Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El buen servicio de la bola No. 10

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Coppelia otra vez. De la famosa heladería habanera, ¿cuánto no se ha hablado en los diferentes medios? Cada vez más famosa y aunque experiencias positivas en cuanto a su servicio y oferta pueden existir, la verdad es que un sentimiento contrario provoca que la «Catedral del Helado» reaparezca por estas páginas.

Imagínese…Tres amigas, periodistas todas, juntas salen de un encuentro entre colegas y deciden acudir a la céntrica heladería, «a recordar años mozos». Gana espacio el asombro ante la ausencia de las archiconocidas colas, y hacia los predios del Área B se dirigen. Mesas vacías, carpa azul radiante, dependientes atentas al recibimiento…

Tres sabores en la tablilla, pero solo dos en disposición, rizado de guayaba y vainilla. De las tres, dos pedimos ensalada.Ya se sabe, con sabores combinados. Sin embargo, cuando la tercera pide un jimaguas, la respuesta fue: Jimaguas no, no podemos despacharlo porque no tenemos la boleadora para eso. Increíble.

Quizá usted sea de los que, al llegar a Coppelia, solo se fija en los sabores que ofertan en el día, visibles en la misma tablilla donde se colocan las especialidades, y entonces ha ignorado el detalle de que todas se sirven con la Bola No. 10. Ahí está escrito, así que, por lógica elemental, debe usarse la misma boleadora para todas. 

Surge la duda: ¿por qué la dependienta dijo que no podía despachar jimaguas? Y sobreviene la clásica respuesta, por cierto, dicha por la muchacha de la mesa contigua: Cuando sirven dos bolas, no pueden «multar» tanto como en una ensalada, ya tú sabes, beneficio para ellos». Y a la espera de que surgiera otro pretexto, la verdad es que no entendíamos por qué la negativa, así que le insistimos a la dependienta que sirviera lo pedido tal cual.

El cuento no termina. A los minutos, tirados sobre la mesa sin cuidado alguno, los tres platos en forma de canoa. Las galletas dulces nadaban en el helado porque, a diferencia de lo que le servía a las otras mesas, lo que llegó a la nuestra fue el vestigio de lo que fue helado alguna vez. Puro líquido. ¿Venganza? Mejor no pensarlo.

Nos fuimos, indignadas. Las ganas de tomar helado persistían a pesar del «encontronazo». Subimos a la conocida torre, y con trato afable, el dependiente de esa área nos comentó sobre los sabores que les quedaban. ¿Puedo pedir jimaguas?, inquirió la colega, para poner a prueba lo ya comprobado. Pues claro, ¿por qué no podría?, le respondió él. Visto el caso y comprobado el hecho, como dice el refrán, espero que a la dependienta del suceso del área B no le queden deseos de inventar lo ilógico, no sé con qué razón, y aprenda a atender mejor a los clientes porque si decidió dedicarse al sector de los servicios, todavía tiene mucho por aprender, evidentemente.

 

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