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La morcilla de El Miño

Tres señoras jubiladas: Mercedes Cardoso, Noemí López y Marlén Pérez, quienes residen respectivamente en los números 424, 426 y 422 de la calle Panchito Gómez, entre Aguirre y Suárez, municipio habanero del Cerro, escriben para contar sus cuitas por su vecindad con la conocida fábrica de embutidos El Miño.

Refieren ellas que la citada industria procesadora tradicionalmente nunca ocasionó molestias a los vecinos, y que en 1986 se registraron allí cambios tecnológicos, para lo cual se construyó la alta chimenea que identifica a El Miño, con el propósito de no ocasionar impactos contaminantes. Pero dicha chimenea nunca se utilizó, y aún permanece allí meramente como un símbolo.

En los 90 del pasado siglo, añaden, la fábrica se remodeló y se erigió otra chimenea, calificada de «ecológica». También se instalaron diversos equipos, contiguos a un edificio residencial que existía mucho antes del nacimiento de la fábrica.

A partir de entonces, afirman las firmantes, comenzaron los problemas: Las emanaciones de gases de las calderas son expelidas por dicha chimenea sistemáticamente; y se adentran en los hogares de la vecindad. Igualmente el ruido de los equipos, que funcionan 24 horas los siete días de la semana, ocasionan molestias a los vecinos, principalmente a los del edificio contiguo.

«La vida en las casas cuando la chimenea comienza a expeler los gases —apuntan— se hace insoportable. Los vecinos no saben para dónde van a correr. Tanto las emanaciones de gases como los ruidos han sido medidos por Salud Pública, y se ha determinado que resultan dañinos para los seres humanos».

Refieren que el asunto es tema recurrente en las reuniones de rendición de cuentas de la circunscripción. «Se ha conversado con las administraciones de la fábrica —señalan—, y el argumento es que la misma es muy importante, y que la inversión que se requiere para solucionar el problema es muy grande. Que es lamentable que la fábrica se haya construido en el centro de la ciudad, pero eso ya no tiene remedio…».

A la cañona…

Humberto Quintana escribe desde Calle 14 No. 1104, entre avenida 11 y 13, en San Antonio de las Vegas, San José de las Lajas, en la provincia de Mayabeque. Y pone en el tapete el controvertido tema de los festejos en las localidades.

Refiere el lector que en el pasado mes de agosto se celebraron las fiestas populares de ese pueblo, y en la calle donde vive situaron un quiosco con ventas del conocido restaurante lajero Vita Nuova, de excelente calidad. Pero los alimentos van acompañados de dos bafles de 300 watt cada uno, a un volumen desenfrenado, frente a varias casas, entre estas la suya.

«Nada se podía hacer —señala—, porque en medio de una celebración popular, los organizadores se sienten inmunes, intocables, por encima de cuanta ley y regulación existe».

Y grafica elocuentemente cuando señala: «¿Qué es, si no, una pipa de cerveza a granel a escasos cinco metros de una casa, con las consabidas oleadas de gente que invaden el portal? ¿Qué es, si no, que a una familia le coloquen una caseta portátil, como baño público, a escasos diez metros de su puerta?».

Humberto manifiesta que, evidentemente, los principales organizadores de los festejos no tomaron en cuenta las terribles molestias que iban a causar. «Nadie tiene, absolutamente y bajo ninguna circunstancia, el derecho a molestar a otros», concluye.

Ya es agua pasada lo de las molestias durante los festejos. Las celebraciones populares son muy válidas, y la gente tiene el derecho a la alegría; pero las administraciones y gobiernos locales deben siempre buscar la posibilidad de realizarlos en áreas periféricas de las zonas residenciales. El lucimiento de esas fiestas no lo da el hegemónico asalto del centro de las ciudades y pueblos.

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