gobierno de Sudáfrica de permitir abusos contra la minoría blanca, con el propósito de desacreditarlo, ha sido el más reciente intento de un país occidental de justificar y mantener su ejecutoria depredadora e intervencionista en el continente africano.

Fue una acción grotesca desde el punto de vista diplomático, pero provista de guantes de seda en el escondido, aunque resultó un visible intento de inculpar al ejecutivo de Cyril Ramaphosa de violación de los derechos humanos, como frágil mampara de la repudiada presencia militar estadounidense en aquella región.

Ramaphosa salió victorioso de la emboscada. Tres miembros blancos de su delegación, deportistas famosos, rebatieron al Presidente de EE. UU.

Pero el desaguisado trumpiano constituye apenas una evidencia de las reticencias de su nación, y de otras expotencias imperiales, a perder los privilegios de que han gozado gracias a su injerencia en África.

Antiguas metrópolis como Francia parecen resignadas al giro que han tomado los acontecimientos allá en los últimos años.

Sucesivos golpes de Estado satanizados, obviamente, desde Europa, están cambiando las cosas, y no única ni precisamente para Washington.

Aunque el Comando de África de Estados Unidos (Africom) tiene su sede en Stuttgart, Alemania, y declara que su misión es «contrarrestar las amenazas transnacionales y los actores malignos y fortalecer las fuerzas de seguridad», también confiesa que «responde a las crisis para «promover los intereses nacionales de Estados Unidos y (…) la seguridad, la estabilidad y la prosperidad regionales».

Tal reconocimiento resulta suficiente para comprender el rol intervencionista y amenazante de la casi treintena de bases militares que el Pentágono proclama tener en África.

La presencia de China y Rusia en ese espacio geográfico mediante crecientes inversiones para la cooperación, desafía los vestigios de esos poderes añejos que Europa —fundamentalmente Francia— dejó allí, y son vistas como valladar para las ansias de poder global de Estados Unidos, que están tomando fuerza con la administración Trump.

Ello pudiera explicar los motivos de la sucia y fracasada emboscada diplomática del Presidente de EE. UU. a Ramaphosa. Un mal ardid con que Washington buscaba excusas para acometer su guerra de influencias contra China, también en la extensa tierra africana.

Intervencionismo de larga data

Pero sería injusto responsabilizar a Washington del atraso secular impuesto a un continente que poco a poco, sin embargo, se desata las ataduras.

Con la llegada de Europa a América, África fue convertida por los colonizadores en fuente de una mano de obra considerada «desechable» para las entonces potencias, cuyas economías se expandían y crecían a costa de los recursos americanos, y gracias al trabajo esclavo de millones de africanos traídos a este hemisferio en condiciones tan espantosas como en las que, después, muchos sobrevivieron. Otros no pudieron.

Fueron, precisamente, las desavenencias entre aquellas naciones
europeas en torno a sus posesiones africanas, las que desembocaron en la colonización «formal» de ellas. Para dirimir las diferencias, las nacientes potencias convocaron al resto de Europa a la Conferencia de Berlín, iniciada en 1884. Al concluir en 1885, las protagonistas se habían «distribuido» y apropiado los países africanos, asumiéndolos oficialmente como colonias.

Tal ultraje ha quedado inscrito en la historia como «el reparto», y fue el inicio de una expoliación que condujo al dominio formal sobre África por parte de las potencias europeas, que condenaron a los colonizados a la dependencia y el subdesarrollo.

El 25 de mayo de 1963, el surgimiento de la Organización de la Unidad Africana (OUA), significó el primer esfuerzo conjunto y auténtico de esas naciones por terminar de despojarse del coloniaje, salvaguardar su integridad soberana y promover la cooperación intracontinental.

No fue un esfuerzo que los africanos acometieran solos. Desde la Cuba revolucionaria partió poco después el grupo de combatientes que conformaron «la guerrilla del Che» en el Congo: un episodio de internacionalismo del que en este 2025 se cumplirán 60 años, seguido luego por otras muestras solidarias.

