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Del amor, la magia y otros rituales…

Ritos que aluden a conjuros amorosos o sexuales se transmiten de una a otra generación, sin que sus seguidores o sus detractores se detengan a analizar el por qué. Sencillamente están ahí y la gente los cumple o se burla de ellos con toda naturalidad

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Todo hombre ama como mujer la primera vez.

Efraim Medina (tomado del libro Érase una vez el amor pero tuve que matarlo).

Un amigo me envió un mensaje electrónico acerca de esos rituales que la gente cumple —muchas veces sin saber por qué— a propósito del año nuevo, y entre ellos hallé la sugerencia de despedir diciembre con alguna prenda roja en el vestuario íntimo para «asegurarse» una buena dosis de pasión erótica no más enero doble por la esquina.

Este rito, como tantos otros que aluden a conjuros amorosos o sexuales, es una herencia de esa cultura humana de todos los tiempos que rige nuestra cotidianidad, tanto en las situaciones festivas como en aquellas de incertidumbre, tensión emocional o crisis personales y sociales.

Estas supersticiones se transmiten de una a otra generación sin que sus seguidores o sus detractores se detengan a analizar el por qué. Sencillamente están ahí y la gente las cumple o se burla de ellas con toda naturalidad.

Probablemente existan tantas como gente dispuesta a creerlas hay en este mundo. Muchas son deformaciones modernas de antiguos rituales paganos, pero la mayoría tiene un origen simpático que vale la pena conocer, sobre todo para entender hasta dónde llega la creatividad humana cuando de ganar amores —o favores sexuales— se trata.

Por ejemplo, de los ingleses heredamos aquello de que el día de la boda las novias deben usar algo azul (el color de la fidelidad), algo viejo (prueba de unión entre su familia y la del futuro esposo), algo nuevo (símbolo de la nueva vida) y algo prestado (por el valor de la amistad y para atraer la felicidad de otra pareja feliz).

También se les sugería llevar una moneda en el zapato para atraer la buena fortuna, un alfiler si se casaba enamorada de otro y una lista de las amigas que también se quisieran casar lo antes posible. (¿Será por eso que algunas novias caminan muy despacio y con cara de angustia?)

Lo curioso es que otro mito asegura que aguantar objetos extraños en los pies es señal de que se aguantará la infidelidad del marido, un peligro que puede «conjurarse» si el día de la boda su corbata tiene el nudo derecho y bien apretado en su lugar.

Otra costumbre indiscutiblemente arraigada es la de tirar arroz cuando acaba la boda. En un principio se lanzaban trozos de dulce porque simbolizaban los deseos de felicidad y fertilidad para la pareja, pero a medida que aumentaban las crisis se optó por lanzar arroz o trigo (eran más baratos y se podían recoger después). Y qué bueno, ¿no? porque lavar esos vestidos enormes ya resulta bastante complicado sin el estrago que le haría el merengue...

Lo de cargar a la novia para entrar a la habitación es un lindo gesto que la protegía de los malos hechizos (en especial de la envidia) y además evitaba tropezones casuales al cruzar la barrera de su nuevo hogar, lo cual indicaba que perdía la virginidad por obra de la tierra en vez de por su marido... (sin comentarios, ¿verdad?).

Por cierto, ahora la moda es solo besarse, a solicitud del público, pero antes —sobre todo en la cultura árabe— el matrimonio debía consumarse totalmente en presencia de los familiares (suegro incluido) para garantizar la «honra» y pujanza de ambos contrayentes. ¿Se imaginan?

Nuestra luna de miel es la versión moderna del rapto de la chica, sana costumbre adoptada en varias civilizaciones (también entre los aruacos que poblaban Cuba a la llegada de los europeos) para separar a las muchachas en capacidad de parir de su familia o tribu de origen, con lo cual el marido mostraba su poder sobre ella y además se evitaban matrimonios incestuosos de los que podrían nacer criaturas enfermas que complicaran la existencia colectiva.

¿Y qué me dicen de aquello de «En martes 13, ni te cases ni te embarques...»? Esta frase tiene un origen romano y se refiere a que ese día de la semana estaba dedicado a Marte, el dios de la guerra, y los hombres no debían inclinarse en tal fecha por otros menesteres más relajantes, so pena de irritar al belicoso dios latino.

Y si de malos pronósticos se trata, no olviden aquello de no dejarse barrer los pies con una escoba y mucho menos pisar a un gato, porque quienes caen en tales errores molestan a las brujas y luego estas no les dejan casarse nunca más... si es que estaba en sus planes hacerlo.

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