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Historias sobre ruedas

El transporte urbano de la capital comienza a recuperarse con la entrada de nuevos ómnibus. Y es el momento preciso para alertar de que todo no lo resuelve la técnica y el recurso, si no se logra rescatar la disciplina, el respeto y el orden tanto por los pasajeros como por las tripulaciones de esos equipos.

Orlando Ramírez, vecino de Séptima número 11129, apartamento 9, entre E y Primera, en Altahabana, municipio capitalino de Boyeros, narra con preocupación lo que percibió el pasado 15 de marzo en la mañana, cuando viajó en un metrobús que hace el trayecto Santiago de Las Vegas-Centro Habana.

A pesar de que llevaba poco tiempo prestando servicio, precisa el lector, el estado higiénico del ómnibus era bochornoso: suciedad en el piso, los laterales y en el techo, sobre todo hollín y polvo. «Daba la impresión de que lo habían sacado de un foso», apunta.

Además, le faltaban algunos tubos para sostenerse, la última puerta trasera no tenía juntas, y apenas tenía ya las lámparas de iluminación interior: en la mayoría solo quedaban cables eléctricos colgando.

Rosa Amelia Lay, vecina de Infanta 1412, entre Universidad y Pedroso, en el Cerro, comenta que en los nuevos ómnibus de las líneas P hay bastante irregularidad en la frecuencia. Sucede que pasan varios juntos, y después hay un gran «bache».

La lectora también fustiga la indisciplina de muchos pasajeros que montan por detrás y no pagan su pasaje. A veces no lo hacen ni por delante. No hay orden para subir a los mismos en muchos casos, y cunde la falta de control. Y se pregunta por dónde andan los inspectores.

Rosa Amelia se muestra muy preocupada porque los ómnibus van apareciendo, pero los vestigios perniciosos de tantos años de crisis prevalecen. Y hay que poner orden y rigor, porque de lo contrario se destruirá lo que tanto ha costado.

Mario Cortina Céspedes, de calle 247 número 3802, en Punta Brava, La Lisa, alerta sobre un extraño fenómeno que ha presenciado en la ruta P-14: personas que extraen un tablero para jugar a las «tapitas» en el medio de la guagua, sobre el piso, con el propósito de entretener a incautos y hacer sus fechorías en bolsos y bolsillos, sin que aparezca autoridad alguna que les salga al paso.

Poeta al fin, Alex Fleites, quien vive en calle 11 número 212, en el Vedado, nos alerta de las posibilidades que tendrían los nuevos ómnibus para embellecer y apaciguar los diarios lances de la transportación en la capital, si hubiera una inteligente utilización de los sistemas de audio que ellos tienen.

Cuenta Alex que, de acuerdo con su experiencia de pasajero asiduo en el P-2, en muchos casos los choferes reproducen baladas románticas de bajísima calidad, cuando no expanden salsa erótica a niveles hiperdecibélicos. Y aboga porque, en primera, se regule el nivel de audio permisible.

También sugiere que, con una asesoría del Instituto de la Música, se pudiera difundir la mejor música cubana de todos los tiempos (yo diría que la mejor música de todos los tiempos y lugares, popular y de la llamada culta). Esa sería una excelente terapéutica para el relajamiento.

Alex también fustiga la manera súbita en que ciertos choferes frenan, o la velocidad con que pasan las curvas, lo cual atropella a los pasajeros, quienes «son batidos como en una coctelera».

En la misma cuerda, me escribe Santos Tito Díaz, de calle 64, número 29A 14, entre 29A y 29B, en Playa, quien sugiere una utilización más rica y creativa de los sistemas de audio de esos ómnibus.

Santos recomienda potenciar sobre todo números instrumentales, y de vez en cuando intercalar mensajes informativos, que expliquen destino y final de la ruta, sus paradas, costo del ómnibus, con qué rutas se intercepta, así como el recordatorio de los asientos para discapacitados y embarazadas.

Son interesantes señalamientos y sugerencias que, a tiempo, pueden enderezar ciertas torceduras heredadas del «sálvese quien pueda» de los años más agónicos, para recuperar la urbanidad y el respeto, esos que se evaden tanto como el pago del pasaje.

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