Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La ley delante…

Autor:

Luis Sexto

Tropezamos a menudo con la falta de respuestas o de explicaciones. Teléfonos que suenan, y ninguna voz levanta el auricular y dice: Oigo, en qué puedo servirlo. ¿No tendrán educación, habrán olvidado sus obligaciones? ¿Tendrán miedo de explicar, carecerán de argumentos? Bueno, a veces es lícito pensar que carecen de argumentos. O que no los saben utilizar. Sí. No se ofenda usted, recepcionista, o usted, funcionario o director por que los ciudadanos lleguen, y pregunten, y reclamen, o pidan, o duden. Usted, es decir, lo que usted representa, está ahí, en ese puesto, para resolver, explicar, esclarecer.

Hablo hoy de estas manifestaciones porque uno, que tiene ojos, está viendo que ciertas instituciones, o ciertas personas, van restándole significación a la finalidad de sus funciones. Es decir, progresa el esclerosamiento de su institucionalidad. Y parece de pronto que lo que nació con el fin público de servir, no sirve o sirve mal. Y, sobre todo, algunos reaccionan a determinadas demandas con una actitud defensiva que por momentos alcanza la temperatura de la soberbia. Más claro: algunos se disgustan cuando las exigencias de los destinatarios los obligan a rectificar una decisión errada.

Puedo citar ejemplos. En las últimas semanas un número de televidentes, apoyados por la prensa, lograron que un programa —inadecuado para niños según el criterio discrepante, aunque atractivo para adultos— saliera del horario infantil. La reacción del organismo aludido fue rápida, indudable: accedió a la solicitud de ciudadanos inquietos. Pero mudaron la serie para una hora tan tardía en la noche que casi suele estar en el horario de la madrugada. Pues bien, cómo asumir la elección de hora tan avanzada, apta solo para guardias nocturnos o pacientes de insomnio. Varios lectores me han comentado que la decisión les ha resonado como una frase refranesca: ¿No quieres caldo? Pues… no te doy caldo. Desde luego, pudo no haber sido esa la intención.

Recientemente, un lector consiguió con una carta —que este comentarista entregó en el lugar oportuno— la reparación de una injusticia. Al cabo de las semanas me dijo que estaba sufriendo mucha hostilidad y represalias de parte de aquellos que fueron obligados a rectificar. Y dijo más: casi todos los miembros del consejo de dirección de ese organismo municipal, me miran de reojo, me culpan por las sanciones que algunos sufrieron por mi denuncia.

¿Cómo se llama esa conducta? A mi juicio, es la soberbia que confunde el poder con el abuso. Y el término soberbia no lo empleo en el sentido común de cólera, sino de colérica reacción extrema de quien se autoestima por encima de cualquier error y cualquier corrección.

Podría citar casos en sentido contrario. Mas, me parece que los lectores saben distinguir entre lo positivo y lo negativo. Y si lo positivo nos estimula, nos ofrece confianza, lo negativo nos empuja hacia atrás. Y por tanto, me parece que la crítica ha de dirigirse a los actos que retrancan el avance de nuestra sociedad. Cierto: es recomendable divulgar las acciones constructivas; sin embargo, no creo que estas lleven en sí el poder de neutralizar el efecto de las dañinas. Y sí me parece que estas limitan el alcance de aquellas. Con frecuencia recuerdo una frase de un empresario sabio: Lo malo hace mucho ruido.

La pregunta deriva naturalmente: qué hacer ante el hecho de que un individuo, o dos, actúen de modo que se arroguen la capacidad institucional para aplicar leyes y reglas contra la razón y el orden. Me parece, pues, como me decía un lector, que hace falta una política clara y efectiva. Tan clara y efectiva que cualquiera no pueda continuar creyendo que está por encima de las instituciones. Una política constante y evidente para que ningún organismo, ni ninguna persona dentro de un organismo, pueda proceder contra el espíritu de las leyes y el propósito con que la institución apareció en el organigrama oficial. Y mucho menos actuar con la anuente indiferencia de cuantos han de formar parte de la colegialidad y la democracia socialista.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.