Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mi vecina tiene una pregunta

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Ha vuelto una y otra vez con una duda que la apoca. Ha vuelto con una hoja, e intenta tomar notas de lo que pueda explicarle el periodista, de lo que pueda hacerle entender el abogado de la otra cuadra, la doctora del consultorio del médico de la familia, o el ingeniero del barrio, aunque ya no ejerce como tal. Se basa, además, en lo que le exponen, desde juicios menos enrevesados, sin tanta academia ni rimbombancias de conceptos, sus abuelos septuagenarios, o su papá, que es obrero de la construcción, o su mamá, que es ahora cuentapropista.

A mi vecina de 12 años le han orientado una tarea extraclase, una más, una entre tantas. Y, al parecer, particularmente en esta le han conferido licencia creativa, le han insuflado cierto entusiasmo de espeleóloga social para que haga lo que entienda, para que indague donde quiera, bien en la calle, en Internet, donde se pueda. No hay sugerencia de bibliografía ni áreas de búsquedas concretas. Solo se insta a una respuesta, una o varias. Y se ha recomendado, eso sí, para la buena nota, que sea «amplia, bien amplia».

Sin olvidar cuestiones de encabezado, letra de molde y otras formalidades ya acostumbradas de trabajo práctico, a todos los de su grupo le han puesto una interrogante en el ruedo: ¿De qué modo se puede formar mejor a un ciudadano? Y ella, en tan solo tres días debe entregarle a la profe una argumentación vasta, compleja que, como resultante de su análisis, le permita reflexionar y aprender sobre el tema, y le ayude, «en el futuro», a ser entonces una mejor ciudadana.

Pero no le cabe una única argumentación, por ensanchada que esta sea, a tamaña encomienda, a una carga bastante abrumadora, ambiciosa en discurso, pero poco práctica —aunque así le llamen al ejercicio—, para alumnos del primer año de Secundaria. Y no es el nivel lo que más preocupa, sino la concreción de las contestaciones a una pregunta como esa, ajustada, precisamente, a cada nivel.

Cuando hablamos de un ciudadano, que no es una entidad abstracta, una entelequia o una sustancia incorpórea, hay que empezar por ponerle el apellido de cubano al término, hay que cualificar esa estructura sustantiva si se quiere entender de qué va la idea. Y ello, por sí solo, expresa un condicionamiento histórico y social que no le advirtieron a mi vecina, y que puede resultar esencia de respuestas un tanto inexplicadas, o de muchas otras preguntas.

Advertía hace ya un tiempo en uno de sus programas el profesor Manuel Calviño, que la formación de un ciudadano está estrechamente vinculada con la noción de educación que se tenga, si es esta más o menos participativa, por lo cual no estamos hablando de cualquiera, sino de uno específico, uno determinado, uno que más allá de formarse en valores, pueda desarrollar su capacidad de pensar, de sentir, de creer, pero sobre todo que logre decidir por sí mismo, de cara a la sociedad.

Y es que la participación, en un concepto extenso, se vincula especialmente a la enseñanza, a lo formativo, desde la infancia, con la familia y la escuela luego durante un largo trecho, al tiempo que nos vamos insertando, reconociendo y desarrollando en un sistema que se expresa en instituciones, normas, con valores de todo tipo.

Para darle alma, cuerpo y letra viva a un buen ciudadano, se necesita educar, primeramente, en el respeto a uno mismo y a lo que se determina, de modo que lo que yo decida sea una expresión consciente, entendible y bien asumida de mi responsabilidad, personal y social, con vocación de servicio.

Nos repetimos al decir que la educación no es un proceso circunscrito a un único espacio institucional, al aula y al maestro, de ocho a cuatro de la tarde. Sabemos que toca a muchos, son varios los agentes. Y la manera en que socializamos tiene que ver con las formas en que participamos, social y políticamente, y con el estilo en que entrelazan algunos de sus roles y metas las instituciones que nos rodean o están a nuestro alcance, siempre viendo al aula como un escenario clave, como un punto de equilibrio que acorte diferencias, nivele y promueve conexiones integrales más allá de sus predios.

De ahí que en la escuela, con la profe que ha puesto a pensar a mi vecina de 12 años, pueda darse la mejor respuesta sobre cómo formar mejor a un ciudadano, sobre cómo adiestrar en el ejercicio de la participación consciente y creativa, en la justa medida en que logre estimular más la explicación y la praxis de vida, el conocimiento a partir de uno mismo, y no tareas reproductivas cuyas argumentaciones, por muy enjundiosas y hasta increíbles que parezcan, acabarán por generar vacíos.

Se puede también, desde la clase, alrededor de ese lugar llamado ahora a ser el escenario más importante de la comunidad, articular estrategias que imbriquen a los muchos otros actores sociales comprometidos con la formación ciudadana, buscando traducirlo en construcciones colectivas, no dispersas, superpuestas o solapadas. De ese modo mi vecina podría explicar mejor el concepto; con mejores razones, de múltiples maneras.

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