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20 años, ¿no son nada?

José Antonio Rivas Esquivel (Joaquín Delgado nro. 20 e/ Matanzas y Camagüey, Consejo Popular Callejas, Arroyo Naranjo, Ciudad de La Habana) tiene licencia de construcción desde el año 1989. A partir de ese momento —por sus medios— comenzó a edificar su vivienda. Pero la ruta de este constructor no ha sido fácil.

En el año 2007, cuenta Tomás Antonio, en virtud de la decisión de impulsar todas las viviendas pendientes, le aseguraron que darían prioridad a su caso, teniendo en cuenta también la circunstancia de que tiene un hijo discapacitado.

«Al poco tiempo, en una oficina de la Unidad Municipal de Inversiones de la Vivienda cercana a mi hogar me informaron que me iban a dar viguetas y bobadilla para el techo, pues mi casa se moja completa; y me afirmaron que estaba aprobado para los materiales.

«Pasó el 2007 y de materiales, nada. Empezó el 2008, igual. Hasta que el domingo 6 de julio llegó una compañera llamada Marisela para medir la casa y darme las viguetas y bobadilla; y me dijo que esperara. Trascurrió el 2008, entramos en el 2009...

«Ya son 20 años que llevo en esto. ¿A quién más tengo que dirigirme?».

Y uno comprende la angustia de este capitalino. Le zumba que a los ya críticos problemas infraestructurales de la vivienda se una la más retardada ineficiencia.

Congestión en la línea

Con una densidad poblacional de más 3 mil habitantes, la comunidad donde Nelda Cruz Trujillo vive (calle 5, Edif. 18, nro. 275 apto. 3, Los Pinos, Banes, Holguín) cuenta con un solo centro telefónico agente.

Por eso, Nelda nos narra la alegría casi eufórica que tuvo al saber, en el año 2006, que había sido seleccionada para entregarle un teléfono. Era el justo premio para una trabajadora de la Gastronomía, con medallas y reconocimientos múltiples.

Sin embargo, aquella llamada de la fortuna al parecer encontró ejecutores que quizá no estaban asignados a ningún abonado.

«Los compañeros de ETECSA —recuerda Nelda— rápidamente procedieron a instalar los postes y las redes. Culminando este proceso, se paralizó totalmente el trabajo, sin explicación alguna».

Trascurridos varios meses, con justa indignación, la holguinera efectuó su reclamo a la sucursal de ETECSA en el municipio. Allí se mostraron muy despreocupados por la situación. «Al no observar mejorías, hago una carta a la empresa provincial. Rápidamente tuve una visita en mi casa del Subgerente Territorial de ETECSA; y se nos explicaron algunos términos, quedando en que, en cuanto estuvieran creadas todas las condiciones, se instalaba el servicio».

Luego de aquella visita, se sucedieron otras aclaraciones, hasta que finalmente, en la última asamblea de rendición de cuenta del delegado a su electores, «se da respuesta del problema (...), sencillamente: “No solución”».

Y por supuesto, que un estímulo —además tratarse de algo tan necesario—termine de esa abrupta forma, no puede dejar contento a nadie. Si no había condiciones para instalar los teléfonos, ¿cómo premiaron a Nelda con la asignación? Si la comunidad tiene tanto requerimiento de los aparatos telefónicos, ¿cómo no combatir al máximo cualquier barrera en aras de mejorar las comunicaciones? Los especialistas tienen la palabra.

Un cliente satisfecho

Y la tercera misiva es para ver, entre las manchas cotidianas, la luz de la eficiencia. «Honor a quien honor merece», reza el precepto martiano con que Carlos Arredondo Cárdenas (calle 23, nro. 4809, apto. 7 entre 48 y 50, Playa, Ciudad de La Habana) encabeza su carta, la cual aborda una actitud que debería ser regla.

Resulta que el viernes 19 de marzo, la hermana de Carlos le compró un par de chancletas de baño en la peletería «Saldos», de la corporación Habaguanex S.A., ubicada en la calle Obispo. Al llegar a casa y probárselas comprobó que le quedaban chiquitas.

En ese momento, relata Carlos, «nos preocupó recuperar el dinero, pero decidimos al menos ver qué solución se le podía dar al asunto; y al otro día me dirigí a la mencionada peletería con el vale de compra. Confieso que con mucha incertidumbre, porque, a pesar de que sabemos que existe un sistema de protección al consumidor, todavía, en la práctica, el “cliente” no recibe la protección que debe».

«Mis dudas y temores se disiparon cuando llegué al establecimiento y, al plantear mi situación, recibí una respuesta ágil y amable por parte de las tres compañeras que se encontraban allí en ese momento, entre ellas la gerente. Fui testigo de que, aunque el sistema lleva una gestión fuera de la tienda, todo transcurrió de manera fluida.

«¿Suerte? Es posible, pero al menos no sentí esa carga de culpabilidad que siempre cae sobre el cliente “porque no te fijaste en lo que estabas comprando”. Al contrario, hubo respeto, pues, como dijo una de las compañeras, “el dinero no cae del cielo”».

La amabilidad y el trato profesional tampoco caen del firmamento. Son expresión lúcida de que a la larga lo único rentable y beneficioso para todos es el buen servicio.

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