Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Doctorado en crecer juntos

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

CUANDO la gente me pregunta cómo le va a mi hijo, sonrío, antes de responder así, como medio casual, que está muy bien, haciendo su doctorado en Física Nuclear en Alemania, además de practicar alpinismo e ir en bici a la universidad.

Ya sé que suena a puro alarde de madre (y se vale también), pero es mucho más. Es la satisfacción de ver que todas mis «excentricidades» están dando frutos, y no estoy, como algunas amigas, con un arete de 27 años colgando del ombligo por no asumir a tiempo una crianza que pusiera su futuro como mi prioridad a la hora de maternar.

Por excentricidades entiéndase que, cuando quiso leer a los tres años, le compartí vocales, consonantes y mi fascinación por los libros; cuando quiso brincar entre techos y subir lomas, lo enseñé a caer sin romperse un hueso; cuando quiso coleccionar bahías, le regalé un atlas y viajes improvisados por el país, y cuando se apasionó por la matemática, la química y la física, madres de todas las ciencias, le armé un laboratorio en casa y alimenté esa capacidad de pensar en abstracto y aplicar luego a la vida tales conocimientos.

Todo eso llegó antes de los cinco años y jamás me pasó por la cabeza decirle que no eran aprendizajes aptos para su edad. ¿Porque era un genio? No. Porque todos nacemos con el don de razonar y curiosear para aprehender el mundo, y educarnos no es más que sumar valores para aprovechar esos dones de manera personalizada, no cercenarlos porque ciertas preguntas no están en el currículo del círculo infantil, o de cursos posteriores, obsoletos hoy en buena medida.

Claro, conocimiento es poder, y el ejercicio de poder exige ética y humildad. Si ves que tu hijo destaca en algo está bien estimularlo, aunque sin hacerle sentir superior a los demás, por mucho que te entusiasme su progreso. 

Eso no lo aprendí en los libros de pedagogía: me lo enseñó él mismo una tarde en que la seño me regañó porque «el nene no se sabía los colores», según ella. Lo miré sorprendida, incluso disgustada, pero tuve el suficiente tino de esperar a salir del salón para preguntarle su versión del asunto.

«¿Se puede saber por qué no dijiste que la flor era amarilla, si ese es tu color favorito?», le espeté sin preámbulo, y ahí vino el diálogo aleccionador: «Porque la flor era mostaza». «¿Y no podías darle esa explicación?». «¡Por supuesto que no! Ya ella les había dicho a los demás que era amarilla. ¿Cómo iba a confundirlos para tener la razón?».

Como esa, atesoro decenas de anécdotas. Llegó a ser tan común ese tipo de charlas que se fueron perdiendo en el tiempo… un tiempo en que no había celulares para captar cada momento de expansión, como pudieran hacer hoy las familias, en lugar de fingir poses en las redes sociales o adulterar imágenes con Géminis y otras IA para estafar a sus hijos con fotos en lugares donde nunca estuvieron de verdad.

¿Que necesitas ser una enciclopedia para saciar sus dudas de esa etapa? ¡Ni remotamente! Se vale reconocer con honestidad cuando de un tema no sabes nada aún, e invitarles a buscar juntos las respuestas, en vez de rezongar y quedarse ambos en la ignorancia, o refugiar tu cabeza en un reel soso, o soltarle un «¡Mira que tú hablas boberías!», y perder la admiración de quien te tiene como su paradigma… de momento.

Crianza respetuosa le llaman hoy a esa capacidad de acompañar a tu prole y potenciarla al ritmo que lo necesite. Y también saca lo mejor de ti, por si te da pereza intentarlo.

Eso sí, no pretendas que tu chama sea un erudito si lo suyo es la tierra o el fútbol. La parentalidad creativa necesita mucha fe y solo tiene dos cosas prohibidas: la violencia (en cualquier variante) y la decepción, porque, a fin de cuentas, hablamos de un ser independiente con sus propios sueños que no vino a este mundo para saldar tus crisis existencialistas.

A mi niño, por ejemplo, eso de andar en dos ruedas no le daba gracia. Mis planes de aventura debieron tener en cuenta su preferencia por los patines, y me tocó esperar que el gusto por la bici llegara con el primer amor de pubertad. Por eso me da el mismo placer oírlo hablar de logros científicos que verlo asumir mi vocación por un transporte ecologista.

Criar para ver… ¿no es ese el mejor premio a crecer juntos?



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