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«Trabados» los ascensores

Desde calle E, número 15811, apartamento 81, entre 12 y Central, en Altahabana, municipio capitalino de Boyeros, Belkis Meireles lanza un S.O.S. en nombre de cientos de vecinos de dos bloques de edificios altos que llevan cuatro meses sin ascensores. Cuenta que en noviembre de 2007 se retiraron los viejos elevadores y se comenzó el montaje de los nuevos. Al fin, la UNISA, «con un trabajo brillante, disciplina, respeto y profesionalidad de sus técnicos», concluyó y entregó estos a la Dirección de Vivienda de Boyeros, la cual contrató a SECONS la reparación de la parte civil afectada: sustitución de marcos, puertas, pintura y enchape. E increíblemente, en lo más sencillo se traba todo. Los vecinos, que ya se sienten tanta escalera, se preguntan hasta cuándo. «Han dispuesto de cuatro meses para coordinar, programar, prever, y hasta adelantar muchos trabajos que hoy se ejecutan con una demora increíble», manifiesta Belkis.

Al estilo de un oeste: Digna Rangel vive en el Manacas de Antolín el Pichón, allá en Villa Clara, específicamente en Manuel Fajardo 39. Y se atreve a revelar lo que todo el mundo conoce allí: en dicho poblado, cuando uno pretende reservar para el tren Sancti Spíritus-La Habana, el único que para allí, debe ir a buscar los boletos a las respectivas viviendas de los que trabajan en la estación y pagarlos a sobreprecio. Ni porque se ha planteado en las asambleas de rendición de cuentas, se pone orden en el asunto. En la estación nunca hay nadie, asegura Digna, y tampoco se sabe cuándo se despacha. «Para conseguirlos, es con los mismos empleados, y sin garantía, pues si viene otro que le pague más, te dicen con tremenda tranquilidad que no te pueden resolver, porque no hay. Y como es un pueblo chiquito, te enteras de la verdad. Mi preocupación es que eso lleva años, todo el mundo lo sabe, todos nos quejamos y no se soluciona. Espero que se sepa a nivel nacional, y entonces aparezca una respuesta», concluye.

El diablo incompleto: Dunia Rodríguez es una febril lectora allá en su casa en Los Pinos número 9207, entre 32 y 33, apartamento 1-B, en Cojímar, al este de la capital. Y no se pierde una Feria del Libro de La Habana. En la de 2007, adquirió en La Cabaña el popular volumen El Diablo Ilustrado. Y cuando llegó a su casa, constató que el mismo tenía el primer capítulo repetido cinco veces, y en lo adelante le faltaban algunas páginas. En esta edición 2008 de la Feria, adquirió Alguien voló sobre el nido del cuco y Enigmas de la sexualidad femenina. Ya en su casa, descubre que las páginas de ambos libros estaban mal cortadas y les faltaban palabras. Esta vez sí volvió al día siguiente, pero ya se habían agotado esos títulos, y los ejemplares de los mismos que quedaban eran merma: estaban peor que los suyos. Nada, el enigma de todo es que el diablo del descontrol de la calidad voló sobre esas ediciones. Dunia se ha propuesto para la próxima revisar página por página...

¿Criollos o Tupamaros?: Fumadora inveterada, cuando le agarra la noche Xiomara Delgado adquiere los cigarros en la cafetería de la funeraria de Santa Catalina, en la capital, por la cercanía a su casa, sita en Milagros 252, en Santos Suárez. La última caja comprada allí no pudo fumársela. Fue al otro día y habló con la administradora, quien la atendió con mucha gentileza y corrección. «Tal pareciera que ya esperaba mi visita, relata, yo era la octava persona que había ido allí por la misma causa». La administradora le dio una amplia explicación: el «invento» no podía suceder allí, pues es muy rigurosa en eso, al extremo de que, cuando llega la mercancía, marca cada caja para evitar adulteraciones. Y le indicó que hacía cuatro o cinco días las cajas de Criollos que se recibían allí provenían de una fábrica en Ranchuelo, Villa Clara; a diferencia de los anteriores, de Holguín. ¿Por qué cuando tenemos algo bueno dura tan poco?, cuestiona Xiomara. Y su pregunta tiene grueso calibre, sugiere mucho. ¿Será ya un vicio criollo? Hay que «fumarse» ese vicio de una vez.

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