Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La exactitud de las cuentas

Autor:

Luis Sexto

La cuenta no es nueva: la vengo oyendo, incluso sacando, desde hace más de 15 años. Cuántos países existen en el nuestro. Geográficamente, uno; la unidad territorial es una de las prerrogativas de la nación. Pero a partir de lo físico la suma o la resta se complican ofreciendo más de un resultado.

Claro, en términos de unidad política, hemos de hablar de diversidad —excluyendo, desde luego, a cuantos se niegan, por propia voluntad, a compartir la mezcla dentro de los afanes de la Revolución. A veces, sin embargo, el término diversidad no estuvo en el diccionario predominante entre nosotros. Algunos pretendíamos construir una «unidad unánime». Recientemente, la TV difundió ciertas frases de Raúl en las que se refirió a la unidad diversa de que vengo hablando y a su contrario la unanimidad. Claro, el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros aludía, por las circunstancias en que conversaba con periodistas, a las relaciones internacionales. Pero no me parece, desde mi ubicación de televidente, que en su ánimo estuviera la intención de separar lo interno de lo externo.

Lo interno, a fin de cuentas, es lo que corresponde a esta columna. Y podemos aceptar que también en la evaluación del país se interponen ciertos matices diferenciadores, cierta diversidad de enfoques. Y aquella cuenta, aquella suma de visiones particulares arrojaba entonces —hace más de 15 años—- estas variantes: Primeramente, existía el país que muchos, quizá la mayoría, deseaban tener dentro del socialismo; luego el país que algunos creían que existía, y finalmente, el país que era en realidad. Esta síntesis, y sobra aclararlo, dimanaba de hechos y palabras percibidos en la práctica cotidiana.

Mas, no por carecer de instrumentos científicos de validación, esta diversidad se define como subjetivista. Las personas adoptan criterios ante los acontecimientos y estos suelen estar dictados hasta cierto punto por la posición que aquellas ocupan en la sociedad. ¿Serán iguales la opinión sobre la baja calidad de los zapatos del que habitualmente camina, sí, a pie, y del que comúnmente se mueve en automóvil, o podrán resultar similares el criterio de quien los compra en una shopping, a precios inaccesibles, y de quien los importa o los trae del extranjero y calza marcas caracterizadas?

Por ejemplo, ante el reciente choque de trenes en Sibanicú, escuché y leí en los medios de prensa una unánime valoración y elogio del comportamiento solidario de vecinos, instituciones, autoridades y de la disciplina de los viajeros. Ante ese accidente, que no dudo en calificar de inconcebible, nadie dijo que si bien hubo disciplina después del suceso, quizá no la haya habido antes en ciertas personas, cuando un tren golpeaba a otro que se enchuchaba para darle paso. Quien conozca algo del reglamento ferroviario, sabe que fue pensado para que ese tipo de accidente —ese tipo, precisamente— no ocurriera, salvo un error humano que violara las reglas.

Como espectador de TV y como lector de periódicos no me sentí totalmente confortado con que se realzara lo positivo del minuto después, sin ofrecer un juicio de valor sobre la probabilidad de lo negativo del minuto antes. Los viajeros que sufrieron lesiones, y cuantos pasaron un susto y las familias que perdieron a alguno de sus miembros, quizá habrían dicho alguna otra cosa.

Uno sabe que en Cuba no se ha perdido la disposición de ayudar solidaria e incondicionalmente en circunstancias extremas. Lo que sí parece que se pierde es la disciplina de todos los días. ¿Acaso debo de hacer recordar que un impacto ferroviario no es un ciclón? Los vientos y el agua destruyen y matan a pesar de la voluntad humana; los accidentes necesitan, por lo usual, la intervención de los hombres. Cuán útil hubiera sido que hubiéramos oído o leído, en racional enfoque, que el país no estaba en condiciones de tolerar accidentes como este y que la investigación llegaría al fondo y después la ciudadanía sabría las causas. Eso, a mi modo de ver, hubiera afincado la confianza en el servicio público de transporte. Lo demás, sabe a propaganda. ¿Y en qué influye el almíbar propagandístico sobre sucesos tan graves?

Con estos ejemplos he querido ilustrar la idea central de este viernes: para conseguir el país que soñamos, hay que desechar el país que creemos tener y admitir, en todos sus diversos perfiles, el país que es en realidad. Si nos atenemos a lo sugerido por la particular ubicación social de cada uno de noso- tros, posiblemente sigamos aplicando soluciones ya inoperantes a problemas que son mucho más complejos y urgentes de lo que solemos creer. Bueno, esta es mi apreciación. Y para ser consecuente con ella, no reclamo la unanimidad que asiente a la hora de leerla...

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