Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cada cual habla de la feria...

Autor:

Luis Sexto

La semana pasada visité la Feria del Libro en Colón. El día 4 de marzo partiré hacia Las Tunas y Guantánamo. Espero encontrar en esas ciudades orientales el mismo fervor que en la de ese vigoroso pueblo matancero. Quizá de este pueda decir ahora lo que todavía no puedo escribir de aquellos. Pero por cuanto conozco de estas tres ciudades, sé que no habrá diferencias: puesto el termómetro de la cultura, el mercurio subirá hasta el tope: habrá fiebre de libros, que no mata, sino cura. Por ejemplo, el primer día, en Colón se vendieron unos 70 000 pesos. Y la cifra la expongo, no con intención comercial, sino para explicar cuánta gente adquirió algún título.

La clave de ese estallido, en Colón, digo por citar un ejemplo, es la existencia de promotores culturales. La cultura no camina en solitario; se extiende porque algunos misioneros —y el sustantivo cabe con todo derecho— se encargan de predicar y gestionar los valores culturales. Los colombinos formaron desde hace años un grupo literario, algunos de cuyos miembros se reconocen mucho más allá de las fronteras locales —José Manuel Espino, o Iluminada González; también Menocal el dramaturgo, por mencionar a unos pocos—, y entre ellos debo alargar el nombre de Roberto Capote (Tirilli), director de la galería de arte. Si ustedes supieran que ese centro de exposición podría estar en cualquier avenida céntrica de la capital con igual derecho que las mejores. Tirilli y su equipo de colaboradores promueven la pintura, la escultura, la literatura, es decir, nada atinente a la sensibilidad resulta ajeno a esa casona. Allí, durante la Feria, presentó su último libro el poeta matancero Luis Lorente, ganador del premio del concurso de la casa de las Américas hace unos tres años.

En Las Tunas veré a mis amigos Renael González Batista, a Carlos Tamayo, y a otros que, al igual que en Guantánamo, son escritores cuya bibliografía mide unos cuantos pies, exaltan su terruño y permanecen en él. Qué bueno es que la raíz cuente con las ramas.

La lectura necesita promoción. Yo elogio la Feria; trato de participar en ella; me conmueven la gente y las colas por adquirir un texto... Sé también —y esto no es un jarro de agua fría, sino una imprescindible visión crítica— que en muchos hogares cubanos, incluso donde habitan profesionales, los libros no están entre los objetos de cada día. Porque sus moradores no leen. No lo creen necesario. Y quizá alguno se ufane de nunca haber leído un libro. Con lo que se deduce que aprobó la Universidad con las siempre insuficientes e incompletas notas de clases.

Otros tantos leen, pero no saben lo que leen. Cuando se quedan a medias, culpan al autor de ser «rebuscado», «elitista», etcétera. En este caso, quien culpa al escritor, jamás llegará a incrementar su cultura. ¿No nos damos cuenta de que si no entiendo lo que otros entienden es porque la insuficiencia es mía? Claro, la insuficiencia proviene de una lección mal impartida. A veces la escuela —como ha hecho notar el ensayista Luis Álvarez en su Saturno en el espejo, libro reciente que a todos hay que recomendar— solo enseña a identificar los signos y no a interpretarlos. La escritura y la lectura tienen su gradación como las matemáticas: podemos reconocer los números, pero si no estudiamos las ecuaciones, siempre quedaremos en la candidez aritmética.

Digo más: todos los textos de un periódico no se pueden leer de la misma manera. Una nota informativa podrá darnos su sentido parados en la esquina, en una lectura rápida. Pero una crónica exigirá otro momento. Y nadie puede pretender leerla de un vistazo: hace falta la participación interpretativa del lector. Mas, se acaba mi espacio, y la Feria del Libro también acabará. Que queden las ganas de seguir leyendo para que la cultura no sea solo el apunte de un aula o la imagen del televisor.

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