Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cayó al río

Celso Jonson Acosta, con sus 73 años y una fractura doble del tobillo izquierdo, postrado hasta que lo intervengan quirúrgicamente, bien sabe en carne propia el peligro que representa el estado de deterioro del puente de madera de Boca de Miel, en Baracoa, provincia de Guantánamo.

El remitente vivió muchos años en ese municipio, y actualmente reside en Habana 697, entre Calvario y Moncada, en la ciudad de Santiago de Cuba; pero andando por aquellos lares, cayó precipitadamente al río, debido a que el puente, a pesar de arreglos que le han hecho, presenta varios tablones en mal estado y sueltos. De milagro Celso y otros accidentados no han perdido la vida.

El puente fue construido, señala, hace más de tres décadas, y ya lleva unos siete años con estructuras destruidas. Y el peligro mayor es que, para cruzar el río, es la vía de muchos pobladores, sobre todos niños que lo cruzan para ir a la escuela.

Celso alerta a las autoridades de Baracoa para que se resuelva definitivamente el asunto, con garantía para los pobladores. Esa preocupación es, de alguna manera, la expresión de cariño por su terruño.

Perniciosos vertimientos

Noel Martínez Garrido (10 de Octubre No. 1375, apartamento 12, entre Avenida de Acosta y O Farril, municipio capitalino de Diez de Octubre, lleva años sufriendo los daños que le provoca a su vivienda el estudio fotográfico Trimagen, que está sobre esta desde 1996.

Los equipos de aire acondicionado del establecimiento, precisa, vierten sus aguas por ambos costados del edificio, que es bastante viejo. Ese goteo, cayendo todo el día, mantiene una constante humedad en su apartamento, que está en la planta baja.

Ya han sido cuatro las cartas que él les ha enviado para que solucionen de alguna manera los perniciosos vertimientos. Se han personado, «y algo han resuelto; pero remiendos inútiles, chapucerías en las que hasta un pomo de refresco plástico se ha usado, y el agua corriendo por el edificio, sin contar problemas de tupiciones que se han presentado con bastante frecuencia».

Como vecino, Noel considera que jamás los ha molestado; todo lo contrario: en dos ocasiones ha evitado que robaran en las instalaciones del Trimagen, dando el alerta y avisando a la policía a altas horas de la madrugada. Entonces no comprende por qué no le corresponden de la misma manera.

Las instalaciones comerciales y de servicios que se insertan en un edificio residencial están obligadas a adecuarse a las características del mismo y evitar molestias y afectaciones a sus habitantes. No hay vuelta que darle al asunto. ¿Quién exige por que se resuelva ese perjuicio?

Así comienza una tragedia

Alberto Rolando Díaz Arocha escribe desde el Edificio 695, apartamento 31, en el barrio capitalino de Alamar, para ilustrar cómo es que se va sedimentando un problema de vivienda, cuando lo que aún tiene solución no se atiende y se deja al arbitrio del tiempo.

Refiere el lector que los vecinos de ese inmueble llevan más de 12 años luchando para que les reparen, o les ayuden a salvar, las escaleras del mismo del deterioro galopante que experimentan.

El edificio tiene 24 años de construido, pero la cercanía del mar, el salitre y las inclemencias del tiempo no perdonan. La queja es ya un viejo asunto, mandato tras mandato de uno u otro delegado. Hace poco se ilusionaron, porque parecía que iba a tener respuesta su clamor...

Pero ahora les dicen que no hay materiales. Y, lógicamente, la prioridad la tienen los damnificados de los ciclones. Alberto presagia que no estará lejano el día en que tengan que abandonar sus apartamentos y así engrosar el ya de por sí difícil panorama habitacional de la capital.

«¿Por qué no reparar a tiempo?», pregunta el lector, con todo fundamento. De esas y muchas otras postergaciones se nutre también la dramática situación del fondo habitacional. Hay huracanes de otro tipo, a cuentagotas, que van asolando lentamente... y después es muy tarde.

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