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Cuando Internet te mata

Aunque físicamente podemos seguir existiendo, en el mundo virtual muchos ya han fallecido más de una vez, sea por suicidio o porque otros los han asesinado virtualmente

Autor:

Amaury E. del Valle

«Uno puede sobrevivir todo hoy en día, excepto la muerte», decía hace más de un siglo el escritor Oscar Wilde, quizá porque por entonces no existían todavía las comunicaciones digitales como las conocemos hoy.

Si el literato inglés hubiera tenido correo electrónico, algún perfil en una red social como Facebook, Twitter y YouTube, o apenas una laptop o computadora de escritorio, probablemente se hubiera dado cuenta de lo difícil que es sobrevivir a otro tipo de deceso distinto al físico: «la muerte digital».

Y es que a lo largo de nuestra todavía corta existencia en el ciberespacio, no son pocos los que hemos dejado una estela de cadáveres en forma de cuentas de correo que ya no usamos, perfiles en redes sociales duplicados o abandonados, e incluso información que se nos ha quedado en discos duros y memorias flash extraviadas, rotas o porque tecnológicamente han quedado desfasados.

Si bien ya hablamos en otra ocasión sobre el tema de la salvaguarda de datos y su importancia crucial, más aún lo es lograr poner a buen recaudo nuestra vida en la nube informática que nos rodea, dígase todo lo que hoy está volcado en las redes de computadoras.

Espalda segura

La semana pasada JR se acercaba por medio de esta página al fenómeno de qué pasa con la información digital si una persona muere, ya sea la que tiene almacenada en diferentes formatos o la que guarda en su correo y en los espacios que tiene en las redes sociales.

No obstante, no faltan las ocasiones en que uno mismo es el que se «suicida», voluntaria o involuntariamente, al perder la información que tenemos almacenada en correos electrónicos gratuitos como Gmail, Yahoo, Hotmail y otros, o el espacio alcanzado en Facebook (FB), por citar solo dos ejemplos.

La causa más frecuente es el olvido de la contraseña al efecto, que pasa también por no haber previsto un correo de recuperación e incluso, con la inmensidad de claves que se deben recordar, no memorizar siquiera qué respuesta habíamos dado a la famosa «Pregunta de seguridad».

Para ello lo más recomendable sería tener instalado en una máquina o llevar consigo, en un dispositivo extraíble, un gestor de contraseñas, programa que permite encriptarlas y solo recordar una, la de acceso al software.

Igualmente se sugiere que las claves sean de fácil recordación, aunque difíciles de discernir para garantizar su seguridad; en ese cometido es recomendable combinar letras y números, mayúsculas y minúsculas, pero de algo familiar o que nunca olvidaremos.

Más complicado es asegurarnos de no perder la información que poseemos en nuestro e-mail, de la cual deberemos hacer cotidianamente copias de respaldo, especialmente de la libreta de direcciones.

No obstante, incluso cuando nos vemos obligados a cambiar de dirección de correo, ya sea porque decidimos hacer otra o cambiamos de puesto de trabajo, causa muy frecuente, muy pocas veces tenemos la previsión de dejar un aviso durante cierto tiempo en la cuenta vieja, informando de la nueva.

Ni siquiera en muchas instituciones o empresas hay una directriz clara con respecto a ello, pues debería ser un derecho del trabajador, aunque ya no forme parte de esa plantilla, tener asegurado que pueda comunicar el nuevo correo que tiene.

Celular ciego y sordo

Una de las pérdidas irreparables en nuestros tiempos se da cuando extraviamos el móvil y nos damos cuenta de que prácticamente nos hemos quedado mudos y ciegos en un mundo intercomunicado constantemente.

Los celulares, que muchos usamos como agenda de contactos, además de almacenar teléfonos guardan direcciones, nombres, datos de localización y hasta claves para recordarnos de la persona en cuestión; de ahí que salvaguardar la información que contienen sea muy importante.

Uno de los errores más frecuentes es almacenar esos datos exclusivamente en la propia memoria interna del equipo, que está expuesto a roturas y a la consiguiente pérdida de lo guardado, en vez de utilizar para ello la tarjeta SIM o memorias Mini SD, que pueden fácilmente ubicarse en otro teléfono.

No obstante, esa ardua tarea de recuperar poco a poco los teléfonos y hasta direcciones perdidas se evitaría si hiciéramos copias de la agenda a una memoria flash o computadora, lo que permiten con menor o mayor facilidad casi todos los dispositivos actuales.

Para ello existen disímiles programas, aunque lo mejor es usar los que vienen con el mismo teléfono. Ello, además, nos ahorrará el tener que buscar a alguien para que haga algo que no previmos de antemano.

Asesinato virtual

La «brevedad de la vida», como decía un analista sobre el tema, quizá sea uno de los principios inspiradores de las redes sociales, que básicamente están fundamentadas en una idea de más conexión, más amistades, más contactos, más noticias, en un mundo donde estaremos relativamente poco tiempo.

Por ello los que están conectados a espacios como FB quizá descubran con espanto, un día, la idea de que ya no existen para su red de amigos o fans.

Existen disímiles casos de celebridades y hasta personas comunes que se han despertado «fallecidas» en la web por falsos rumores, los cuales han debido desmentir  hasta en los medios de difusión masiva, pues hay quienes hallan un placer infantil en hacer pasar por cadáveres a otros.

No faltan tampoco los virus informáticos que se aprovechan de estas «novedades», o los que utilizan las debilidades de concepción en espacios de las redes sociales.

Uno de los casos más curiosos ocurrió el año pasado, por ejemplo, cuando un amigo de Simon Thulbourn, en Alemania, envió a FB el obituario de alguien con un nombre similar y el señor Thulbourn no pudo acceder más a su perfil porque oficialmente fue considerado fallecido.

Ni siquiera después de haber escrito numerosas veces dando prueba del error y solicitando que corrigiesen su «estado» le hicieron caso, así que creó su propia página web, la anunció en Twitter, difundió en la red la falsedad, y a FB no le quedó más remedio que ofrecerle disculpas. Así él recobró su cuenta.

La culpa no es enteramente de los gestores de la red, pues tener que anunciar decesos, procesar esa información y todos los arreglos posteriores es algo agobiante para un sitio que dentro de poco alcanzará los mil millones de usuarios, y que cuenta con apenas un empleado por cada

350 000 de ellos, por lo que precisan descargar muchas de sus labores sobre sistemas informáticos.

Aunque FB ha puesto a disposición de sus clientes un formulario que debe llenar un miembro de la familia o amigo del fallecido, proporcionar prueba de ello, enlazar  un obituario publicado y después enviarlo al personal de FB, todavía siguen siendo bastante comunes las «muertes repentinas» totalmente falsas.

Sin embargo, lo anterior es apenas una de las formas de «liquidar virtualmente» a alguien por error, pues existen otras formas de «asesinato virtual» por motivos de mala interpretación y hasta por «castigo».

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