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Olvidados en el andén

Jorge Luis Pérez Manzano lo cuenta con una mezcla de tristeza e ira, desde allá en Waldemar Membrado 32, entre 26 de Julio y José Mastrapa, en el reparto Casa Piedra de la ciudad de Las Tunas. Y no es para menos… constatar que pasa un año más y continúan  las impunes barbaridades de otros.

Cuenta el remitente que el 3 de enero, su tío Eddy Manzano, una persona mayor, se anotó en la lista de espera de la Terminal de Ferrocarriles de Las Tunas, para viajar hacia Santiago de Cuba en el Tren 11 que parte de Santa Clara con ese destino.

El día 4, a las seis de la tarde, Jorge Luis y otros familiares fueron a despedirlo, por esa costumbre tan hermosa que tiene el cubano de cuidar a sus viejos.

Pero el 11 se había retrasado. Y al filo de las 8 y 50 de la noche anunciaron en la sala de espera que el tren no había dado capacidad de viajeros a Las Tunas; lo que provocó desazón en quienes lo aguardaban, unas 50 personas.

A las 9 y 15 llegó el tren, con los coches casi vacíos, para asombro general. Los ya desesperanzados viajeros se entusiasmaron súbitamente. Se apearon más personas que las aspirantes a viajar en él, según cuenta Jorge Luis.

Los pacientes viajeros solicitaron al custodio y a los empleados de la taquilla que llamaran al representante o a alguien que autorizara a que subieran las personas, por su número.

Pero, como dice el refrán, «la alegría en casa del pobre dura muy poco». El tren continuó viaje con las capacidades vacías, dejando abandonadas a su suerte a todas aquellas personas, entre ellas ancianos, mujeres con niños en brazos e impedidos físicos.

«¿Qué habrán hecho con esas capacidades vacías?», inquiere Jorge Luis bastante molesto. Y la pregunta deja suspicacias en el aire. Pero él cuestiona aún más: «¿A quiénes les dieron esos asientos? ¿Cuánto dinero dejó de recaudar Ferrocarriles?» En nombre de todos los que se quedaron sin viajar, concluye el remitente, piden a Ferrocarriles de Cuba una respuesta, y que actos como este no se vuelvan a repetir.

Buena tarde

Siempre hay por ahí un duende de la bondad, que se desata en las personas sensibles y solidarias, esas que no pueden virar la cara ante las privaciones de sus semejantes, especialmente ante las paradas desbordadas de impacientes por llegar a sus destinos.

Evelyn Torres (Leonardo Gamboa 23-F, entre C. Barreda y J. Espinosa, reparto Buena Vista, Las Tunas) descubrió uno de esos extraños duendes el pasado 25 de diciembre, cuando aguardaba como otros desesperados, en la parada de la calle Ángel Guerra, en esa ciudad, para dirigirse a su domicilio.

Sin que hubiera un inspector de transporte ni nadie le hiciera seña de que parara, se detuvo de improviso el chofer de un auto estatal color negro y chapa TAF377, al ver tantas personas varadas allí. Y recogió pasaje ante las miradas agradecidas.

Evelyn quiere reconocerle públicamente, además de la buena acción de recoger a varios pasajeros, el que también despidiera a cada uno con un «buenas tardes», esas palabras como talismanes, que tanto se necesitan y tantas veces se ausentan de los labios resecos. Claro que el deseo del chofer se cumplió: fue buena la tarde para aquellos a quienes les tendió la mano.

«No conozco su nombre ni la empresa en que labora —señala—, pero desearía que llegara hasta este compañero el agradecimiento en nombre de todas estas personas que fuimos beneficiadas con su servicio».

A Evelyn también habría que reconocerle el gesto de propalar a los cuatro vientos una buena acción, y de mostrar gratitud. Eso ablanda el corazón, cuando otros lo tienen tan duro.

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