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El precio de la calidad

Botar comida al cesto siempre ha sido un sacrilegio. Y en Cuba, lamentablemente, se desperdician alimentos aun cuando sus precios andan a galope en el mercado internacional, lo cual supone serias erogaciones para nuestra economía.

Ana M. Santana incita en su carta a una guerra sin cuartel contra todos los mecanismos que puedan promover el desperdicio de comida. Desde su apartamento en la calle 4 número 605, en el cosmopolita Vedado capitalino, esta reflexiva mujer enumera lo que considera son algunos surtidores de ese despilfarro.

Comienza Ana por los Mercados Agropecuarios Estatales: cada mes se reúne una comisión y fija los «precios topados» para cada producto. Luego va el consumidor, huyéndole a los altos precios de los Mercados Agropecuarios de oferta y demanda, y se encuentra esa zanahoria sucia y magra, al sol y deteriorada, a 2.50 pesos la libra. No tiene salida. Se pudre y luego vienen los camiones a recogerla como un desecho, gastando combustible. Si la calidad no acompaña, al final se pierden quintales y quintales.

«¿A quién beneficia que los productos agrícolas no se vendan a la velocidad que su corto período de vida indica?, pregunta Ana. Y cuestiona más: «¿Podemos incrementar la producción si no hemos resuelto aún que lo que se produzca se venda, y tiramos miles de quintales de productos? ¿Puede un país pobre y bloqueado como el nuestro darse el lujo de sembrar alimentos para luego tirarlos?»

El segundo aspecto vulnerable, en opinión de Ana, son los alimentos del fondo social de consumo, que gratuitamente reciben los pacientes de los hospitales y los estudiantes becarios, por ejemplo. Es triste que el país haga tantos esfuerzos financieros para que luego, por la baja calidad del menú o de la confección de los alimentos, miles de raciones vayan al sancocho a engordar cerdos.

Igualmente, considera que debe ponérseles lápiz y números a los comedores obreros, de manera que tantos volúmenes de alimentos subsidiados para mantener precios bajos, se expresen al final en un almuerzo de calidad y agradable, y no recalen en los cestos.

Ana reivindica el componente de calidad en el precio de cualquier producto o servicio estatal; porque, de lo contrario, el consumidor puede desentenderse de esas ofertas, y verse en un dilema: gravar más sus bolsillos en otros mercados de mayor calidad, pero de precios muy por encima de sus posibilidades; o sumergirse en los pasadizos tortuosos del mercado negro, abastecido en buena medida de sustracciones de bienes estatales.

A más de sus implicaciones económicas y financieras, la calidad que defienda por sí misma a esas ofertas estatales es, para Ana, asunto estratégico por sus implicaciones éticas y políticas. «Nada acabará con el desvío de recursos, si antes no resolvemos que los precios, sean cuales fueren, respondan a la calidad de la oferta», sentencia la lectora.

El despilfarro de alimentos, agrega, por enfoques que la vida ha demostrado que no funcionan, no puede esperar mucho tiempo. No hay que esperar a producir más para resolver la correspondencia precio-calidad.

Ana se despide en su carta con un «revolucionariamente», y aclara que ni ella ni millones de cubanos desean el retorno al capitalismo, pero piensa que si no perfeccionamos nuestro socialismo, el costo social que estamos pagando irá dañando la credibilidad de lo que hacemos.

La lectora falla en algo, cuando vislumbra que este redactor quizá no publique sus reflexiones. ¿Por qué no, Ana, si usted está dando alimento al debate para imprimirle más calidad a nuestro socialismo y no lanzarlo, soso y sin gusto, al cesto de los desechos?

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