Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El mito de la primera vez

El ideal de «estrenar» a las chicas pesó durante un tiempo en el imaginario de los varones

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Una de las supersticiones del ser humano es creer que la virginidad es una virtud.

                                                                                                               Voltaire

BAYAMO, Granma. Cuando empecé a escribir para Sexo sentido, dos décadas atrás, la virginidad femenina era aún requisito de alto valor cultural para formalizar las relaciones.

El ideal de «estrenar» a las chicas pesaba en el imaginario de sus coetáneos varones, e incluso en adultos que perseguían el rol de «iniciadores» de púberes, sin medir el costo emocional de esa conducta para sus «presas», ni la posibilidad de ser procesados por el delito de estupro si el acto involucraba a una menor de 16 años.

Se hablaba entonces figurativamente de comerse a la muchacha, desflorarla, vivirla, hacerla mujer y otras frases con similar matiz dominante para describir el acto de invadir (con o sin consentimiento) el enigmático umbral y hacerlo desaparecer, confirmando el sesgo machista de ganar una competencia: el orgullo de llegar primero y no dejar nada para nadie.

Resulta que con el paso de los años ese lenguaje cosificador y esa actitud de conquistadores no han cambiado mucho, pero el paradigma de conservar el pudor hasta el matrimonio (o sea, el himen) ha ido perdiendo peso en el imaginario adolescente, y muchas familias también lo aceptan, no sin cierta resistencia.

Ese cambio pudiera aplaudirse si viniera para otorgar al inicio de la vida sexual activa una connotación natural, singular, ajustada al ritmo de cada chica… pero no. El mito de desposarse virgen está siendo sustituido por el de «salir de eso» al cumplir los 15 años. Otra línea temporal igual de arbitraria y generalizadora, asociada a lo que socialmente se considera el paso de la niñez a la «disponibilidad» erótica.

¡Y no mucho después de esa edad, o el grupo te ve rara!, se lamentaba una estudiante del preuniversitario bayamés Julio Antonio Mella, donde estuvimos dialogando sobre inquietudes juveniles en materia de sexualidad y familia.

Sus condiscípulas confirmaron que hoy pocas chicas rechazan esa «moda» de asociar las fotos o el baile a un permiso para el debut sexual (no importa si no hay amor), y las que demoran se convierten en blanco de burlas y presión de sus amistades.

Por lo que sabemos de debates similares y mensajes en las redes de nuestro proyecto educativo, esperar al momento y la persona adecuada no parece tan importante para la generación que arriba a la juventud en esta época. Fabular acerca de esa pareja que inspirará afecto y seguridad como para dar un paso tan importante, crear el ambiente adecuado, sembrar un buen recuerdo… esos temas de los que se preguntaba hace poco más de diez años, pasan hoy de largo en el debate para enfocarse en otros aspectos que siguen inquietándoles: cómo hablar de sexo con padres o abuelos y cómo evitar un embarazo, temáticas que abordaremos más adelante en esta sección.

Cultura virginal

¿Por qué insistir entonces en algo aparentemente superado? Porque hay señales en Cuba y el mundo que muestran el peligro de que ese «valor» de la virginidad femenina retome fuerzas como recurso de control y se trunquen no pocas vidas.

En internet es frecuente encontrar historias de niñas vendidas por sus propios padres mientras aún son vírgenes. O de chicas anónimas y celebridades que subastan a precios millonarios su primera vez. Incluso de cirugías reconstructivas del himen porque el futuro esposo exige la experiencia del desgarre a cambio de garantizar estatus y seguridad económica.

También se reportan, tanto en Cuba como en otros países latinoamericanos, intentos de suicidio (algunos logrados) cuyo detonante es una iniciación sexual inapropiada por el uso de violencia, engaño, chantaje, amenaza o bullying sistemático. El victimario procura que la chica no denuncie haciéndole ver que él le ha hecho «un favor» porque nadie la quería, o que es mejor callar porque ya no tiene «nada que ofrecer» y no será deseada por otros, y hacer pública su «falta» la expondrá más al desprecio y dañará la imagen de toda su familia.

Así garantizan impunidad conductas patriarcales que en algunos casos tipifican como franco delito, no por la pérdida de la virginidad en sí misma, sino por la manipulación y el abuso de poder de que se valen para lograr ser los primeros.

El antídoto para que una niña o adolescente no sea abusada de ese modo, o no se crea sin alternativas dignas para enfrentar al agresor, es crearle una saludable autoestima, inculcarle el respeto hacia su cuerpo, enseñarla a identificar situaciones de riesgo y dotarla de recursos para poner límites a sus acciones y las ajenas, además de estimular en ella un proyecto de vida en el que el sexo no sea la clave de su realización.

Esa reminiscencia de dar valor supremo a la «primera vez» se reproduce en canciones, novelas, leyendas, historias familiares… Por eso toca también a las artes trascender la mera representación folclórica y cuestionar las desigualdades entre hombres y mujeres que dan amparo a esos mitos, como ha demostrado el abordaje del asunto en la 21ra. edición de la Primavera teatral bayamesa.

No basta con sacar a flote tan cuestionable herencia cultural. Hay que inquietar al público, dialogar, romper dramáticamente el manto de complicidad y fomentar el respeto al ritmo propio en el descubrimiento del goce sexual, según la madurez física y espiritual de cada mujer en desarrollo.

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