Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Amanecer de euforia verde olivo

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

El 30 de noviembre de 1956 Santiago de Cuba se levantó en armas en apoyo al desembarco del yate Granma, garantía con rumbo fijo de cumplir la promesa de Fidel: «en 1956 seremos libres o mártires», y aquel amanecer de coraje e impaciencias selló el compromiso de entrega de la urbe y sus hijos con la Revolución que nacía.

Para el líder estudiantil José Tey Saint-Blancard, el Pepito Tey de la historia, por ejemplo, el despertar de aquel viernes tuvo el ardor de la pasión. «Doctora, dígale a Salvador que llegó el momento», llamaba desde la impaciencia. «Dígale que está bien», fue la respuesta inmediata de Frank País, el líder de la acción, quien por intermedio de la luchadora María Antonia Figueroa intentaba aplacar aquella euforia que admiraba.

 Todavía la ciudad recuerda su brazo de verde olivo con brazalete rojinegro y fusil en alto por fuera de la ventana del auto desde el que comandaba su grupo, estremeciendo las calles con aquel grito de: «¡Viva Cuba libre!», que coreaban atónitos sus compañeros y transeúntes.

Y es que aquel gesto de Pepito Tey avivando la mañana era el mejor símbolo de la decisión de unos 400, tan jóvenes como él, que consecuentes con la palabra empeñada, se empinaron con las armas en la mano para defender el porvenir de la Patria.

Pepito Tey lo rubricó con su sangre y su vida un rato después en el asalto a la Policía Nacional, en la Loma del Intendente, tal vez la acción más difícil de la jornada.

 «Se arriesgó mucho, quizá porque siendo el jefe sintió que tenía el deber de cubrir con su cuerpo a los demás», contó tiempo después la heroína Vilma Espín, aún conmovida por la imagen del amigo, —que el 2 de diciembre iba a cumplir 24 años—, y quien tal vez presintiendo su final, la noche anterior se despidió de sus compañeros y hasta pidió que le pusieran una rosa blanca.

Similar ardor revolucionario embargaba a Antonio Alomá Serrano, Tony, fiestero y martiano convencido de 29 años, quien cayó junto a Pepito en uno de los primeros descansos de la escalinata de Padre Pico.

Entusiasta y sonriente, Tony Alomá no debió haber estado en el Intendente, pues las normas del Movimiento lo exoneraba de participar en la acción ya que su esposa estaba embarazada de siete meses.

«Nadie puede quitarme el derecho de pelear por Cuba, he esperado demasiado tiempo para ahora quedarme quieto», fueron sus palabras a quienes intentaron proponérselo. «Vale más un minuto de pie, que una vida de rodillas», diría la noche anterior al despedirse de su mujer, Nancy Rodríguez, tal vez con la mano sobre su vientre, cual cálida caricia a la hija que no pudo conocer. 

Otro que dejó la huella de la persistencia fue Otto Parellada, Ottón, quien con la vehemencia de los convencidos y puntería beisbolera llenó de cocteles molotov las azoteas colindantes al edificio de la Policía Nacional hasta que el impacto de calibre 30 segó su vida.

La mañana en la que se estrenó el verde olivo marcó profundamente a sus protagonistas y delineó la ruta de una ciudad, que desde entonces fue entrega, complicidad, puntal. «Recuerdo vívidamente cada uno de los pensamientos que bullían en mi mente; la preocupación y ansiedad por Fidel y los compañeros (…), el cuidado por cumplir eficientemente las misiones (…) encomendadas por Frank y, sobre todo, la genuina euforia motivada por saber que aquel día podíamos ofrendar la vida a la Patria», enfatizaría años después Vilma Espín.

El 30 de noviembre de 1956 Santiago fue puño visible de un empeño que se multiplicó en Oriente, y con más o menos ardor, según la estrategia diseñada por Fidel, movió la conciencia de toda Cuba. Estudios recientes dan cuenta de cocteles molotov, consignas en las paredes, carreteras obstruidas, puntillas y alcayatas en las vías y sabotajes diversos en numerosas localidades y provincias cubanas.

El plan nacional, que trascendía el apoyo al desembarco, e intentaba conseguir la insurrección nacional, no pudo materializarse por la falta de condiciones y pertrechos, pero la ciudad llevó a puerto seguro el compromiso de Fidel de reiniciar la lucha antes del fin de año. Desde entonces Santiago es baluarte de esta Revolución verde olivo que navega fiel al entusiasmo y convicción de sus hijos.

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