Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Sobre la felicidad

Autor:

Frei Betto

LA razón principal de mi felicidad reside en dos factores: amistades conquistadas a lo largo de la vida y el sentido que le imprimo a mi existencia. Las amistades me despiertan amor y me hacen sentir amado. Es un privilegio saber que puedo tocar a la puerta de amigos y amigas a las tres de la madrugada en ciudades de Brasil y del extranjero, sin aviso previo, con la certeza de ser bien recibido.

La vida espiritual es un factor preponderante de mi bienestar. Tengo en Jesús mi paradigma vital, que me revela quién es Dios; aprendí a orar con Teresa de Ávila y Juan de la Cruz; me habitué a meditar casi diariamente. Eso me permite conservar los pies en la tierra y no pretender volar más allá de la capacidad de mis cortas alas. Y siento satisfacción en compartir lo poco que poseo.

Es evidente que, como todo el mundo, experimento momentos de tristeza y decepción, angustia y dolor del alma. Felizmente, no me dejo ahogar por esas mareas negativas. La oración y las amistades son mis boyas en las aguas turbulentas de la vida.

Considero una bendición de Dios haber llegado a los 80 años sin abrigar ninguna ambición excepto la de proseguir lo que ya hago: profundizar mi espiritualidad, convivir en armonía con mis familiares, cofrades y amigos(as), dictar conferencias y prestar eventuales asesorías para sobrevivir financieramente, y escribir, escribir, escribir.

Me hace feliz el sentido que le imprimí a mi vida. Me mueve la utopía y sueño con el mundo preconizado por el profeta Isaías, en el que el niño jugará en la cueva del león y las armas se transformarán en azadas. Y en el seguimiento de Jesús tengo como principio ponerme del lado de los oprimidos, aunque parezcan no tener razón.

Soy plenamente consciente de que mi vida llegó al ocaso: mi cabello encaneció, mis músculos se volvieron fláccidos, los movimientos de mi cuerpo perdieron agilidad, las visitas a la farmacia y a los médicos son más frecuentes. Eso no me asusta. Al contrario de otrora, admito que no veré el mundo de justicia y paz —«la globalización de la solidaridad»— al cual he dedicado mi existencia.

Me consuela la certeza de que no participaré de la cosecha, pero me he empeñado en ser semilla.

Mi cofrade Santo Tomás de Aquino subrayó que toda persona, en todo lo que hace, busca su felicidad. Incluso al practicar el mal. Nadie actúa contra su propio bien. Busca la felicidad tanto el que promueve la guerra como quien se niega a combatir en ella. Por tanto, poseemos la libido felicitatis o la pulsión de ser felices.

Tomás se basó en Aristóteles, quien en su libro Ética a Nicómaco escribió que todos los bienes son medios para alcanzar el bien mayor: un estado de «satisfacción de todas nuestras inclinaciones» (Kant), de plenitud. Ese estado difiere del placer, que es efímero, y de la alegría, «el placer que el alma siente cuando considera garantizada la posesión de un bien presente o futuro» (Leibniz) o «una conducta mágica que tiende a alcanzar, por encantamiento, la posesión del objeto deseado como totalidad instantánea» (Sartre).

Por tanto, la felicidad es el «perfecto contentamiento del espíritu y la profunda satisfacción interior: vivir en beatitud no es más que tener el espíritu perfectamente contento y satisfecho» (Descartes).

Sin embargo, basta echar una mirada alrededor para ver cuánta infelicidad existe: depresión, dependencia química, criminalidad precoz, hambre, guerras, migraciones forzadas, trabajo esclavo, feminicidio, etc.

Hay que distinguir entre felicidad, alegría y placer. El placer consiste en complacer los cinco sentidos: degustar un buen vino, contemplar una pintura, escuchar la música que nos provoca buenas emociones, etc. Los placeres son momentáneos, epidérmicos. No duran. Y quien los confunde con la felicidad anda siempre en busca de nuevas sensaciones con el propósito de sentirse feliz.

La alegría también es momentánea. Sentimos alegría al volver a ver a la persona amada, recibir un homenaje, asistir a una buena película, aplaudir la victoria del equipo de nuestra preferencia, celebrar una fecha importante con la familia y los amigos o vencer un desafío profesional.

Pero nadie siente placer o alegría cuando contrae una enfermedad, ante una catástrofe natural o al ser perseguido. No obstante, aun así, es posible ser feliz. He ahí la diferencia. Incluso cuando siente dolor y sufre una persona puede ser feliz, siempre que sepa integrar las adversidades en el sentido que le imprimió a su existencia.

Hoy en día la felicidad parece haberse vuelto obligatoria. Aunque a costa de muchos sacrificios, como dietas anoréxicas o gastos exorbitantes en estética corporal. ¿Dónde encontrar la felicidad? Muchos afirman que no existe. Disfrutamos momentos de felicidad: la compañía de la persona amada; un almuerzo en familia; la conversación con los amigos; un viaje interesante; el éxito conquistado; lo que sentimos al contemplar el horizonte desde lo alto de una montaña.

Cecilia Meireles escribió en Epigrama no. 2: «Eres precaria y veloz, Felicidad. / Te cuesta venir, y cuando vienes no demoras. / Fuiste tú quien les enseñaste a los hombres que había tiempo / y para medirte se inventaron las horas».

Cuenta una parábola que el hombre más infeliz del mundo, un multimillonario, salió por los cuatro puntos cardinales dispuesto a comprar la felicidad a cualquier precio. En el desierto de Arabia se topó con una tienda que en lo alto tenía un cartel: «Felicidad». Le preguntó a la muchacha que estaba detrás del mostrador: «¿Es aquí donde venden la felicidad?» Detrás del velo que le cubría la nariz y la boca, la muchacha le respondió: «Señor, no vendemos felicidad». Irritado, el hombre subió la voz: «¿Cómo que no la venden? Puedo pagar cualquier precio». «Señor, no la vendemos, es gratis».

La muchacha puso sobre el mostrador una cajita que cabía en la palma de la mano. El multimillonario la miró intrigado. Ella sacó de la cajita varias semillas y le explicó: «Esta es la de la amistad; esta, la de la solidaridad; esta aquí, la de la compasión; esta, la del amor. Si sabe cultivarlas, sin duda, encontrará la felicidad».

(Tomado de Cubadebate)

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