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Molestias «al horno»

Desde la calle 21-B No. 78ª08, entre 78ª y 92, Reparto Guiteras, en el municipio capitalino de La Habana del Este, me escribe Ciro Eladio Brito para contar las severas molestias que les ocasiona a él y su esposa, dos ancianos de 79 años, una panadería que está situada en los bajos de su edificio.

Cuenta Ciro que ese centro labora las 24 horas del día, y su horno está ubicado debajo de uno de los cuartos de su apartamento. Cuando aquel está en funcionamiento, calienta el suelo de la habitación y eleva la temperatura del mismo.

Como si fuera poco, la chimenea del horno está precisamente en la parte trasera del edificio, a menos de un metro de la ventana de ese mismo cuarto, por lo que los gases de escape y el vapor han causado rajaduras en los cristales de las ventanas.

El tercer contratiempo es que cuando funciona el grupo electrógeno instalado en los bajos del edificio inunda la casa de humo tóxico, y también ha ennegrecido paredes del inmueble.

«Es terrible convivir con el humo del grupo electrógeno, el vapor del horno, los gases de la chimenea y con el polvo y la suciedad que crean esos elementos», denuncia Ciro, y precisa que tal contaminación afecta gravemente la salud de la pareja. Él ha presentado problemas respiratorios y faringitis; su esposa ha sido operada de la vista cinco veces.

Ciro asegura que planteó su queja al Poder Popular municipal hace dos meses, y no ha recibido respuesta alguna. ¿Por qué?

Lo otro que habría que preguntarse es cómo se proyectó una panadería en los bajos de un edificio de apartamentos, y quién dio el visto bueno para ello.

El cable sigue ahí

Armando I. González vive estresado en una ciudadela sita en Avenida 53 No. 4407, entre 44 y 46, Puentes Grandes, en la capital: desde hace dos años tiene el cable de la acometida eléctrica de 220 voltios caído sobre el techo de la casa.

Cuando llamó por primera vez a la Empresa Eléctrica, llegó el técnico de guardia y le dijo que no tenía la pieza para la sujeción del cable. Le sugirió que pusiera una cabilla y llamara después.

Pasado un tiempo, Armando resolvió la cabilla y además un anillo de porcelana. Reportó el caso, llegó el carro y le dijeron que el cable llevaba tiempo así, y no podían hacer nada. Llamó nuevamente y le dijeron que irían en breve. No fueron.

Armando decidió ir a la sede de la Organización Básica Eléctrica (OBE) de Playa. Allí habló con un directivo y un jefe de brigada. Le dijeron que en breve lo visitarían. Todavía los está esperando.

Armando tiene su cuarto en la barbacoa, y duerme bastante pegado al techo. «La energía eléctrica —sostiene— es uno de los medios de contaminación electromagnética que pueden provocar distintas enfermedades, de acuerdo con estudios de entendidos en la materia. ¿Hasta cuándo tendré que esperar para que pongan el dichoso cable en su lugar?».

Una verdad mucho más profunda

Kenia Flores (calle 45, entre 30 y 32, módulo 1, apto.4, Cienfuegos) disfrutaba el 5 de noviembre pasado de vacaciones en Villa la Boca, en Trinidad, y se le presentó un dolor agudo. Pensó morir.

La llevaron al hospital municipal de la villa. A primera vista, las condiciones constructivas del mismo preocuparon a sus familiares. Pero la verdad es mucho más profunda.

«En menos de dos horas fui atendida por cuatro médicos de distintas especialidades, enfermeras y laboratoristas. Ya con un diagnóstico, fui intervenida quirúrgicamente. Es de destacar la profesionalidad, el desinterés y el valor humano de esos galenos, en especial de la doctora Odalis Angulo. Considero que nos quedan muchos valores humanos a los cubanos», concluye.

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