Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pillería pública

Autor:

Osviel Castro Medel

Llegó en un carruaje, se desmontó orondo y mostró un documento, probablemente un carné. Parecía que habían decretado un «Abran paso», porque el hombre, joven y musculoso, fue apartando a todos los que se encontraban en la multitud hasta llegar al mostrador. Finalmente compró un producto, sonrió feliz, hasta se miró los bíceps y volvió a su carroza para continuar viaje.

La escena generó calor entre los presentes. Unos esgrimieron que quizá sí tenía algún tipo de limitación invisible, aunque no fuese de verdad un «impedido», otros —con un lenguaje cubanísimo— dijeron que era un «cara de palo». No es la intención de estas líneas dilucidar la condición física o moral de aquel sujeto, sino meditar —más allá de esta escena— sobre lo que algunos llaman pillería pública, consistente en el vicio de sacar ventaja constantemente, de usar ardides, trampas, bribonadas… no importa si pasando por encima de otros seres humanos.

Si traigo el pasaje a estas páginas es porque parece repetirse a lo largo de nuestra geografía, no solo en épocas de escasez. ¿Cuántos en estos días y mucho tiempo atrás encarnaron el papel de inhabilitados para burlarse de una muchedumbre? ¿Cuántos exponen a sus propios familiares longevos al peligro, enviándolos a una diligencia de mercado (porque iban a tener prioridad) mientras se quedan en casa viendo el parte matutino? ¿Cuántos «lucharon» un carné con el propósito de obtener una prebenda?

Nadie pondría en tela de juicio que vivimos en la sociedad más justa y solidaria. Bien sabemos que en Cuba aquellos que la naturaleza o el azar mutiló, o los que andan con necesidades perentorias a cuestas, tienen la merecida preferencia. Eso es hermoso y loable. Pero cualquier prerrogativa se empaña y extravía cuando ciertos individuos nos toman el pelo y exponen limitaciones o urgencias solo para realizar lo trabajoso y no para los placeres y delicias de la existencia humana.

Resultaría necio, por otro lado, creer que es solo un asunto de colas, o que son las serias limitaciones de una economía bombardeada y acosada las generadoras de estos males. Aun en períodos de bonanza, aun en hileras de cuatro personas, brotan pícaros grandes y pequeños, pillos iletrados o doctos.

La pillería es una actitud ante la vida, un modo de colarse por cualquier resquicio, una manera que nace lo mismo en una encristalada oficina que en un oscuro almacén.

Aunque surjan normativas y regulaciones al respecto, no existen fórmulas exactas para detectar a un bribón. Sería la ciudadanía, educadamente, fundida con las instituciones, la encargada de talar al máximo al taimado y al pícaro, al simulador y al «vivo». Porque de seguir dejando que algunos, valiéndose de mañas, nos aparten del camino o nos pasen por arriba, se irían quebrando sueños de justicia y equidad que hemos acariciado durante muchos años, y no precisamente desde un leve mostrador.

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