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Otra carga al machete… poética

A las reminiscencias que apuntan hacia lo emotivo y devoto, desde el respeto que también implica debidos razonamientos e impugnaciones, a la manera de preguntas retóricas que ya no pueden apetecer respuestas, pertenece Carga al machete

Autor:

Ronel González Sánchez

A las reminiscencias que apuntan hacia lo emotivo y devoto, desde el respeto que también implica debidos razonamientos e impugnaciones, a la manera de preguntas retóricas que ya no pueden apetecer respuestas, pertenece Carga al machete (Editorial El Mar y la Montaña, 2019), Premio Regino Boti 2018 y galardonado con el Premio de la Crítica Literaria.

La juventud del poeta ni su pasado reciente de raíz lírica, animada por intertextos y retóricas afirmadas sobre la tradición de la poesía más locuaz, no han impedido el desarraigo de una especie de norma y el replanteo de modos personales de construir el dispositivo aspirante a ser considerado poema.

La aparente elección de un objeto que fue protagónico en avatares independentistas para abrir sucesivas compuertas expresivas (léase las deformidades y enterezas de la cotidianidad, la interconexión oculta o no de microhistorias, el forcejeo con lo metapoético que se sitúa en el banquillo de los inculpados, el concienzudo desmenuce de referentes culturales que de inmediato dialogan, polemizan, se anulan…) son componentes de la maquinaria que se construye a base de estilo cortado, síntesis plena, el empleo de paralelismos, el discurrir de períodos y elementos que se repiten (anáforas, epíforas, apóstrofes, clímax y anticlímax), el paulatino despojo de cualquier elemento que pudiera remitir al tradicional discurso: metáforas, símiles, metonimias, sinécdoques, etc., hasta llegar a sugerir la despoetización en aras de privilegiar lo alegórico sobre la tiranía simbólica y, finalmente, quizá lo más llamativo: la producción del texto para que funcione en la celeridad de un tiempo que no ha terminado de nombrarse y ya es pasado, sustancia y argucia irrecuperables, ligereza y futilidad del flash y el selfie, vértigo de la emisión alfanumérica, fractal, «linkivalización» del pensamiento, nada.

Aprendió rápido Moisés Mayán que la célebre y lamentable historia de la poesía está llena de monumentales poetas e historias lamentables de sirgadores que perecieron de hambre mientras intuían sistemas, megapoemas como murallas, romances cantarines, infiernos, purgatorios, paraísos, tierras baldías, morgues, catedrales góticas, renacentistas, barrocas, alcázares, molinos de viento, hojas de sombrío y solitario loto... que en el cuerpo universal de la poesía se refugiaron místicos, filósofos, profetas, arúspices, chamanes, políticos de gran calado y de estatura ínfima que se atafagaron de verborrea, de poses egolátricas o, por el contrario, se dieron por vencidos ante el reinado del numen, lo divino, el Olimpo, la inspiración, las musas, la trascendencia, por menosprecio de las virtudes propias, fatal comparación del verso privativo con la prestigiosa obra ajena o simple renuncia ante «lo que rebasa», «lo inalcanzable», «un no sé qué que quedan balbuciendo».        

Los que no comprendieron o se opusieron al «inadmisible» torrente de otros, levantaron pronto el índice para señalar, juzgar, condenar y azuzaron el verbo para conceptuar, esquematizar, erigir dogmas, zaherir, importunar. Peroraron de inmediato acerca de facilismos, profusiones, hojarascas, inconsistencias, árboles que no dejan ver el bosque, lianas como serpientes enredadas por todas partes… porque la única ofrenda que se podía hacer al cuerpo incólume de la poesía, el único holocausto permitido era el de perseverar en la acentuación y conformación de la imagen del poeta como «pararrayo celeste», «pequeño dios», entidad de otro mundo condenada a sufrir y a deshacerse en el pugilato con las palabras, la cultura, el consabido aporte de una obra solo comparable con los megalitos de Stonehenge.

Mentiras. Mentiras. Mentiras. O no, verdades a medias.

Es infinita la lista de poetas desfallecidos por abrumarse (demasiado) con la historia clásica. Se apilan y se empolvan cartapacios con biografías de poetas que aun pudiendo integrar la marcha incontenible del lenguaje enmudecieron por una idea falsa de que más allá de ciertos majanos de grandeza aparente, impuestos por algunos críticos, estudiosos y lectores, era preferible la renuncia rimbaudiana, el silencio kavafiano, la dictadura de las bebidas espirituosas de Darío, el autoinfligirse la muerte de Pavese.     

¿Que un poeta puede vivir de lo que escribe? ¡Jamás! La poesía es para alimentar el espíritu, ofrecer desaguaderos al dolor, fabricar volúmenes de aire, anticipar el caos desde aparente cosmos, seducir o ahuyentar cómplices, cincelar pedruscos que concluyan en obeliscos...nada más distante de un poeta que un orfebre que fabrica objetos en serie para obtener provecho de ellos. Andanadas y andanadas de simulaciones.

Un narrador, un novelista, un ensayista, sí pueden y deben escribir todos los días sobre la base de un diseño precedente; un dramaturgo está autorizado a escribir, planificar y escenificar obras, pero ¿un poeta? ¿un ser etéreo que se debe al dictado de lo desconocido, a escribir solamente cuando escucha la voz de Dios o del instinto? Todos estos disfraces y poses de iluminado son depuestos por el nuevo libro de Mayán, «carga al machete, sin tregua posible, contra la Poesía», como dije en alguna parte del compendio en torno a guerras múltiples contra las actitudes de los nuevos rapsodas ante el acto creativo y los cipos que avisaban acerca de la disfuncionalidad del humor en el texto poético. Aquí filosofar es acudir a la destreza de un grupo humano para sobrevivir, identificar las apariencias, la hipocresía, la vanidad, la ironía, el fracaso, para de algún modo, proscribirlos.   

«El fin justifica los procedimientos. Dentro de ti están los gérmenes de la insurrección», asegura el sujeto lírico de uno de los textos, avisado de que su gran misión es perseverar en la instauración, infatigablemente, sin caer en el combate, para justificar su existencia y afianzarse entre las sinuosidades cada vez más camaleónicas de la vida.

Carga al machete es un mandato para que el poema, como el adolescente de la tribu heroica de los Maceo Grajales, se empine y marche de una vez y por todas a la manigua, esta y todas nuestras maniguas, para que ambos, poeta y poema abran los ojos, porque no solo de esplendores retrospectivos y de jutías a la desbandada vive el hombre.

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