Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Defecto sin perdón

Autor:

Osviel Castro Medel

La insensibilidad parece haber carcomido el alma de no pocos compatriotas. Parece haberles anestesiado el corazón hasta convertirlo en un órgano sin palpitaciones, sin impulsos ante el problema ajeno.

Ser insensible, incluso, se ha vuelto hábito, modo, conducta de unos cuantos. Se ha vuelto —peor aún— una táctica. Y eso le va creando pesadillas y heridas a una nación cuyos sueños reposan en las esencias martianas de asistir, ayudar, amar.

La insensibilidad se ha instalado en oficinas de burócratas que se escabullen para no atender a un semejante, como si sus razones de existir fueran el aire, los protocolos o papeles y no los asuntos perentorios de los ciudadanos.

Vive y campea vigorosa en los teléfonos móviles de ciertos sujetos (y «sujetas») que no levantan la mirada ni siquiera en centros en los que debería primar la urgencia desde el primer momento. Y no escribo solo del cuerpo de guardia, la sala de ingresos u otras instalaciones vinculadas con la Salud Pública.

Corre a raudales en el agua derramada cada mañana por varias calles de nuestras ciudades mientras nos hablan por la radio, en esos mismos horarios, de la necesidad de ahorrar y las dificultades para mantener «los ciclos».

Reverdece en cuestiones de trámites. Por más digitalizaciones de la modernidad, ahorradoras de tiempo, los seres humanos siguen chocando con seres inhumanos, que levantan la voz, pelotean y se sienten realizados cuando desenfundan un pero o la espada filosa de los imposibles.

Se ha regenerado en la filosofía de los precios de quienes quieren cobrarte un ojo y la nariz, aun cuando entres en la a veces no entendida categoría de «vulnerable».

Ha irrumpido con fuerza en los equipos de música de algunos vecinos que celebran con un «pum pum pum» movedor de paredes las distintas fases de la luna o el cumpleaños del perro de la casa. Celebran por encima del fallecimiento reciente de un integrante del vecindario, algo que no sucedía en otros tiempos, supuestamente de menos educación y cultura.

La insensibilidad viaja sentada, despreocupada de modales, en el transporte público mientras un niño se pone majadero, sofocado por el calor y otras razones, en brazos de su madre, que permanece de pie.

Anda veloz en el asiento delantero de un auto, cuyo conductor padece de tortícolis moral, que le imposibilita virar la cara para adelantar al estudiante o al médico que probablemente le curará después otros padecimientos ajenos a las ficticias contracciones en el cuello.

Habita en el olvido de quienes dieron todo (hasta sudor y sangre) «por esto» y hoy no reciben ni la mínima visita que les haga más llevaderos sus padecimientos, no solo físicos.

La insensibilidad se ha mudado a numerosas instituciones, adiestradas en «autorizos», firmas, cuños y otros mecanismos diabólicos que se han hecho «normales»; pero también se ha infiltrado en cientos de nuestros hogares. A fin de cuentas son las personas —no los recintos— las que la llevan dentro.

Aunque quedan muchos más ejemplos, capaces de abarrotar estas páginas, creo sinceramente que por cada insensible, hay decenas de nuestra especie que se preocupan, sienten el dolor de otros, lo sufren de verdad. Sin embargo, puede darse el caso de que el ejercicio perenne de la indiferencia termine menoscabando un país y el daño se haga irreversible.

Espolea el espíritu escuchar al mismísimo Presidente hablar con reiteración de estos temas, como lo hizo en su último discurso, el 26 de julio («A nuestra generación le corresponde asaltar las fortalezas de la ineficiencia económica, la burocracia, la insensibilidad, el odio»), pero bien sabemos que ese asalto requiere muchas concreciones prácticas en todos los niveles.

¿Cuál será la fórmula para que en esta «Perla de mar», como la llamó la Avellaneda, terminemos de echar a un lado la indolencia, el maltrato y la apatía, sinónimos de la señora que origina estas líneas? ¿Cómo apartarla de la vida diaria?

La insensibilidad requiere un sacudón nacional para que no la sigamos excusando, perdonando, absolviendo. Bien nos decía Fidel hace 56 años, al hablar de la importancia del vínculo entre los cuadros y el pueblo, que «cualquier defecto puede ser perdonado, menos la insensibilidad».

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