Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cassinga

Autor:

Yunet López Ricardo

Hacía un frío terrible en el amanecer del 4 de mayo en Chamutete, un campamento de fuerzas cubanas al sur de aquella Angola de 1978.

Los soldados ya estaban formados. Las voces de mando se alzaban. Firmes todos. Apenas nacía aquel jueves cuando les estremeció el suelo y hasta las venas el sonido de la primera bomba que caía sobre Cassinga, un centro de refugiados namibios a unos 15 kilómetros.

No hubo tiempo para entender bien la situación, y ya el ruido de tres aviones Mirage los amenazaba. «Pensamos que nos iban a arrojar metralla, pero pasaron, dieron la vuelta y luego volvimos a sentir otra explosión allá», recuerda Juan Moreno Hernández, fotorreportero de Juventud Rebelde que entonces era un subteniente de 30 años que miraba al cielo.

«Vimos a los paracaidistas sudafricanos lanzarse. Estaba claro que era una agresión a Angola, por tanto, también contra Cuba», dice hoy, luego de 40 años.

Por eso, por terraplenes arenosos que escondían minas, y bajo los golpes de la aviación sudafricana, salieron los cubanos hacia Cassinga. «En el camino tuvimos nuestros primeros muertos y heridos, los soldados de exploración, que avanzaron casi hasta la entrada de la comuna», rememora.

Y aunque el muchacho hacía un año que estaba en Angola, ya había visto a compañeros morir, pero no olvida lo que sintió en esas horas. «Me impactó tanto, porque los que estaba viendo destrozados eran los mismos muchachos con los que yo estaba conversando y jugando pelota la tarde anterior. Pero en esos momentos uno sabe que no le pueden temblar las piernas, que hay que sobreponerse». 

Y lo que vio al llegar a Cassinga, en nada se parecía al campamento donde había estado solo tres días antes. «Imagínate que hubo una actividad para celebrar el 1ro. de mayo y yo fui con algunos combatientes. El grupo nuestro era de muchos jóvenes. Allí había una escuelita para los niños, un puesto médico. Esa tarde bailamos su música tradicional y se hizo un puerco asado. Pero lo que encontré después fue el lugar donde más dolor he visto en mi vida».

Durante 12 horas habían sido masacradas alrededor de 600 personas, en su mayoría niños, mujeres y ancianos. «Yo llevaba puesto mi uniforme verdeolivo, y la orden era que al llegar lo entregáramos todo. Le di mi ropa a un jovencito. Hacía muchísimo frío, y me quedé con un pulóver y un short. Les entregamos todo, y muchos hasta la vida».

El día 5, el joven subteniente y fotógrafo desde hacía años ya, tomó las primeras fotografías de la muerte y la tristeza de Cassinga con una cámara que puso en sus manos un oficial de las fuerzas cubanas.

«Había muchos cuerpos de niños destrozados, quemados, y con heridas de bayonetas. Yo no podía dejar de pensar en la hijita que había dejado en Cuba con un año y unos meses. Todavía muchas de las fotos están aquí, en el archivo de Juventud Rebelde».

Imágenes de angustia, del llanto de la guerra, de la crueldad de algunos hombres, pero también de la valentía y el altruismo de otros, pues gracias a esos cubanos de Chamutete cientos de niños fueron salvados y traídos aquí, donde se recuperaron, estudiaron y se hicieron adultos. Uno de ellos, la jovencita de 15 años en aquel 1978, Claudia Grace Uushona, llegó a ser Embajadora de Namiba en Cuba, y agradeció siempre la generosidad de Fidel por traerla a esta Isla.

Precisamente en una de las visitas del Comandante en Jefe a Juventud Rebelde pudo aquel joven subteniente que llegó hasta la comuna aquel 4 de mayo conversar con él.

—Mire, él es uno de los sobrevivientes de Cassinga, le dijo alguien y lo señaló.

—Ah, ¿tú eres de Cassinga? Y enseguida preguntó otra vez: ¿Qué pasó ahí?

Entonces Moreno le contó la historia triste que vivió en Angola. «Tú estas vivo, me dijo. Yo estoy vivo, le respondí. Y me eché a llorar. Él me dio una palmadas en el hombro, y me felicitó».

Moreno todavía sueña con aquel amanecer frío del jueves 4 de mayo. Aún están en Chamutete las tumbas que un día cobijaron los restos de sus compañeros caídos allí; han pasado 40 años pero no el dolor; sus fotos, sus recuerdos, los de los otros soldados o de los sobrevivientes como Claudia, siguen contando las historias increíbles de la masacre sudafricana en Cassinga.

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