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Sorpresa glacial

En materia de helados puede haber glaciales sorpresas y hasta dudas, como le sucedió a Raúl Toledo, vecino de Prado 561, entre Teniente Rey y Dragones, en La Habana Vieja.

Cuenta Raúl que hace poco más de una semana concurrió a la heladería Soda Obispo, en el boulevard de Obispo esquina a Villegas, en su propio municipio. Y comprobó que allí, en CUP, un Sundae vale cuatro pesos, unas Tres Gracias seis y una ensalada de cualquier sabor, diez.

Días después, él visitó la heladería insignia del país, el Coppelia de L y 23, y comprobó la diferencia: un Sundae cuesta dos pesos, unas Tres Gracias dos y una ensalada cinco. Pero el colmo de la comparación fue que las bolas de Soda Obispo eran más pequeñas que las de Coppelia.

Inconforme con el cotejo realizado, Toledo visitó la cremería El criollo, sita en Egido, entre Corrales y Apodaca, en La Habana Vieja, y sus precios coincidían con los de Coppelia.

«¿Será la administración de Soda Obispo la que pone los precios? ¿Será la Dirección Municipal de Gastronomía o sus instancias superiores? Algo anda mal ahí. ¿O será porque está ubicada en el boulevard de Obispo? Ahí hay tela por donde cortar, pero indudablemente que los precios están sumamente adulterados», concluye Toledo.

Como en el Oeste

El doctor Aldo Luis Sánchez Fuentes (Roldán No. 20 entre Mariana Grajales y Comandante Pinares, Reparto Carlos Manuel, Pinar del Río) cuenta una historia anunciada y alertada por los vecinos de su cuadra, pero sin solución hasta ahora.

Precisa que allí se estableció, en junio de 2009, una parada de los coches con caballo que viajan con pasajeros hasta el kilómetro 4 de la carretera a Viñales. Y ya entonces alguien planteó que todos los días al final de la tarde un carro cisterna limpiaría la calle y por tanto los malos olores que desprende la orina de los caballos.

Solo el primer día se limpió, asegura. Desde entonces, un señor que según todo el mundo es el despedidor de los coches, se encarga con un cubo de agua de tratar de mantener limpia la cuadra, lo que en realidad es totalmente imposible.

«En las noches, afirma, tenemos en familia viendo la televisión con nosotros a todos los caballos que orinaron ese día. Pero esto se ha convertido en algo menor, pues lo que agota la paciencia de cualquiera es la indisciplina de los cocheros. Aquello parece el lejano oeste americano en pleno esplendor: coches a altas velocidades ocupando toda la calle en busca de ganar el pasaje más rápido, en ocasiones niños que los cocheros le dan la misión de mover el coche para allá o para acá según el lugar donde vayan a ponerse, coches doblando en U, la calle llena de coches en muchos momentos.

«Y cuando no hay mucho pasaje hay más de diez coches en la cuadra. Cuando están parqueados y no tienen pasaje, dejan los coches solos, por lo que los caballos, buscando mejores condiciones, se suben a las aceras. Ello ha traído, como es lógico, las malas condiciones de los jardines. Cuando eso está ocurriendo, los cocheros están todos reunidos frente a mi casa, la cual ya tuve que enrrejar pues con frecuencia hacían sus tertulias en mi portal.

«Me he presentado a la oficina de Atención a la Población del Gobierno municipal en dos ocasiones y nadie se ha personado siquiera en el lugar para comprobar mis quejas. En una ocasión me dijeron me remitiera a Transporte. Como es lógico, les dije que yo elegía al Gobierno, no al director de Transporte. Ya he tenido varias discusiones con los cocheros. Hace unos días le pregunté a uno por qué parqueaba tan cerca de mi carro, y su respuesta fue que si le pasaba algo él pagaba.  Días después avanzaba por la calle de nuevo en mi auto, y otro estuvo a punto de tirarme los caballos encima. ¿Qué tenemos que esperar?».

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