Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El otro padre de Martí

Autor:

Osviel Castro Medel

Hoy, con mezcla de satisfacción y tristeza, finalizamos esta sección que, mediante 17 trabajos periodísticos, intentó acercarse modestamente no al hombre de mármol, no al «supremo», sino al ser de carne y hueso, al que padeció tormentos y enfermedades, cometió errores, tuvo conflictos, amó como pocos y se hizo sol sin pretenderlo.

Tal vez podamos en otro momento seguir contando aspectos menos divulgados de José Julián Martí Pérez, quien merece estar en nuestras cabeceras por encima de aniversarios de enero y mayo. No podíamos cerrar de manera temporal o definitiva estas entregas sin referirnos a Rafael María de Mendive (1821-1886), quien fue mucho más que el maestro venerado y respetado por Martí.

Pepe se despide de él en cada carta como «su discípulo e hijo». Y en una de esas misivas llega a confesarle, como hemos narrado en esta sección, que estuvo a punto de suicidarse por la manera en que lo trataba su padre.

«Trabajo ahora de seis de la mañana a ocho de la noche y gano cuatro onzas y media que entrego a mi padre. Este me hace sufrir cada día más, y me ha llegado a lastimar tanto que confieso a Vd. con toda la franqueza ruda que Vd. me conoce que sólo la esperanza de volver a verle, me ha impedido matarme. La carta de Vd. de ayer me ha salvado. Algún día verá Vd. mi Diario, y en él, que no era un arrebato de chiquillo, sino una resolución pesada y medida», le cuenta José Julián en octubre de 1869.

En otra epístola, fechada el 15 de enero de 1871, le comenta con emoción: «De aquí a dos horas embarco desterrado para España. Mucho he sufrido, pero tengo la convicción de que he sabido sufrir. Y si he tenido fuerzas para tanto y si me siento con fuerzas para ser verdaderamente hombre, sólo a Vd. lo debo y de Vd. y solo de Vd. es cuanto de bueno y cariñoso tengo».

Mendive, quien había quedado huérfano desde pequeño, tenía profunda formación humanista, un elevado concepto de los valores y una anchísima cultura que le permitió escribir poemas y prosas, dominar el inglés y el francés y graduarse de Derecho (1844) en la Real y Pontificia Universidad de La Habana.

Todo eso, unido a su lado independentista, influyó de manera decisiva en el camino que tomó el futuro Héroe Nacional de Cuba, quien siempre estaba orgulloso de su maestro, como le expresó a Leonor Pérez en una epístola fechada el 10 de noviembre de 1869 desde la cárcel: «Aquí todos me hablan del Sr. Mendive y eso me alegra».

El mentor de Martí estuvo entre los arrestados en las redadas posteriores a los sucesos del teatro Villanueva, en el que, en enero de 1869, se presentó la obra Perro huevero, que terminó con buena parte del público dando vivas a «la tierra que produce la caña de azúcar», incluso —se dice— algunos gritaron «¡Viva Carlos Manuel de Céspedes!». Por eso —clausurado de manera previa su colegio— fue desterrado a España, aunque logró en poco tiempo salir para Estados Unidos, país en el que permaneció hasta 1878.

Bien se sabe que la carta firmada por Martí y Fermín Valdés Domínguez, el 4 de octubre de 1869, dirigida a Carlos de Castro y de Castro, «pecado» por el que fueron juzgados, nace de las enseñanzas de Mendive: «¿Has soñado tú alguna vez con la gloria de los apóstatas? ¿Sabes tú cómo se castigaba en la antigüedad la apostasía? Esperamos tu contestación, que no puede faltar a su patria ni a sus deberes como cubano un discípulo de Rafael María de Mendive».

El periodista Víctor Pérez-Galdós, para referirse a esa influencia expuso en la reseña José Martí y su maestro Rafael María de Mendive: «En su casa y particularmente en su biblioteca, el joven Martí acostumbraba a pasar muchas horas, donde además de leer y estudiar conversaba con su maestro».

Sin embargo, después de 1871, cuando el Apóstol sale desterrado para España, hubo un distanciamiento entre ambos, al extremo de que no ha sido conservada ni una sola letra entre ellos. Al respecto, la periodista María Carla O’Connor señaló en un artículo publicado en Cubadebate, titulado Una deuda reparable con Mendive, el maestro del Maestro: «Salvador Arias, también investigador del Centro de Estudios Martianos, sugiere que la ausencia de contacto pudo deberse a la inclinación de Mendive hacia el autonomismo, tras la culminación de la Guerra de los Diez Años. Pero coincide que no debió ser la causa ya que el Hombre de Dos Ríos mantuvo amistad con figuras como Nicolás Azcárate, declarado seguidor de la corriente, a quien no convenció de abandonarla».

¿Podemos juzgar ahora a Mendive por haber abrazado el autonomismo, como hicieron otros que en principio fueron independentistas? No lo hizo ni el propio Martí, quien en 1891, cinco años después de la muerte de su mentor, «aquel enamorado de la belleza», escribió en el periódico El Porvenir, desde Nueva York: «De su vida de hombre yo no he de hablar, porque sabe poco de Cuba quien no sabe cómo peleó él por ella desde su juventud, con sus sonetos clandestinos y sus sátiras impresas (…). Prefiero recordarlo, a solas, en los largos paseos del colgadizo, cuando, callada la casa, de la luz de la noche y el ruido de las hojas fabricaba su verso; o cuando, hablando de los que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón, y le temblaba la barba».

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