Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El día que el azar se burló del absurdo

Autor:

Nelson García Santos

A estas alturas en que la noticia viaja en tiempo real por internet, deviene inaudito comprobar cómo, a veces, los encargados de proporcionar una información ágil sobre una inesperada fatalidad reaccionan como si estuvieran en la Edad de Piedra.

En la actualidad cualquiera, desde su computadora o celular, coloca fotos, videos y ofrece su versión sobre lo que acaba de ocurrir, llámese derrumbe, incendio, accidente del tránsito...

Lógicamente, mientras mayor magnitud tenga el hecho aciago, más rápido inundan la red de redes con las mil y una versiones de lo sucedido; sin faltar nunca, si se trata de Cuba, el escándalo orquestado por malintencionados para culpar del hecho ocurrido al sistema, aunque sea un trueno que le cayó encima a alguien.

Verdad también que si no aflora con inmediatez la debida información se destapa sobre el siniestro todo tipo de conjeturas, que solo se pueden coartar con la reacción rápida de las fuentes que tienen bajo su responsabilidad la entidad donde se produjo el suceso.

Cada día comprobamos cómo ante cualquier percance, en este mundo al alcance de un clic, las autoridades son ágiles en colocar en las redes su mensaje de los hechos, primero de una manera elemental, para fijar, al menos de inmediato, la versión oficial, mientras mantienen al tanto a la prensa, que se abalanza sobre las diversas fuentes. A esa buena práctica debemos sumarnos.

No estoy exigiendo que tengan disponibles, en minutos, todos los datos, pero tampoco pueden pasar horas para, al menos, dar una apreciación preliminar; ni tiene lógica negarse a precisar el nombre y los apellidos, por ejemplo, de un fallecido o cualquier otro detalle mediante una llamada telefónica, vía ampliamente utilizada en todos los lares por los medios de comunicación para obtener revelaciones.

¿Qué sentido sustenta cerrar esa posibilidad si se está averiguando sobre un suceso público, y no sobre nada guardado en una caja fuerte y con seis cuños?

Más que obstruir debemos abrirle el paso a la indagación de manera expedita ante el hecho nefasto. No sería nada inédito, porque así se actúa ante el azote de un huracán, un tornado o torrenciales lluvias.

Pero hay cierta reticencia, más lentitud, con determinados fenómenos. Esta circunstancia, pienso, está cobijada en funcionarios que quieren esquivar su responsabilidad de dar la información, y empiezan por realizar consultas con su superior y este con el de más arriba, mientras el reloj avanza implacable y a las tres o cuatro horas todavía faltan elementos sobre lo acontecido.

Hay también la errónea percepción de responsables que asumen como un demérito publicar algún siniestro que ocurra en su provincia. Y sé que hay quienes han comentado que a tal o más cual periodista le gusta mucho informar sobre tragedias. ¡Con esos truenos!

Sobre las incongruencias que he soportado cubriendo diferentes desastres, en mis largos años de reportero, puedo hacer un doctorado. Mas voy a cerrar con un hecho que fue el absurdo de los absurdos.

Todos los involucrados —¡qué bueno!— en los hechos que les narro estamos vivitos y coleando. Era sábado y un grupo de periodistas disfrutábamos de un almuerzo al que nos habían invitado.

Aquello estaba bastante animado, cuando de súbito mi amigo Arturo Chang, director de Vanguardia en ese momento, se levantó de la mesa celular al oído, lo cual nada tenía de extraño. Pero, por esas cuestiones inexplicables, lo mantuve bajo vigilancia visual hasta que lo vi, prácticamente corriendo, ir en busca de la puerta de salida.

Salí disparado detrás de él y ya en la calle le disparé: «Oye, chino, ¿alguna novedad en la familia?». Silencio.

«Anda, suelta», insistí. Me contestó: «Mira, se cayó cerca de Santa Clara una avioneta de pequeño porte en la que viajaba un grupo de extranjeros. Me acaban de llamar para que vaya a cubrir el siniestro en representación de un medio internacional; no está acreditada, al parecer, la nacional».

«En ese carro contigo me voy yo. Si me pongo a llamar al que puede autorizar me quedo en esa», le dije.

Partimos para el escenario de la tragedia. Fue uno de esos días en que la suerte me empató con la noticia. De más está decir que cuando me vieron descender del vehículo, cuestionaron, de inmediato: «¿Y tú qué haces aquí?».

Casi en ese mismo instante llegaban quienes iban a encabezar la conferencia de prensa con los periodistas extranjeros presentes allí. Saludaron, y ¡qué kilométrica sorpresa!, de inmediato preguntaron: «¿Quiénes están aquí de la prensa nacional?».

«Solo Juventud Rebelde representado por mi persona», respondí. Aunque no se hizo ningún comentario al respecto se desprendía de esa interrogante que se pensaba que, como debió ser, habría más medios nuestros.

¡Qué clase de ridículo si nos hubiéramos ido en blanco con la noticia aquel día, cuando la suerte sometió al absurdo de los absurdos!

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.