Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con las manos en el corazón

Autor:

Luis Sexto

Los periodistas de la prensa impresa estamos desde ayer en Festival. Llevamos ocho años consecutivos reuniéndonos bajo un nombre que puede confundir, porque festival suele asociarse, por su raíz y la práctica, a fiesta. Es, en efecto, un festival, una fiesta, pero del pensamiento, del examen autocrítico de nuestra profesión o, mejor, de nuestro oficio. Estamos consolidando un modo original de acercarnos al Periodismo: a sus posibilidades y a nuestras manquedades. Nos estamos pasando el balón en nuestra cancha mediante el análisis del quehacer colectivo e individual. Vamos a la práctica desde la práctica viva sobre las ruedas de la teoría.

El año pasado escribí, aquí mismo, dos o tres veces sobre la prensa y los periodistas. Parecería demasiado abrir el año dirigiendo la mirada hacia nuestro ombligo de periodistas. ¿Acaso la vanidad nos desborda? Dúdelo, por favor... No nos entretenemos en mirarnos en el espejo como un narcisista de la farándula, de esos que hilvanan cuatro palabras, incluso huecas, ante cierto público y ya respiran fuerte: como los ídolos. Estamos disponiendo el lugar que nos corresponde en una sociedad racional, que intenta ser justa y que necesita ser eficiente y efectiva en medio de problemas y dificultades.

No creo que los planes de mejoramiento del país prescindan de los periodistas. No sería coherente. Desde hace mucho la prensa es, como creo recordar que dijo Hegel, el «desayuno del hombre moderno». La pista de confrontación de la realidad. Campo de perfeccionamiento. Torre de vigía. Corneta matutina que llama al debate o al combate. Eso es la prensa. Claro, la posición de los periodistas es muy engorrosa. Si todo se resolviera en un tirar piedras contra la cristalería de enfrente, la cuestión fuera un acto fácil. No niego que haya que tirar alguna piedra. Lo que ocurre es que el brazo ha de ser guiado por la responsabilidad y la lealtad.

A cuántas lealtades tiene que servir el periodista. A la verdad. A la nación. A la Revolución. A las políticas informativas. Y a los lectores. Sí, sobre todo a los lectores, aunque algunos no entiendan ese compromiso. Por momentos esas lealtades pueden resultar contradictorias y queda el periodista solo con su conciencia y su incapacidad para hacerse entender sin traicionarse ni traicionar.

La ética no exige solo obedecer. Es también conjugar el «sin embargo se mueve», sin quebrantar ningún compromiso, ni agrietar nuestra integridad moral. Por ello sostengo que el Periodismo es un oficio: tarea del corazón que se hace con las manos. Y como las manos son, quizá, los miembros más humanos del hombre —porque con las manos trabajamos, acariciamos el vientre de la mujer, la cabeza del niño—, el oficio está tocado de una integridad cordial que tal vez no tenga el término profesión. Kapuscinski, que se ha vuelto imprescindible, ha dicho que «el periodismo no es solamente una profesión, sino también una manera de vivir y de pensar». Y para el argentino Tomás Eloy Martínez —lamentablemente menos conocido entre nosotros— el compromiso del periodista con la palabra es «a tiempo completo, a vida completa».

Es decir, hace falta una dosis de cordialidad, de entrega, de sensible apropiación de la realidad asumiéndola con todo lo que uno es, con los jugos de la vida, además de con el instrumental técnico y los datos de la cultura. García Márquez ha dicho que se equivocan los que niegan que el periodista es un artista. Y traduciendo a una imagen el razonamiento de este artista que lo ha sido en la novela y también en el reportaje y la crónica, me parece que quien lo niegue está tapando la verdad con una cuartilla. Y esa cortina siempre queda corta.

Para darle largo estamos discutiendo desde ayer.

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