Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

…Erótica

Autor:

Eduardo Heras León

Una Feria del Libro, además de una fiesta para escritores y lectores es, entre otras cosas, el desfile por los estanquillos y puntos de venta de una buena cantidad de personajes pintorescos, algunos extravagantes, que pululan por el mundillo literario y llenan de colorido los recintos feriales.

He asistido a innumerables Ferias del Libro en diversos países de América Latina y Europa, y en ese incesante bregar, me he topado con muchos de estos personajes de los cuales guardo memorables anécdotas.

Escogiendo al azar entre ellas, recuerdo con particular regocijo a alguien que conocí durante la Feria de Bogotá, en 1995.

Yo había asistido con un estand de Casa de las Américas, cuyo Fondo Editorial dirigía en esa época, y en uno de esos días entre semana, tal vez lunes o martes, de repente, por un pasillo lateral, surgió una mujer elegantísima y vestida bastante corto, que dejaba entrever el nacimiento de unos muslos de respetable grosor. Era muy trigueña, pelo sobre los hombros, y un mechón le caía negligente sobre el ojo derecho, lo que le daba al rostro un matiz misterioso y a la vez sensual. Para mi sorpresa se dirigió directamente al estand de Casa de las Américas y me dijo con una voz muy cálida:

—Busco poesía… erótica. ¿Qué me puede ofrecer? —expresó mirándome fijamente a los ojos.

Yo tragué en seco… y más turbado aún, le respondí:

—Mire, en realidad nosotros no tenemos… —ella esbozó un mohín de disgusto, y yo empecé a buscar frenéticamente con la vista entre los numerosos libros del estand, pero… nada, no aparecía nada. Yo sabía de sobra que en nuestra magra oferta de libros de la Editorial, no había nada parecido a poesía… erótica. Casi al borde de la angustia, de repente apareció ante mis ojos el tomo de poesías de Delmira Agustini, la infortunada poetisa uruguaya. En un segundo di un salto y agarré con gesto elegante el volumen:

—Mire, aquí tengo algo que quizá le sirva.

Entonces ella me dedicó una sonrisa perturbadora, que me tranquilizó de golpe:

—Ah, muy bien… ¿De quién se trata?

—Son poemas de Delmira Agustini, la gran poetisa uruguaya.

—No, no la conozco. Pero… ¿es poesía erótica? —dijo con los labios húmedos y provocadores—. Y ¿no tiene nada más… que ofrecerme? —Volvió a lanzarme una mirada que era como un suspiro inconcluso, y yo estuve a punto de… desordenarme, como Carilda.

¡Ah, Carilda! ¡Claro! El nombre resonó en mi cerebro como un campanazo.

—Espere un minuto —le dije.

En dos saltos, me dirigí al estand que estaba a mi derecha: era el punto de venta de Ediciones Cubanas, y le solté al primer dependiente que vi:

—¡Carilda!

—¿Qué Carilda? —me dijo.

—¡Carilda Oliver! ¡Libros de Carilda Oliver!

Unos segundos después tenía ante mis ojos Desaparece el polvo, antología de la poesía de Carilda, que casi sin solución de continuidad y aire triunfal puse ante los ojos de aquella mujer que buscaba poesía… erótica.

—¿Quién es ella? —me preguntó con curiosidad.

—Es nuestra más grande poetisa erótica. Grande, grande.

—No, tampoco la conozco —dijo. Era evidente que no conocía a nadie—. Pero, ¿es… erótica? —volvió a añadirle ese perturbador matiz de sensualidad.

—Bueno, oiga… —Empecé a buscar en el índice algún poema conocido de Carilda y rápidamente encontré Discurso de Eva, algunos de cuyos versos leí mirándole a los ojos, con voz algo temblorosa.

Me miró sorprendida.

—¡Lo llevo, llevo todo lo de esa mujer! —gritó—. ¡Tráigamelo todo!

Esperamos un rato —yo excitado, ella sonriente— mientras le traían otros libros de Carilda, y cuando se marchó, me volvió a mirar con aquel mechón de cabello negro tirado sobre el ojo, lánguida, sensual, con Delmira Agustini y Carilda Oliver bajo el brazo, las que, seguramente, iban a llenar su imaginación de buena poesía… erótica.

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