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Entre la espada de Damocles y la caja de Pandora

Tanto los prejuicios estigmatizadores como los juicios positivos son pensamientos automáticos, que afloran sin llamarlos conscientemente, y aunque sean honestos pueden traer sufrimiento a los demás cuando se expresan sin un filtro ético adecuado

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Lo mejor del pasado recorre, lo mejor del futuro demora…

Buena Fe  

Lo mejor que puede dar una familia a sus descendientes son sus valores, y lo peor, los prejuicios. Así decía un lector en uno de nuestros encuentros con público en la capital, y el resto de los participantes aprobó ese criterio, ejemplificándolo con sus propios conflictos hogareños.

Un joven oriental contó que llevaba casado varios años con una capitalina mucho mayor que él, y en su casa natal le reprochaban que era una relación por interés y a él «no lo habían criado para eso». También a su hermana menor la repudian por haberse unido a un hombre de piel más oscura en lugar de «adelantar», como enseñan las viejas pautas de crianza racista.

Ambos tienen hijos de matrimonios anteriores, comparten con sus parejas gustos y opiniones, se llevan muy bien sexualmente y jamás han traicionado en ese tiempo: «¿Qué esperan mis padres para aceptarnos y entender que somos felices con nuestras elecciones?», se pregunta. Aunque decidieron seguir adelante con lo positivo que aprendieron en su infancia, los días de fiesta, como ahora, extrañan la reunión familiar alrededor de la mesa de dominó y el olor de los dulces caseros de la abuela.  

Otra peñista, una adulta universitaria, contó que su madre la instó a reiniciar la vida cuando quedó viuda aún joven con dos hijos pequeños. Sin embargo, se mostró reacia ante la bisexualidad que la hija empezó a explorar. «Aunque me siento bien en relaciones con hombres, suelo enamorarme más de mujeres y establecer con ellas relaciones prolongadas, lo cual al principio me acarreó reproches y caras largas», narra reflexiva.

Hoy la señora admite a su hija tal cual es y ella lo agradece, pero a veces se va al otro extremo y trata a todas sus amigas como si tuvieran su misma orientación sexual, y esa supuesta falta de prejuicios avergüenza a la gente joven de la familia porque saben que no es tan real.

Enamorado de la noche

En un curso impartido a especialistas de Cuba, la sicóloga española Miren Larrazabal, experta en Terapia Conductual Cognitiva, usó una metáfora simple para explicar el manejo que suele dar en consulta a este tipo de contradicciones: «La vida es como una sardina: tiene carne, tiene espinas y hay que comérselo todo porque es muy difícil de separar».

Tanto los prejuicios estigmatizadores como los juicios positivos son pensamientos automáticos, que afloran sin llamarlos conscientemente, y aunque sean honestos pueden traer sufrimiento a los demás cuando se expresan sin un filtro ético adecuado, reaccionando a partir de leyendas desfasadas en época y contexto, como la del peligro siempre pendiente sobre Damocles o la curiosidad insana de Pandora.

Esos patrones que damos por verdaderos sin comprobar su validez, esas ideas inculcadas que tenemos como propias, generan involuntariamente una emoción y llevan a conductas automáticas que son dañinas sin ser malintencionadas, incluso todo lo contrario.

Tales hipótesis no cuestionadas desde valores nuevos, cuyo discurso suele tener una raíz discriminatoria intencional, están en la base de muchos trastornos emocionales y se alimentan de esquemas o estereotipos culturales que pasan de una a otra generación de forma acrítica, aunque algunos individuos del clan sufran sus consecuencias.

El rol de la terapia entonces es arrojar luz sobre esas distorsiones cognitivas: modificar el conocimiento para influir en las emociones y por ende en la conducta cotidiana, explica la experta.

Ese cuestionamiento reparador inicia individualmente, pero no siempre prospera sin ayuda y además no puede darse de un solo lado, porque hay mucho de esos ocultos mecanismos automáticos en todas las mentes, aunque sea más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

«La vida es problemática, peligrosa… ¿Y?», cuestiona Larrazabal desde el sentido más común. «La tarea del ser humano es ocuparse de ver esa realidad y asumirla de camino a la felicidad, no renunciar a ella solo por evitarles molestias a los demás o a sí mismos», enfatiza.

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