La OUA, convertida ahora en Unión Africana, fue también el arranque para una nueva etapa, razón por la cual la fecha de su nacimiento quedó  instituido como Día de África. Con ella ascendieron a la palestra internacional nombres como los del primer presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, filósofo panafricanista, inspirador de otros movimientos independentistas, y uno de los fundadores de la OUA junto a figuras como las del militar
y luego jefe de Estado egipcio Gamal Abdel Nasser, o la del también independentista y primer presidente de la República Unida de Tanzania, Julius Nyerere.

La «segunda descolonización»

El surgimiento de nuevos y jóvenes líderes independentistas africanos demuestra que su legado está vivo, y puede reeditarse en otra generación visionaria, sabedora de cómo hacer valer la soberanía que permitirá a sus naciones disfrutar de sus riquezas para combatir la desnutrición, la falta de instrucción y, en general, las secuelas del subdesarrollo entronizado por el colonialismo.

Pese al saqueo, África sigue siendo un continente —como dirían en un filme estadounidense— «endemoniadamente» rico.

No es ese, sin embargo, el único dilema que atenaza su necesario camino al desarrollo soberano. Planea sobre ella, además, la pervivencia de rezagos de los viejos órdenes impuestos por el otrora poder colonial, básicamente, en los territorios que fueron de Francia.

Aunque han sido demonizados, muchos adjudican a ello la cadena de golpes de Estado registrados en el continente en los últimos cinco años. Algunos resultaron exitosos y han tenido lugar en la zona conocida como El Sahel,
hacia el norte del continente, donde ha sido recurrente el dominio galo.

Muchos opinan que constituyen un rechazo a sus amarras. No pocos le han llamado, por eso, «segunda descolonización». Los más osados en materia de pronósticos le llaman a lo que ocurre «viraje geopolítico».

Esas tomas del gobierno por la fuerza no han sido protagonizadas por oficiales ansiosos de poder —al menos, no en todos los casos— sino, mayormente, por militares preocupados por el estancamiento de sus países y la vulnerabilidad en que viven sus poblaciones, además de la denunciada presencia en sus naciones del yihadismo, alentado por Occidente. En todos los casos, existe un peso innegable de las malas prácticas «democráticas» instauradas por la exmetrópoli. 

La figura más conocida en torno a esos hechos es la del joven jefe de Estado de Burkina Faso, el coronel
Ibrahim Traoré. Su figura fornida sin perder esbeltez, su tersa tez de hombre de 37 años y, sobre todo, su verbo encendido de patriotismo sin exceder el comedimiento, circulan por las redes digitales y dan a conocer un mensaje antimperialista y patriótico. Mas no lo ha hecho conocido su oralidad.

Con su iniciativa se conformó en septiembre de 2023 la Alianza del Sahel, que reúne a su país junto a Mali y Níger en un pacto de apoyo y defensa mutua, que también pretende ayudar a eliminar los resabios coloniales que perviven en todo el continente.

Su gestión al frente del Gobierno ha estado encaminada a dotar a la ciudadanía de más acceso a la salud y la educación y que, para ello, recupere para su país la explotación de los recursos naturales, básicamente, del oro, arrebatándoselo a las transnacionales.

Estuvo entre los invitados que asistieron al aniversario 80 de la victoria sobre el fascismo en Moscú, donde lo recibió el presidente Vladímir Putin.

No ha sorprendido solo a sus seguidores sino, además, a los grandes empresarios y magnates con los que ha compartido espacio en los refrigerados salones de foros económicos donde ha explicado los orígenes de la deuda externa de su país en las inversiones extranjeras que lo han expoliado, anunció la reestructuración de los débitos mediante la adquisición por el Consorcio africano de bancos de desarrollo del ciento por ciento de la deuda contraída por Burkina Faso con los acreedores europeos.

El resto de la deuda, dijo, se pagará con un sistema de créditos de desarrollo sostenible, respaldado por la valoración justa de nuestros recursos naturales.

Traoré manifestó la aspiración de su país de ser tratado por otros como «socios iguales, con nuestros recursos nuestro trabajo y nuestra dignidad debidamente valorados. Los tiempos de extraer riquezas dejando solo migajas han terminado», afirmó.

Es la voz de la África que cambia.

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