Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las palabras y su sentido

Autor:

Luis Sexto

Hemos comenzado. O mejor, hemos recomenzado con evidencias públicas la exigencia de la honradez y el orden en el comercio, particularmente en el agropecuario. Las pantallas domésticas mostraron lo justo de la operación de control en la plaza del Mónaco, en La Habana. Hubo regocijo entre las víctimas de algunos centros de este tipo de mercado no estatal, que nació con fines de diversificar las formas comerciales y conservarlas limpias, pero que, al crecer, se deformó casi como en un destino manifiesto.

 Por ello digo que recomenzó —no comenzó— a exigirse el predominio de la honradez, la regulación y la disciplina inherentes por ideología, política y voluntad mayoritaria del pueblo, al mercado en Cuba, a cuyos espacios tantas necesidades concurren.

 No fue este del Mónaco el primer capítulo. Hemos estado viendo, bajo los números del tiempo, una especie de filme fragmentado en capítulos o episodios. Porque las normas reimpuestas hoy, mañana se esconden debajo de ciertas tarimas. Y las trampas y la espiral de los precios recomienzan su rodaje prohibido para menores y mayores. Hasta tanto vuelvan a iluminar las luces en la sala oscura.

 No tachen mi opinión de carecer de originalidad en este enfoque. Lo sabemos: el proceder profiláctico ha de ejercerse cada día. Como la higiene que exige el baño diario. Y si me enfermo, del hígado o del pulmón —recuerdo vagamente un poema de Martínez Villena— he de ingerir los medicamentos con la frecuencia prescrita. Si predominan los saltos, pues el médico no será el responsable de mi empeoramiento.

 Me parece muy claro. La vida social, incluida la economía, no acepta soluciones intermitentes. Ni menos tolera que colguemos un indeleble letrerito en nuestro cuello para informarles a los acreedores: Hoy no puedo pagarles, mañana sí. O les advirtamos a nuestros jefes: Hoy no trabajo, mañana... será otro día. De modo, que la promesa de pagar o cumplir se aplaza jornada a jornada para un mañana que nunca ocupará un cuadrito en el almanaque. Es la ley del círculo vicioso.

 Es oportuno, pues, continuar repasando lugares comunes. El rigor, para que sea efectivo, ha de contar con ojos que nunca duerman. Un pestañazo… Y prestas, las ambiciones gestadas en placentas espurias acomodan el escenario confiando en que al abrirse los ojos de la exigencia, adormilados, y con ganas de relajar sus tensiones, crean que nadie se atreverá a reírse de las leyes, o de la solidaridad entre cubanos, y prosigan su descanso.

¿Y la realidad? Tal vez, dentro de lo anormal aparente ser normal mientras el hurto en las pesas o balanzas, la mercancía deteriorada, y los precios cada vez más expoliadores, se extiendan sin que nada los estorbe, salvo el descontento de los que llegan allí como en una opción irrenunciable.

 Desde luego, los urgidos del mercado agropecuario, ojalá nos convenzamos de que la voluntad política que clareó reglas y áreas para ese mercado liberado, abierto, no es la culpable. No fue instituido para dañar, sino para satisfacer necesidades, incluso, sacudir a las fuerzas productivas.

 Sepamos, incluso, que el cliente, el consumidor que se estime engañado, aparte de esgrimir su derecho a no comprar en esta o aquella tarima, o mercado, cuenta con la opción de denunciar. Defiéndete. Azuza al rigor. Porque la corrupción, la vista gorda, las deformaciones en el mercado, el abuso y el autoritarismo, entre otras quiebras de la moral y la política revolucionarias, prosperan cuando en su torno solo encuentran torpeza, indiferencia, o complicidad.

 Por lo dicho, sostengo que no debemos decir que comenzamos a imponer el rigor de las leyes y la disciplina social. El rigor es, o no es. Ha de estar perpetuamente recomenzando. Y renovándose en la legítima defensa de los valores de la sociedad socialista sin jamás voltear la cara hacia otro lado.

 Se sabe, compañero, me dirán algunos. Se sabe, sí. Pero saber no equivale a actuar.  

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