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Para qué sirve la dialéctica

Autor:

Luis Sexto

La luz, la lámpara, el faro son recurrentes imágenes en la interpretación de los actos humanos. Mantén la lámpara encendida, nos dice alguien, para que los ladrones no te sorprendan. Enciende las luces largas, nos recomienda algún experto, para que la carretera no se convierta en tu desgracia... Así, más o menos, luz y lámpara nunca pasan de moda en el lenguaje figurado. La lámpara y su destello, como el faro de los navegantes, nos protegen.

Esa conclusión no proviene de algún poeta. Es la experiencia que llega a nosotros en metáforas, y cuya claridad nos facilita comprender mejor el mensaje. La experiencia es un gran libro de consulta. Y la luz y sus irradiadores vienen siendo la crítica. Sí; se acumulan las experiencias porque la realidad se observa críticamente. Nadie que viva sin discriminar o distinguir lo correcto y lo incorrecto, podrá guardar la experiencia en su mochila.

Recurro a ideas ya comentadas. Y no me lo reprochen. Una columna es como un yunque; la palabra como un martillo. Y el herrero es este modesto periodista a quien le toca machacar sobre el hierro de la vida. Algunos me dicen que machaco en frío. Y no me desanimo: me atengo a mi papel y sigo, golpe tras golpe, machacando. Con fe y con esperanza, que no son solo virtudes de naturaleza religiosa, sino también de calidad social y política.

Hace falta ver la realidad críticamente. Enfocarla desde posiciones complacientes o autocomplacientes, niega la utilidad de la experiencia, incluso de la virtud. Y aun más, se aleja de la luz de la inteligencia, de la acumulación de datos que la historia —la experiencia hecha síntesis y crónica— transmite inapelablemente, recordándonos que así alguna vez se hicieron las cosas y los vientos y la lluvia las arrastraron por endebles.

Quizá la dialéctica, tan encarecida en la teoría, sea la fórmula adecuada para juzgar la realidad en que nos insertamos, realidad que es, aunque nos resistamos a admitirlo, resultado de nuestro pensar y nuestro quehacer. Enfocando nuestros actos a través del sí y el no dialécticos, podemos mejorar nuestra obra. Desde luego, para ello, hay que palpar la obra de cerca, dentro de ella, no desde los cristales de ventanas herméticas. La visión burocrática compone la antítesis de la visión dialéctica.

La mentalidad burocrática, por ejemplo, usa mucho los datos de la estadística, y suele valorarlos desde una posición absoluta. Por ello, no extraña que obrar según los números de las estadísticas, conduzca a errores. Esa es una tendencia igualitarista. Las estadísticas, desde luego, no son culpables, sino el uso que de ella hagamos. Por ejemplo, si a partir de cierta medida, algunas familias han de pagar determinada cantidad por algún servicio, la diferencia de ingresos puede acusar la injusticia de la uniformidad. Por ejemplo, núcleo que ingrese 1 000 pesos y pague 100 por determinado servicio, usará el 10 por ciento de su salario. Pero el que perciba 400 y pague, a pesar de un gasto racional, la misma cifra, empleara el 25 por ciento. Lo que significa que esta familia percibirá la sensación de que, para ella, lo que debe erogar es equivalente a 2,5 veces mayor que la familia de superior ingreso.

No es así. Pero es así. Y habrá que concluir que a los más les faltan ingresos o les sobran gastos. Esto es solo un ejemplo visto dialéctica o críticamente.

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