Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las colas buenas

Autor:

Juan Morales Agüero

«Esta cola sí que está buena», le comentó una mujer a otra en las inmediaciones de Doña Nelly, una de las tiendas habilitadas por las autoridades tuneras para la venta controlada de aceite y pollo a los núcleos familiares, previa presentación de la libreta de abastecimiento. Su interlocutora convino en que sí, era una buena cola.

Obviamente, la evaluación de ambas tenía relación con la disciplina y el orden de la fila, el distanciamiento físico entre las personas, y la vigilancia atenta y perenne de los miembros del Ministerio del Interior y las organizaciones de masas, prestos a impedir el maligno merodeo de quienes intentan convertir estos angustiosos entornos en sus zonas de confort.

La primera en hablar me miró en busca de aprobación. La desilusioné, pues le dije que, en mi opinión, ninguna cola seduce. Por muy organizadas que estén, todas estresan y abruman. La incertidumbre y la agonía de la espera las convierten en pésimas expectativas. En cambio, merecen elogios las medidas para hacerlas más tolerables, menos extenuantes y con mayores garantías. Estuvo de acuerdo.

En efecto, adquirir ahora los citados productos de primera necesidad  —se ofertan cada cierto tiempo y sin subsidios— no depende de ansiedades ni de adrenalina frente a las congestionadas puertas de las tiendas. A cada libreta de abastecimiento le corresponde lo que exista en ese momento. Claro, no es cuestión de «llega y dame», pero tranquiliza saber que el nuestro está allí, seguro.

En la organización de la venta toman parte administradores de bodegas, personal de las tiendas expendedoras, delegados de circunscripción y hasta presidentes de los consejos populares. En el caso de que los productos en oferta se agoten temporalmente
—ocurre con frecuencia— no hay razones para preocuparse. Quienes queden pendientes cuentan con la garantía de adquirirlos jornadas después.

Esa manera de enfrentar los avatares de tan compleja etapa pretende distribuir más justa y equitativamente lo que se  necesita para garantizar el día a día. Además, expresa la voluntad de las autoridades de salirle al paso al caos y eliminar las ilegalidades de los especuladores que (des)
organizan a su conveniencia el ordenamiento ciudadano.

Desde su implantación en las bodegas tuneras, la alternativa de recurrir a la libreta de abastecimiento para distribuir productos de primera necesidad polarizó simpatías. Se trata de propiciar que cada familia pueda acceder a lo que hoy no abunda, si no con la asiduidad de otros tiempos, al menos con la tranquilidad de lo seguro, siempre que su billetera se lo permita o su libérrima voluntad lo determine.

Antes de activarse las ventas controladas, el pollo «alzaba el vuelo» y el aceite se esfumaba en cuestión de un par de horas. Bastaba con que alguien gritara que en tal tienda acababan de surtir para que se armara el corre-corre. Los primeros en llegar eran los acaparadores. Los menos diestros solo alcanzaban desaliento y frustraciones.

«Esta cola sí que está buena», le escuché decir a aquella mujer en la bien organizada fila donde la gente de mi bodega aguardaba por su turno. Cuando me correspondió comprar, pensé en la razón de sus palabras y en lo que hubiera sufrido si la cola hubiese sido diferente.

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